martes, 31 de diciembre de 2013

Reseña de la sesión dedicada a CASTELLIO CONTRA CALVINO de Stefan Zweig

            Aun a riesgo de pretencioso, la reunión anduvo muy cercana a la propia de un consejo
de sabios que, curtidos en dialécticas mil, confluyen con el poso -poso- de los años en un remanso intelectual donde enjugar sus ideas. Y reconocerse y aceptarse como un puñado de pulmones alentando un mismo corazón. Sin arritmias, con cadencias de silencios y atención en el turno de palabra. El respeto que reclamaba el libro irradiaba cada intervención, y estimulaba la siguiente, y así hasta el final -que sobrepasó con creces el tiempo estipulado, tal era el nivel de afinidad (y de notas manuscritas, frases o reflexiones, que los asistentes trajeron a la reunión).

            Las primeras consideraciones rondaron por el género literario, un híbrido entre el ensayo y la novela histórica. Imprecisión seguramente estratégica del autor, porque sitúa los hechos narrados en una espiral de ideas para llevar al lector al humanismo que defiende. Argumentos sólidos con el arma de una altísima calidad expresiva, propia de este escritor de primer orden.

            Con tales presupuestos los tertulianos habían advertido enseguida que el autor enjuiciaba -y no lo escondía- desde una especie de juego de contrarios: Castellio-Calvino, Basilea-Ginebra, mosquito-elefante, tolerancia-dictadura… Ello hizo que la sesión basculara continuamente, también en espiral, del período histórico que trata el libro a los momentos actuales, y como eje, la época del autor.

            Las sucesivas intervenciones se identificaron con este libro, de ética, ideológico, que zarandea toda la moral europea con el principio humanista de la tolerancia y apuesta por la alegría intrínseca del hombre para su salvación. La denuncia intelectual y heroica de Castellio (mosquito) contra las actuaciones opresoras y represoras de Calvino (elefante), el pretexto histórico para un alegato contra toda dictadura. Análisis de aquel pasado que, al parecer, el autor, judío, escribió en clave de su época, pensaba en Hitler. No pudo venir más acá, claro; pero sí los asistentes a esta reunión, pensaban en otras dictaduras cercanas a ellos en el tiempo y en el espacio.

            Para los contertulios, la figura de Castellio se erige en símbolo de la dignidad, la fuerza de la conciencia, el valor de la tolerancia, la importancia de la opinión propia, la valentía para defender las propias ideas ante la presión de la organización estatal, del pensamiento grupal y de la demagogia reinante o galopante o rampante. Castellio contra Calvino. Otros intelectuales de entonces, aun disconformes con el ginebrino, no se implicaron. Menos uno de segundo orden, una suerte de protomártir, Miguel Servet, que persiste en sus ideas (cual Quijote según el autor) hasta la hoguera decretada por Calvino.

(Un aparte: no pasaron desapercibidas a los contertulios las intenciones del escritor al acometer la descripción física de los tres personajes, tan concordante con la personalidad de cada cual.)

            Así pues, el combate de la idea (Castellio) contra la fuerza (Calvino). Y el asesinato de Miguel Servet como detonante, que lleva a exclamar a Castellio: “la muerte de un hombre por una idea, es sólo la muerte de un hombre”. La tertulia no pudo menos que establecer paralelismos con el recorrido de ETA.
             
            Desde esta perspectiva se planteaba en la reunión una cuestión matizable: ¿el vencedor? En aquel momento, Calvino sin duda, pues consigue que su doctrina (el puritanismo más exacerbado) irradie todo el aparato del Estado. Otro tanto ocurrió con Hitler (salvedades aparte). Pero a la larga, ¿no parece que Castiello?: la paulatina consolidación de la separación Iglesia-Estado, la cercanía del protestantismo actual a los presupuestos de Castellio, la intolerancia de la mentira propia del puritanismo americano… La esperanza está en Castellio.

            Sin embargo, al calor del libro, también concitaba los ánimos otro asunto: el difícil binomio libertad-autoridad. Es lógico que los valores necesitan un marco y una jerarquía, pero desde el respeto. Escuchar supone respetar. Y seguramente seguimos sin saber escuchar al contrario, y menospreciamos o descalificamos al otro. ¿Dónde el equilibrio? Despejando los extremos. No confundir tolerancia con permisividad, por un lado. Y por otro, no sucumbir a la frase alienable que, en otro ámbito, tuvo que soportar una contertulia: “crucifica tu razón” (Calvino también cabalga en la actualidad a lomos de cierto movimiento de la Iglesia Católica).

            En el análisis de los asistentes, esa fórmula de resignación ante un problema que se antoja insoluble, o que así te lo hacen creer, cierta ingravidez de benevolencia, un clima nubloso de conformismo social, es caldo de cultivo donde surge una mente “lúcida” en la que el pueblo deposita su confianza y su libertad. Sociedad tutelada, infantilizada, irresponsable. Así surge la dictadura. Y su peor cara, el terror (Calvino, Hitler…), que rinde o redime, según cómo se afronte. Castellio optó por lo segundo: el martirio padecido consagraría su liderazgo intelectual.

            Contra una amenaza tan inicua como frecuente, la reunión se suma a la advertencia del escritor: ningún derecho se gana para siempre. El ser humano, en tanto voluble, acostumbra a cambiar según el rol que circunstancialmente desempeña (Calvino cambió radicalmente cuando accedió al poder). Por esto la libertad de pensamiento conseguida puede volverse atrás.

            La solución la aporta el libro en el final de la espiral: “Nostra res agitur”, el asunto, su resolución, es cosa nuestra. A este principio general se acogen los asistentes. Y sobre su base interpretan la intervención docente: practicar los valores, educar para pensar, luchar contra la pereza intelectual y la inercia acrítica que adormece a la sociedad actual. A lo que añaden una propuesta muy concreta: la lectura de este libro en el bachillerato. No cabía mayor nivel de comunión con el texto comentado.

            No es muy proclive este Club de Lectura a la unanimidad y a las adhesiones inquebrantables, pero en esta ocasión…


                                   Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.