lunes, 24 de noviembre de 2014

Reseña de la sesión dedicada a EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA de Gabriel García Márquez

Una sesión de cocción a fuego lento, con resultado de plato exquisito.
            Al principio quizás daba la impresión de que los asistentes acudían a la reunión un tanto cohibidos. Había que comentar una novela universal, de reconocida calidad literaria por toda la crítica, la especializada y la del lector avisado o accidental. El mismo autor ya la declaró en su momento como su mejor obra. Parecía como si los contertulios llegaran preguntándose si aún quedaría algo verdaderamente relevante que decir de ella.
            En ese clima, el moderador inició una introducción, digamos, clásica, informaciones y sugerencias: que, publicada en 1985,  está considerada, junto a Cien años de soledad, una de las dos grandes novelas de García Márquez, que de ella el autor retoma alguna temática en su posterior Memorias de mis putas tristes, que en cierta manera es autobiográfica por las relaciones iniciales entre sus padres, que posiblemente también influyera en su concepción una noticia de entonces, la aparición de una pareja de mayores muertos… Aquí, justamente aquí, ¿curiosamente?, alguien intervino para avanzar su interpretación del final. Pero no, así no, ni siquiera un leve burbujeo había comenzado a bullir, el final de la novela merecía otro final. Se pospuso.
            Como efecto de aproximación, los atractivos del contexto argumental: la historia enmarcada en los finales del XIX y comienzos del XX, las innumerables guerras civiles que asolaban el país y la particular relevancia de la geografía (el Caribe, el río Magdalena…) para el desarrollo de la trama.
            Trama en torno a la peripecia vital de tres personajes que protagonizan la narración. Casi por orden de aparición (sálvese el frecuente recurso del flashback): primero se pone el foco en Juvenal Urbino; a la muerte de éste, en Florentino Ariza, que ocupa la parte central y más larga de la historia; y finalmente en Fermina Daza. Un triángulo donde confluyen los dos temas fundamentales de la novela: el amor y la vejez, por separado y/o en comunión.
            El primer hervor de la sesión, cuando alguien asemejó la experiencia personal al amor romántico y adolescente de Florentino y Fermina. Estado emocional vivido por muchas personas al margen o en paralelo a la ficción, argumentaba. A partir de esta intervención bajaría la presión del fuego, por innecesaria. El borboteo continuaría ya hasta el final, suave, amalgamado pero lúcido, parcial pero proyectado, poliédrico.
            La tertulia dispensó buenas dosis de fascinación a Florentino. Un personaje que en principio se antojaba un tanto friki (ayudaba sin duda su vestir extravagante). Pero que desde su juventud forja un proyecto de vida, una razón, una ilusión: alcanzar el amor de Fermina, cual si de una Dulcinea imaginaria se tratara. Y persevera en el tiempo, actitud que contrasta -ponderado acierto del autor- con la atmósfera de una sociedad quietista, con costumbres tan preestablecidas por los valores del casamiento, la Iglesia, el dinero, los apellidos. Ni el matrimonio de Fermina con Juvenal Urbino le lleva a desistir (cuestión de aguardar la muerte del marido, el poder del autoconvencimiento). Mantiene incólume su objetivo último, tanto como -asegura él- su virginidad para el ansiado futuro, a pesar de sus variadas incursiones eroticoamorosas (el poder del autoconvencimiento también). Gráfico florilegio de la mentalidad de libertad sexual en la mujer sudamericana. Con la habilidad expresiva del escritor, a la que se rinde la reunión. Añadiendo, por una parte, alguna reflexión: ¿cinismo del personaje?, ¿comportamiento deshonesto con sus suspiros de amor?, aunque…, él seguía soltero; y por otra, la relación concreta de Florentino con América Vicuña (de doce años de edad) resultaba un exceso, por mucho que pretendiera reflejar la realidad.
            En cuanto a Fermina Daza se reconoció que el personaje de  la mujer fuerte, de carácter, es más literario. Una personalidad que madura y se consagra en el último tramo de la novela. García Márquez la va perfilando desde las opiniones y comentarios de otros personajes. Pero no, no se trata de un personaje pasivo. Mediante su acusado sentido del olfato descubre no sólo la infidelidad del marido sino también la irremediable realidad de “oler a viejo”. Actúa, toma decisiones, se planta ante la tumba del marido muerto para una riña ¿virtual? con él sobre el matrimonio, o se entrega al amor de Florentino, que supone la liberación del corsé en que había vivido.
            Cuando este amor pasó del libro a los asistentes, las intervenciones se sucedieron entre el cariño por los personajes que lo protagonizaban y el acierto del autor al establecer el hilo conductor, la palabra escrita, el amor epistolar. Por este medio seduciría Florentino a Fermina, tanto en las cartas de juventud como en las enviadas a las puertas de la vejez.
A renglón seguido, hacia esta pareja prendió tal corriente de empatía, profunda y personal, que por momentos derivaba más a terapia de grupo -conózcase la edad media de los tertulianos- que a juicio crítico propio de un club de lectura. No era para menos. Más allá de la altísima calidad literaria, o tal vez por ella, la novela se revela como un canto a la dignificación del binomio vejez-amor. Un libro que, en el ánimo de la tertulia, te abre la perspectiva que a veces la edad se empecina en achicar, te mantiene el proyecto de vida. Un proyecto de vida del que nunca se apeó Florentino Ariza. Su respuesta, indubitada y magnífica, al capitán del barco en el final de la narración la tenía preparada desde el principio: “toda la vida” (contrapunto a la única actitud pesimista de la novela, la del personaje de Jeremiah).
Terminada la cocción, el plato preparado olía maravillosamente, y no precisamente a viejo, sino a optimismo.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

