domingo, 17 de noviembre de 2013

Reseña de la sesión dedicada a EL SUEÑO DEL CELTA de M. Vargas Llosa


            Había expectación, la obra impacta. El silencio cálido que acogió la intervención inicial, todo un síntoma. Casi se palpaba que los asistentes habían acudido a la sesión intuyendo controversias. Buena parte de ellas a lo mejor habían menudeado entre sus conclusiones individuales, íntimas, previas.

            No se hizo esperar. El primer escollo, insoslayable, comparar esta novela (¿novela?, veremos) con otras del autor –se citó expresamente La ciudad y los perros y La fiesta del chivo-. En una aproximación inicial hubo coincidencia: aquí el autor recurría de nuevo a su conocida técnica de cambios espacio-temporales, si bien con un hilo narrativo más lineal en el último tramo. Pero esta obra, alguna anomalía la distanciaba de aquellas otras, tan ponderadas. Cuestión inconclusa, porque enseguida la ola crítica derivó hacia el personaje protagonista y los otros.

            La narración pivota sobre Roger Casement –personaje histórico y legendario, o las dos cosas-, evidente. Pero los relevantes, al parecer, en la peripecia existencial del protagonista semejan una constelación brumosa. Salvo algún personaje individual, más nítido, particularmente el sheriff de la prisión, ¿por sus melancolías y frustraciones?, ¿por conmiseración de la tertulia? Y sin embargo, habría enriquecido el relato la caracterización, por ejemplo, de los indígenas de Perú como personaje colectivo –brillante recurso en La fiesta del chivo-. De semejante figura, el narrador -¿o el autor?- no se preocupa, o no sabe, o no quiere. “No interesa”, respuesta lacónica aun resignada de un asistente, que no obtuvo réplica.

            En realidad, los tertulianos y sus adversativas polemizaban más con el escritor que entre ellos. Pauta crítica predominante a lo largo de la reunión.

            Y vuelta a la estructura narrativa. Sobre ella, aún quedaba una emoción por compartir, o una contrariedad. La citada técnica del flash-back respondía a las tendencias modernas de la expresión literaria. Sin embargo, se destacó su falta de agilidad supuestamente deseada La narración adolecía de pesadez, monotonía y una exacerbada reiteración –incluso se apuntó que sobrarían unas cien páginas-. Todo porque el narrador, no satisfecho con el bisturí del protagonista, recurre al suyo propio para hurgar y hurgar en las tripas del género humano hasta dejarlo exangüe y llegar a la hiel, la hiel de los lectores.

            Efectivamente, la denuncia que la obra acomete no podía menos que conmover las conciencias de los presentes. Por la crudeza en el realismo desplegado sobre el basamento de la documentación consultada, amplia y profusa. El hombre en la sima de su maldad: avaricia, codicia, corrupción política, crueldad en el colonialismo feroz de principios del XX en el entonces Congo Belga y Perú. Colonialismo bajo el manto purificador e hipócrita de civilización. La civilización no era el objetivo, sino el pretexto.

            En semejante asqueo se debatía la tertulia, cuando alguien dio un volantazo y situó el tema de la obra en el nacionalismo, encarnado en los presupuestos ¿ideológicos? del protagonista. Suscitó adhesiones. También discrepancias: el colonialismo -segundo en discordia- y sus miserias habrían arrojado, cual siniestra catapulta, a Casement en brazos del nacionalismo (y también de sus miserias), razón última de la propuesta temática.

            No quedó resuelto. En principio, el problema parecía radicar en el protagonista. Quizás su personalidad atormentada justificara el sentimiento nacionalista que acunaba. Quizás reunió en la misma cocción colonialismo y nacionalismo. Quizás. Un salto en el vacío que terminó en el debe del novelista, debió tirar de oficio para establecer la conexión: de mis colonialismos vengo a mi nacionalismo voy.

            Acaso tal falla fuera producto de un exceso de fidelidad de Vargas Llosa hacia sus diversas fuentes de información. De donde, ¿novela histórica, pues? Los asistentes distaban mucho de coincidir. Se argumentó a favor de esa denominación, pero también de crónica, o crónicas, incluso de ensayo. Con criterios matizados, desde luego, y siempre en la órbita de la narración literaria de alto nivel. Por ahí, un intento de aunar criterios alumbró el concepto de crónica novelada; pero concitó mayor unanimidad, por asentimiento, otra fórmula: novela de personaje.

            El protagonista, su personalidad compleja, los singulares avatares de su existencia, controvertido imán en el ánimo de los asistentes. Para buena parte de ellos, la obra -orientación intelectual y estilo narrativo- sucumbe al dictado de los demoledores informes del cónsul británico Casement, de sus diarios y de su pirueta nacionalista. Por efecto, sin duda, de la fascinación del autor, que traslada al narrador, y este aspira a lo propio con los lectores.

            Un terreno movedizo este del personaje. La sesión no debatía, se debatía en consideraciones, claro que de calado. Aportando opiniones, sugiriendo atenuantes, agravantes o eximentes.

            Así, relacionaba la homosexualidad confesa de Casement con una falta de afectividad –consecuencia y lamento-. Pero, al respecto, también vislumbraba justificaciones injustificables: ¿pederastia? El narrador, a pesar de omnisciente, plantea la veracidad de los diarios de la persona-personaje.

            Quedaba otra sombra más. La pública o legendaria. El sentimiento por su Irlanda de Roger Casement (él, tantos años al servicio de la Corona Británica). De melancolías iniciáticas a nacionalismo irredento. ¿Cómo interpretar? La narración no aporta muchas luces, o no sabe.

            Se barajó la posibilidad de que el progresivo deterioro físico y psíquico (emocional) del personaje abriera el camino de su fanatismo nacionalista. No es desdeñable. Sin embargo… (una tertulia con cuántas de adversativas)

            Sin embargo, demasiados indicios apuntarían a un personaje inmoral, o amoral: el sospechoso desequilibrio entre objetivos y medios. Con desenlace doblemente dramático: unos lo condenan por traidor, otros -los suyos- lo abandonan  a su suerte por traicionarlos con su fanatismo.          

            Al final, la sesión había respondido a las expectativas. El silencio cálido que fue acogiendo las últimas intervenciones, todo un síntoma.
  Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.