martes, 11 de noviembre de 2014

Reseña de la sesión dedicada a EL OLVIDO QUE SEREMOS de Héctor Abad Faciolince

          Elogio de un libro. Eso fue la sesión, nada menos. Donde cada intervención propiciaba desde el comienzo una suerte de realimentación del circuito de empatía de la tertulia con la obra. A pesar de que, en principio, diera la impresión de que los comentarios, opiniones y valoraciones se sucedían un tanto deshilvanados, como de saltos en el vacío. Pero no. Se trataba de una historia tan bien ensamblada que cada interpretación tenía su conexión subcutánea con la anterior, por diferentes que parecieran, en el hilo del elogio. Y así toda la sesión.
          Una historia que, a juicio de los asistentes, escapaba a los moldes académicos de la clasificación literaria, o los sorteaba. Un hijo, narrador en primera persona, cuenta la historia su padre, el protagonista. ¿Biografía? Desde luego, prima la visión subjetiva del narrador, que cierra con la muerte del padre. ¿Novela? Aunque, a lo largo del texto aparecen numerosas interpolaciones argumentadas sobre cuestiones de carácter social, político, etc. ¿Ensayo? Y, por si faltara poco, se aportan numerosas informaciones con nombres reales y fechas concretas sobre acontecimientos sociopolíticos explícitos. ¿Crónica?
          Parece que se alcanzó un consenso, más o menos etéreo: un libro, algo, escrito con técnica novelística. O sea, la reunión no resolvió. Tampoco persistió particularmente en este aspecto. Aunque evidentemente el punto de vista, el posicionamiento del escrito, siempre tiene su importancia, le seducía más la atmósfera poética  y la fluidez expresiva que desprendía lo leído.
          En tanto biografía, el protagonista destaca y brilla como catalizador de la historia -como en otras muchas-. Pero en ésta la singularidad estriba en su homenaje a un padre ejemplar. Cada pasaje del libro rezuma ternura, la de un hijo -narrador en primera persona como queda dicho- hacia su padre y la relación de adoración mutua entre ellos, con una evocación impregnada del sentimiento manriqueño de la muerte (El olvido que seremos). Hasta el punto de que el hijo declara en algún momento que sería capaz de reescribir con antónimos la Carta al padre de Kafka. Y, si bien, admite la posibilidad de alguna sombra o rasgo de personalidad no asumido (¿homosexualidad?, ¿infidelidad?), o más bien sugiere, lo desvanece y preserva en la inviolable esfera de la intimidad.
Un hijo que no defraudaba a un padre condescendiente, que en algún período de su educación permitió que no fuera al colegio -con motivación razonada-, pero que también reprendió al niño cuando se enroló en un ataque pandillero a la colonia judía. Un hijo que en el libro ensalza, con datos y argumentos más que sobrados, la concepción humanista del padre, a la par que denuncia la manipulación que de ella hicieron la izquierda y la derecha (hasta el asesinato). Un hombre, deduce la tertulia, inocente sin duda pero no iluso, aunque sensible a la adulación.
Se evidencia así el punto de vista subjetivo del narrador; pero tal calidez no empaña la veracidad de los hechos narrados. Un médico, profesor universitario, centra su dedicación en promover la salubridad en la población -prevenir antes que curar-. En su afán se reviste de lógica: superar el primer umbral, el hambre. Trayectoria que le lleva a liderar el Comité de Derechos Humanos del país, Colombia -hablamos de los años 90-. Pero… la violencia, una determinada violencia, oficializada (ministros, militares, policías, los aparatos del Estado en definitiva)… Alternativa: muerte o exilio (se queja el libro de las exigencias del gobierno español de entonces hacia quienes recurrieron al exilio en nuestro país). Para los tertulianos, ese tipo de violencia, en aquellas circunstancias, no surge gratuitamente, sino para que no despierten los pobres.
Ante semejante opresión, para el médico la lucha contra la desigualdad debe partir de la cultura y la educación. Y su crítica pública al mal estado de la educación en el país le lleva a una actitud consecuente y no convencional con respecto al hijo: aprueba que no acuda al colegio si no le atrae; e incluso le proporciona un año sabático al llevarlo con él durante el tiempo que estuvo en México. Lo fundamenta con que el hijo saldrá adelante si se procura ante todo su bienestar. No pasó desapercibido a la tertulia, y se ponderó, este componente afectivo de la educación.
Tampoco la religión resultó inmune al análisis del protagonista. La culpaba de mantener al pueblo en la superstición y el oscurantismo (cuyo origen situaba en España). Sin embargo, los asistentes a la reunión advirtieron que tales planteamientos no entraban en conflicto en el ámbito familiar, donde la madre era católica practicante. ¿Por qué?: uno y otra coincidían en interpretar y actuar en el mismo sentido ante situaciones sociales similares. Tanto que la mujer, religiosa, se puso a trabajar (creó una empresa) para la proyección sociopolítica del marido: los gastos familiares quedaban a cubierto por la mujer, y el activismo del marido libre de condicionamientos económicos.
Así pues, el relato del hijo, sustentado en una incontestable calidad literaria, despliega importantes variables, siempre sabias y atractivas juicio de la tertulia. Con el padre como dinamizador de todas ellas, sin duda; pero tan persistentes que, para algunos asistentes, superan la personalidad del personaje y su entorno familiar y trasladan el protagonismo al contexto sociopolítico de.la historia narrada. No obstante, el ánimo de la sesión discurrió por el único vector que la concitaba: el elogio.


Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

sábado, 4 de octubre de 2014

Nuestro club de lectura “Rafael Balsera del Pino” ha comenzado un nuevo curso




           Un año más el club de lectura de nuestra asociación, formado por 27 miembros, ha comenzado una nueva temporada el pasado día 1 de octubre. El programa del presente año se iniciará con la lectura de la novela El olvido que seremos, de Héctor Abad. El resto del programa es el siguiente:




AUTOR
TÍTULO
RECOGIDA DEL LIBRO
ENTREGA DEL LIBRO Y REUNIÓN
1
Héctor Abad Faciolince
El Olvido Que Seremos         
01-oct-2014

28-oct-2014

2
G. García Márquez
El amor en los tiempos del cólera
28-oct-2014

18-nov-2014

3
Rafael Chirbes
En la orilla
18-nov-2014

16-dic-2014

4
Stefan Zweig
El mundo de ayer
16-dic-2014

27-ene-2015

6
Joseph Conrad
El corazón de las tinieblas
27-ene-2015

17-feb-2015

5
John Kennedy Toole
La conjura de los necios
17-feb-2015

24-mar-2015

7
Jo Nesbo
Headhunter           
24-mar-2015

21-abr-2015

8
Gustave Flaubert
Madame Bovary
21-abr-2015

19-may-2015

9
Khaled Hosseini
Mil soles espléndidos            
19-may-2015

16-jun-2015

viernes, 11 de julio de 2014

Reseña de la sesión dedicada a RELATOS DE UN NEURÓTICO de Ricardo Santofimia

      Una sesión entre adjetivos.



      Entrañable, porque los comentarios circularon por esa esfera de los sentimientos. Lo que, sin embargo, no entorpeció ni coartó el nivel crítico que caracteriza a este Club de Lectura.



      Desde el comienzo se ponderó el título mismo, acertado. Daba juego, creaba expectativas, su significado intencional lo iría aclarando la lectura de los sucesivos relatos. Aunque la pregunta inicial permanecía, permaneció: ¿neurótico?, ¿quién?, ¿cuántos?, ¿el autor?
                
      El título abría las puertas del tema. Se antojaba la neurosis, la del libro, enfermedad o cosa difícil de acotar. Coincidían los asistentes en que todos tenemos neurosis, que no son neurosis sino manías, que no son manías sino obsesiones. Ahí parecía residir la clave. Los protagonistas de todos los relatos se descubren de pronto normales pero alienados, e incuban una obsesión por salir de esa normalidad, transgredir (para algunos asistentes, cuestión muy de actualidad). Estado que los aboca a soluciones rocambolescas. ¿O acaso por iniciativa, llamemos, caprichosa del narrador? ¿O del autor empujando a escena al narrador?
                
      Vuelta al autor. Se le conocía personalmente, bien que mal, o al menos lo suficiente. Lógico, pues, una aproximación a su personalidad en relación con el libro. Predominaba en el ánimo de los tertulianos la impresión de estar viéndolo a lo largo de la lectura: bien por asociarlo al eje de las metamorfosis que narraba, como transformaciones… ¿fallidas? (¿la jubilación supuso para él una transformación?); bien por una cierta identificación con sus personajes, que pretenden cambiar algo, aun reconociéndolo imposible; o bien por imaginarlo plantado ante el absurdo y escribiendo como una liberación.
                
      Y capacidad de síntesis. En un libro sorprendente como calificación general, y en particular por su diversidad y estructura narrativa, cuya unidad temática tiene en Lifting el prólogo y en El Accidente el epílogo.



     Libro raro también, por abordar la reacción contra la existencia desde la literatura, digamos, neurótica. Se propuso la justificación de si no estaríamos -estarían- ante una literatura existencial, pues refleja el desajuste del hombre con el mundo en que le ha tocado vivir. Quizás de ahí, para algunos, el desconcierto inicial en su lectura. Aunque a la postre el reconocimiento de que invitan a la reflexión su lenguaje, aun excesivo, y la ironía que supura.



    La consideración de libro divertido venía de la mano. Por unir algo tan serio con un final deslumbrante, por sus imágenes, por la abundancia de frases destacables en atrevidas connotaciones (se le comparó con Juan José Millás en lo divertido, sorprendente y absurdo). Vial donde se advertía una mezcla de tonos: irónicoburlesco, incluso poético a veces, que no trata al hombre trágicamente, sino desde el esperpento, pues, mirándolo desde arriba, vemos peleles, muñecos (larga sombra de Valle Inclán).
                
     Visión del hombre a través de unos protagonistas inadaptadosinsatisfechos, que chapotean en el remolino de una neurosis obsesiva. Un apunte dio la explicación: en realidad no se trata de enfermos mentales, sino sociales. Es la presión del entorno quien los desquicia, el libro denuncia, critica. En realidad, los personajes de reparto están `peor´ que los protagonistas.
                
      El mensaje, a través de una expresión que no dejó indiferente a ninguno de los presentes. La expresión, única y unívocapeculiar y denodadapersonalísima. El sentir de la reunión. incidió en la riqueza léxica, en un lenguaje muy fresco y moderno, a veces de marcado carácter barroco (difícilmente interpretable como demérito, sino al contrario), que conseguía elevar a literatura cualquier episodio baladí. Aunque hubo a quien más le parecía controvertida mezcla de lenguaje actual y antiguoclásico, y a quien el exceso de adjetivos le agobiaba. Traída y llevada expresión, más elogiada en unos relatos que en otros.
                
      De entre ellos -siete-, La decisión resultó el más valorado (casi por goleada): los comentarios enfatizaron capacidad de `enganche´, posibilidades de convertirlo en una gran novela o de éxito en un concurso literario, ecos de la primera narrativa de Vargas Llosa y la actitud del protagonista, que apunta a nihilismo y a fracaso (por cierto, único personaje del libro con nombre propio -Julito-). No obstante, sí, también los demás relatos recibieron valiosas muestras de f ascinación, en especial El accidente, o Lifting, o Enriqueta Capital, en fin.
   
        Al final, ante tanto adjetivo, el autor, que asistía a la reunión, se decantó por verbos, para confirmar, rectificar, asegurar, anecdotar y, sobre todo, agradecer. Pero imposible de reseñar, porque esto pertenece a las confidencias entrañables de la sesión.
                                               Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

miércoles, 18 de junio de 2014

CLUB DE LECTURA. FIN DEL CURSO.

Miembros de nuestro Club de Lectura “Rafael Balsera del Pino” tras finalizar la última reunión del curso. En esta ocasión se debatió sobre la obra “Relatos de un neurótico", escrita por Ricardo Santofimia, uno de los miembros de nuestro club. Desde estas líneas queremos felicitarlo por su magnífico trabajo y agradecerle el placer que nos ha proporcionado la lectura de su obra. Un magnífico broche para una temporada en la que, tras la lectura individual de las nueve obras programadas, hemos asistido a fructíferas y jugosas lecturas colectivas, que Ricardo, en una tercera lectura, ha sabido plasmar de forma magistral en las crónicas que aparecen en esta misma página web.



viernes, 13 de junio de 2014

Reseña de la sesión dedicada a NÉMESIS de Philip Roth


A tal obra, tal sesión. Poliédrica. La calificación inicial que recibió la primera contagió a la segunda. Una novela con muchas caras, y cada una de ellas susceptible de varias interpretaciones. El autor invitaba a observar y reflexionar sobre actitudes y comportamientos de unos y otros personajes ante las mismas circunstancias. Y la reunión respondió cumplida y sobradamente a la invitación-envite.

El autor y su obra, el marco. Un escritor, miembro de una comunidad judía de emigrantes, aunque ateo. Y una novela que, sin obviar su reflejo de la condición humana, adopta perspectiva existencialista y cuestiona la religión porque anula a las personas al inocularles el sentimiento de culpa. Con dinámica narrativa que los asistentes diseccionan en tres fases. Al principio, desde la supuesta visión del narrador omnisciente, la redacción es fluida, periodística. Después, cuando se revela la naturaleza del verdadero narrador, testigo, aunque este quiebro se considera acierto del autor, el progreso argumental se ralentiza en exceso. Y por último, concentración temática en las diez o quince últimas páginas.

Es justamente al final de la trama, con esa especie de torbellino de ideas que casi lo eclipsa, donde se cierra el poliedro de la ficción y se inicia el de estos lectores, que apenas escapan al acto reflejo de volver la vista atrás para su análisis -más de uno aseguró que había leído el libro dos veces-. En varias ruedas de intervenciones los tertulianos fueron del protagonista a Dios, a los demás personajes, al sentimiento de culpa y al título mismo de la novela, aportando los vértices y aristas que vislumbraban en cada uno de ellos.

Perdedor es el primer trazo que atribuyen al protagonista. Y se añade el de fracasado; pero enseguida, el matiz: fracasado a pesar de él -se le encontraba cierto paralelismo con El médico a palos de Molière-. La acumulación de desastres en torno a su persona lo van dejando poco a poco sin salida. Su carácter perfeccionista (que, por tanto, no asume errores), su condición de creyente (Dios ha puesto los virus de la epidemia) y especialmente su continuo preguntarse son características con las que el personaje no tiene más remedio que fracasar. El gran drama de la existencia: pensar e interrogarse supone dolor.

Para la reunión, el único personaje que interesa al autor. Por eso difumina las soluciones que aportan los demás a la problemática del protagonista. Marcia, la novia, un personaje plano, simple, plantea una salida sencilla a la enfermedad de Bucky. Actitud que para algunos asistentes no parece convincente, no es sincera al querer casarse con el enfermo; por eso, él, que lo intuye, facilita la ruptura. Y en cuanto a Arnie -el narrador testigo- , el contraste de su situación-solución amorosa con la de Bucky (ambos con la misma enfermedad) lo utiliza el autor para abundar en la personalidad del protagonista: nada más difícil que salvar una mente bondadosa, que incluso renuncia al amor para que Marcia no sufra.

Arista, vértice, otra cara del poliedro en las disquisiciones de la reunión. Al protagonista ya desde el principio lo embarga un sentimiento de culpa, si bien, larvado: cuando no pudo ir a la guerra a causa de su invalidante miopía. Pero aflora y lo atenaza cada vez más a partir de que acude al reclamo de la novia. Decisión, para unos asistentes, el punto más débil de la novela, porque no se justifica el cambio de actitud que venía manteniendo, el hilo introspectivo del personaje no aporta razones de peso. Aunque algunos consideran suficiente el efecto seductor de la conversación con el padre de la chica (entre otros temas, le pide autorización de matrimonio); y símbolo de la decisión de irse con ella, el acto de comerse un melocotón en el porche de la vivienda donde charlan.

Para parte de la reunión, venía asumiendo la responsabilidad, la culpa, por temor al Dios castigador. Para otros, sin embargo, la afronta sólo frente a los demás. En cualquier caso, sí se considera patente su incapacidad para superar tan voraz sentimiento; a pesar de que en realidad desconocía que transmitía la enfermedad.

La tertulia en modo alguno evitaría la pregunta y la reflexión consiguiente: ¿por qué la culpa? Determinadas religiones presionan la responsabilidad hasta llevar la culpa al límite de la imposibilidad de cumplir con todos sus preceptos. Verdaderamente, preguntar `cómo´ ha venido la enfermedad en vez de `por qué´ habría evitado ciertas responsabilidades.

¿El azar?, ¿el destino?, ¿Dios? Juego de interrogantes que el autor deja en el ánimo de la tertulia, junto al título. Se trata del tema más inquietante de la novela, suscita controversia y tensión al enfrentar despiadadamente fe con razón. ¿Es Dios quien decide lo bueno y lo malo? Se cita aquí al psicólogo Pinker cuando se pregunta si Dios justifica el asesinato o la violación (no olvidemos que para Bucky Dios ha enviado los virus de la epidemia); y en consecuencia, ante determinados episodios, ¿quién es más potente, Dios o la razón?

La respuesta parece intuirse en el título -Némesis-, otro vértice o arista o cara del poliedro. Némesis, diosa pagana de la equidad, resolvería: en la vida a todos nos pasan desgracias, la cuestión está en superarlas. Es Némesis, pues quien interviene, no Dios.

Amor, frustración, culpa, Dios, la existencia…, un poliedro, los grandes temas de la humanidad en la literatura.
Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

martes, 20 de mayo de 2014

Reseña de la sesión dedicada a ENSAYO SOBRE LA CEGUERA de José Saramago

           A saber si por la temática de la novela, o por el menor número de asistentes, o acaso por la conjunción de ambos factores, en la sesión fue calando un microclima de sabor intimista.
            Las intervenciones se sucedieron pespunteadas de silencios (que no de pausas). Intervalos preñados de disposición a compartir el objetivo del autor, conmover al lector.
         Hubo sincronía: el libro provoca malestar. Con todo, las precisiones fueron más elocuentes. Casi a modo de confesión. En unos primaba el agobio por esa especie de campo de concentración donde discurre buena parte de la acción narrativa. Otros habían encallado a mitad de lectura presos de la angustia. Quien lo había superado a duras penas por la tristeza que le causaba. Quien dudó de que la obra, voluminosa, mantuviera atrapado al lector más allá de la página 90 -donde presumía la sima de la degradación humana-; pero, contra pronóstico, el interés le reverberaba in crescendo hasta el final. Y quien se debatió en encuentros y desencuentros con el libro: leer, interrumpir-abandonar, volver a leer ¿con temor?, ¿con aprensión?, hasta la última línea, satisfacción por el mensaje recibido y recomendar, ¿como terapia ética?
            Para los asistentes, habría que rastrear la respuesta desde el título mismo, de expresión tan sencilla como ambigua. En principio, esta obra, una novela, no respondería al término normativo de `ensayo´. O sí en algo, la verosimilitud de la narración permite formular una hipótesis: la ceguera nos lleva al envilecimiento. Lo sostiene Saramago con argumentario moral o ético mediante narrador interpuesto. En primera persona del plural, recurso por demás frecuente en las exposiciones ensayísticas, el emisor del mensaje complicea con el receptor. Y vaya si lo consigue (queda dicho, tertulianos conmocionados). Y por otro lado, se trasladó a la reunión el criterio de un compañero ausente: el título responde a la gran parábola que subyace en la novela: el trauma de la ceguera física como trasunto de las otras cegueras.
            Ambos supuestos se consideraron complementarios y  compatibles con el empeño del autor. Proyectan el proceso de deshumanización de unos personajes, por lo demás, intencionadamente despersonalizados -ni un solo nombre propio en la novela- ¿Identidad? Suficiente con algún rasgo físico o sociológico individual (el viejo del ojo tapado, la mujer del médico…) o colectivo (los ciegos, los militares, el gobierno…). El foco está en la metamorfosis.
            La reunión comparte perpleja la transición de los ciegos, desde los inicios mismos de su reclusión en cuarentena, camino del abandono más denigrante (renuncia a la urbanidad, al aseo personal…) o la supervivencia más feroz o humillante (la ley del más fuerte, el poder, el chantaje…). El entendimiento cada vez más embrutecido las vísceras cada vez más lúcidas.
            Pero también se comenta la otra indignidad, la del otro lado, la de los que aún ven en el comienzo de la catástrofe, los afortunados y poderosos. Su insolidaridad y desamparo hacia los ciegos (con la excepción de algunos militares). Y la moraleja: precariedad que vemos pero que no queremos ver.
               El ensayo y la parábola: todos ciegos.
          No obstante, por encima del pesimismo devastador latente en la novela, la tertulia atisbaba contrastes en el lodazal. Mientras unos se envilecen, otros arrostran, aunque con personalidad bien cimentada, donde los títulos ayudan poco: cuando el médico veía, era quien lideraba el rol familiar; pero ya ciego en la ambulancia, el personaje de su mujer, con la decisión de acompañarlo, se agranda y supera al del médico. Otrosí: situaciones extremas nos despojan de singularidades e igualan hacia la degradación, pero el bagaje  cultural atenúa, mantiene un poso de humanidad, como en el caso del médico y su mujer.
            La mujer del médico, relevante en la novela, fascinante a lo largo de la sesión. Personaje redentor de las miserias más abyectas con las que convive. Símbolo de la fortaleza mental frente a la adversidad: no sucumbe a la ceguera, mantiene la vista en un acto de voluntad, ve porque quiere ver. Y ¿controvertido referente ético?: mata al opresor que chantajea y humilla a las mujeres, a ella también. ¿Tomarse la justicia por su mano? Los asistentes se plantearon los derechos de la víctima sobre el verdugo (al hilo del comentario al respecto de un compañero ausente transmitido a la reunión).
            Y en la estela de esta mujer, un personaje imposible de sortear en la reseña: un perro que también ve, como ella, el perro de las lágrimas (su denominación en la obra). La ternura que inspira la solidaridad de un animal con los infortunios del ser humano -¿humanización versus animalización?
Otras reflexiones dejó la obra en el ánimo de los asistentes: el sentido de la austeridad, los mayores recursos del campo que de la ciudad para la supervivencia, o la inmanencia del apetito sexual aun en condiciones tan aciagas. También, la casa como territorio acotado (los humanos como los animales): a más dependencia, más necesidad de aferrarse a lo propio; tanto que la invasión del espacio, de tu espacio, genera reacción.
Finalmente, una consideración, no por lógica menos digna de análisis: la importancia del sentido de la vista. Aquí arribaron algunas experiencias personales: el recuerdo de un familiar que fue perdiendo la vista durante años, la propuesta de permanecer ciegos durante un día, o el comentario de que a cierta edad el problema no es perder un sentido sino capacidades de los cinco.
Así, la lectura del libro situaba a los asistentes simultáneamente en el trauma físico e individual de tal carencia y en el psicológico y social, y en el trascendente. No cabía duda, Saramago había logrado con creces conmover al lector. El ensayo y la parábola.

                                               Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Reseña de la sesión dedicada a LA LLAVE DE CRISTAL de Dashiell Hammett


Una sesión de cine. Por el inevitable correlato de esta novela negra americana, clásica, con el clásico cine negro americano (¿cómo sustraerse a la evocación?). Y porque, para afrontar género tan específico, la tertulia probó de nuevo su versatilidad, y su bagaje cultural -añádase según grado de convicción y vehemencia.

De cine. Casi cabría asegurar que cada lector de la obra acudía con su película de la novela. Así que rara fue la intervención que no cayó en la tentación, como muleta, comparación, apostilla o superación. Pero, aunque mediatizada por esas imágenes del celuloide blancas y negras y brumosas, la reunión alumbró alternativas y contrastes irisados. No en vano, asistían incondicionales del género negro junto a neófitos y escépticos.

Desde los más avisados se destacó el carácter novedoso de la obra. Su aparición en 1931 hace de Hammett el iniciador de un clásico literario, la novela negra americana. Luego vendrían Poe, Agatha Christie… No obstante, la valoración general hurgaba sobre un tema que teñía la acción narrativa: el desapego y descrédito de la democracia `formal´ imperante en la Norteamérica de aquellos años. Como por ejemplo, callar determinados comportamientos, alguno muy relevante, hasta después de las elecciones (¿de qué nos suena eso?). Una práctica corrupta -¿es necesario aclararlo?- que mereció triste paralelismo con el caciquismo necroso de la España de la misma época.

También en perspectiva, algún escepticismo: la novela adolece de profundidad en cuestiones psicológicas y sociológicas. Otras opiniones, por contra, no lo consideran defecto, sino propósito consciente del autor, que confía la interpretación a la agudeza del lector.

Controvertida apuesta esta última, porque, a la hora de enjuiciar el argumento, para muchos de los asistentes pareció enrevesado –fue el término más empleado-: no se entendía bien la relación Ned-Paul, resultaba cuando menos extraño que el protagonista sobreviviera a paliza tan sanguinaria, y… qué más. Sí, ¿qué pintaba en la trama del crimen el sombrero del muerto? Más de un contertulio confesó que había tomado notas para no perderse por el bosque de la intriga, a pesar de que, como para otros, tal maraña no escondía demasiado la autoría del crimen. El poderoso influjo del cine. Claro, se advirtió, Hammett se había dedicado a guionista hacia el final de su vida.

Brumas de la ambigüedad que, para la tertulia, alcanzaba a la mayoría de los personajes. Sobre todo a los masculinos, porque las mujeres ocupan aquí papeles secundarios, superficiales, como secundando el contexto sociológico de la época. Cabría decir que se trata de una novela de hombres. De entre los cuales, la personalidad del protagonista acaparó buena parte del debate. Para algunos tertulianos, desde presupuestos éticos, resultaba desconcertante que un gánster albergara sentimientos nobles, como, por ejemplo, hacia la madre y la hija de Madvig. Ítem más: mantiene con el mismo Madvig una relación de amistad (cuyo origen se desconoce) bajo los loables principios de lealtad y honradez, pero al servicio del hampa y la corrupción política. Mientras que otros intervinientes enfatizan esa férrea lealtad de Beaumont, a prueba de riesgos. Lo que, a su vez, niegan algunas opiniones, que sólo aprecian en tal comportamiento una relación profesional. Afán clarificador que, por un lado, rastrea en la vida del autor: éste habría dotado al protagonista de un código ético similar al que por entonces modelaba su peripecia existencial. Y por otro, recuerda que en este tipo de personajes novelescos es frecuente el lado noble y el canalla. La larga y humosa sombra de Bogart.

Posturas tan matizadas y matizables confluyeron, no obstante, en una conclusión relativa: conocemos a cada cual por su comportamiento (por “el cómo” actúa). Nos encontramos con un narrador-cámara, que se reprime para no entrar dentro del personaje. Técnica cinematográfica trasladada a la novela a base de secuencias de carácter impresionista muy bien escritas. Su objetivismo descriptivo, su minimalismo, sus frases cortas sin subordinación no dejan indiferentes a estos lectores. De todo ello quizás se derive la ambigüedad o el desconcierto para la interpretación, pero también una actitud posiblemente más respetuosa con el lector que la del narrador omnisciente.

Y sin embargo, hasta el título de la novela incubaba cierta perplejidad en la reunión. Una metáfora difícil de descifrar. Hasta el punto de que el primer planteamiento de su interpretación fue acogido con un silencio inicial. Pronto se apuntaría al sueño de Janet para justificarlo, o a simbolizar la fragilidad de las relaciones humanas. Luego prosperaría la opinión de que título tan desconcertante transmitía un sentimiento pesimista: la verdad imposible, con una verdad quebradiza no hay salida. Una llave de cristal no sirve para nada, el cristal se rompe.

Quizás el final de la novela sorprendió menos, a tenor del grueso de las intervenciones. Si acaso porque resolvía trama tan entramada de un modo infantil. Sabor clásico, como otros, genuinamente americano. Entiéndase, de cine negro americano. Aunque importa precisar (y así se hizo en la reunión) que primera en el tiempo fue la novela negra americana. Serían sus ingredientes los que después pasarían al celuloide. Inciso relevante, de justicia, para reconocer que esta obra y su género narrativo enriquecen la variedad de la expresión literaria.

Claro que sustraerse a lo ya disfrutado en las pantallas de nuestros años... clásicos… Todos o, como poco, muchos, habíamos estado como alguien dijo espontáneamente: “leyendo la película”.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

lunes, 17 de febrero de 2014

Reseña de la sesión dedicada a EL AMANTE BILINGÜE de Juan Marsé

         Símbolos, símbolos. La sesión fue haciendo calas sin método en los símbolos que aparecen, se supone que estratégicamente, a lo largo de la novela. Podría interpretarse que en detrimento de la expresión literaria -apenas recibió trato específico-. Y sin embargo, el esperpento nacido de ella sustenta el estro simbólico de la obra, que el autor hace germinar desde su cita preliminar de Machado sobre el carnaval.

Implicación inicial del autor que, a juicio de los asistentes, ya no abandonará en toda la novela. En primer lugar trasladando los apellidos de su biografía a la personalidad del protagonista (Marés, Faneca), y con ello tomar posiciones emocionales, sociológicas y políticas ante el devenir existencial del personaje creado.

            Curiosamente, a diferencia de otras ocasiones, durante la reunión se hablaría más del autor que del narrador. Tan sutil se antojaría la divisoria entre uno y otro.


            Dos apellidos, pues, de una identidad real para simbolizar el desdoblamiento de la personalidad del protagonista. Cuestión que acaparó buena parte de las intervenciones. Personaje calificado de patético e inverosímil, pero creíble por la paulatina transformación que ejerce sobre sí (en sus relaciones con los amigos, los vecinos, su ex-mujer, en sus canciones…). Lo que apunta a cuestionar en el ser humano una individualidad permanente, inmutable, y a la posibilidad de la existencia de otros yo en uno mismo (idea en la órbita de la Metamorfosis de Kafka).

Otras interpretaciones, no contradictorias con lo anterior, sugieren que el personaje, desde su perspectiva moral, se debate en la búsqueda de su identidad en libertad, que acaso no culmine en sus relaciones con la muchacha ciega (¿final abierto de la novela?). Actitud que, en todo caso, lleva a la destrucción del sujeto original. Pues dotarse de otra identidad incluye también la correspondiente personalidad, donde se realiza o se guarece. Proceso sicológico que un contertulio precisó con frase de alcance -reflexión y humildad-: “somos una ficción creada por nosotros mismos” (¿el carnaval?).

            Protagonista insertado en una gran metáfora de la realidad sociológica catalana. Reflejo exagerado, caricaturesco, que parece propio de cierta rabiosa actualidad. El autor -de nuevo el autor- ¿un adelantado a su tiempo?, se pregunta la reunión. ¿O es que ya existía aquella situación en Cataluña cuando escribió y publicó la novela? Y otra pregunta: ¿qué repercusión hubiera tenido si se hubiera publicado en los tiempos más recientes?

             Para los asistentes, Juan Marsé pasa por el tamiz del ridículo su crítica a una identidad sociopolítica cuadriculada, rayana en la catetez, a la política lingüística y, en definitiva, a una burguesía decadente que utiliza el nacionalismo sólo como artefacto de poder -¿manipulación de la conciencia patriótica?-. Y en particular, se considera lacerante radiografía de las relaciones de poder el pasaje de la representación del niño-araña (¿el carnaval?).
Juan Marsé

            También el autor -otra vez el autor- traslada de la realidad a la ficción el edificio Walden 7, construcción de Bofill, emblemática de la Barcelona de los años 70, nacida al calor de la modernidad, del progreso, de la conexión interclasista. Aunque en la obra esa simbología real queda violentada por la parodia significada en las deficiencias del edificio, que frustra las expectativas iniciales. Al respecto, surgió cierta controversia al interpretar las intenciones del autor. Por una parte, se vislumbra su desencanto con la democracia en la persistente caída de losetas de la fachada del edificio descrita en la novela -también ocurrió en la realidad-. Se argumenta esto contrastando fechas de la realidad y de la ficción. Pero, por contra, se arguye que determinados acontecimientos históricos, económicos y políticos de esas mismas fechas prueban que la decepción aún no había hecho mella en la sociedad. A la vista del desarrollo narrativo, mejor parecería relacionar el deterioro del edificio con el propio del protagonista y con el choque de dos grupos sociales (los acomodados y los menesterosos) y de dos, digamos, culturas (la catalana, o catalanista, y la charnega). En este último aspecto, se advierte que las intenciones nacionalistas chocaron con la abundante emigración de la época.

            Dicho análisis en torno al edificio no deja indiferente: consigue que todas las piezas de la novela encajen mediante la simbología (¿el carnaval?).

            Así pues, el universo simbólico de la novela ha atrapado desde el principio el ánimo de la reunión: la premonitoria cita machadiana, la estructura de flashback, el uso de los nombres con doble intencionalidad, los tintes autobiográficos, la borrachera nacionalista. Se presume que el autor -una vez más el autor- tenía bien procesada previamente la acción narrativa: desde el disfraz del protagonista, la salacidad de su ex-mujer o la arrogancia del catalán monolingüe, hasta tantas otras circunstancias tachadas de inverosímiles por parte de los asistentes. Pero el contexto carnavalesco lo explica todo.

            Aunque no para todos. Hubo quien expresó su descontento con la obra -y no se le rebatió-: a pesar de los valores simbólicos y la ironía subyacente, la historia narrada “no engancha”.

            Tampoco fue objeto de réplica una apreciación de apariencia contradictoria: novela de perdedor, que, sin embargo, triunfa cuando se vuelve charnego, aun siendo catalán de nacimiento. Al hilo, alguien advertía o reprochaba o denunciaba: el libro elude la actitud de otros charnegos de la realidad que, en dirección contraria a la ficción, intentan catalanizarse -¿por convicción?, ¿por esnobismo?, ¿para sobrevivir en el medio?

            Y una última intervención, de cierre: nos encontramos posiblemente ante una historia aburrida, insulsa y hasta inverosímil si no hubiera sido sublimada por el esperpento (¿el carnaval?). 

                                                           Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.