lunes, 24 de noviembre de 2014

Reseña de la sesión dedicada a EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA de Gabriel García Márquez

Una sesión de cocción a fuego lento, con resultado de plato exquisito.
            Al principio quizás daba la impresión de que los asistentes acudían a la reunión un tanto cohibidos. Había que comentar una novela universal, de reconocida calidad literaria por toda la crítica, la especializada y la del lector avisado o accidental. El mismo autor ya la declaró en su momento como su mejor obra. Parecía como si los contertulios llegaran preguntándose si aún quedaría algo verdaderamente relevante que decir de ella.
            En ese clima, el moderador inició una introducción, digamos, clásica, informaciones y sugerencias: que, publicada en 1985,  está considerada, junto a Cien años de soledad, una de las dos grandes novelas de García Márquez, que de ella el autor retoma alguna temática en su posterior Memorias de mis putas tristes, que en cierta manera es autobiográfica por las relaciones iniciales entre sus padres, que posiblemente también influyera en su concepción una noticia de entonces, la aparición de una pareja de mayores muertos… Aquí, justamente aquí, ¿curiosamente?, alguien intervino para avanzar su interpretación del final. Pero no, así no, ni siquiera un leve burbujeo había comenzado a bullir, el final de la novela merecía otro final. Se pospuso.
            Como efecto de aproximación, los atractivos del contexto argumental: la historia enmarcada en los finales del XIX y comienzos del XX, las innumerables guerras civiles que asolaban el país y la particular relevancia de la geografía (el Caribe, el río Magdalena…) para el desarrollo de la trama.
            Trama en torno a la peripecia vital de tres personajes que protagonizan la narración. Casi por orden de aparición (sálvese el frecuente recurso del flashback): primero se pone el foco en Juvenal Urbino; a la muerte de éste, en Florentino Ariza, que ocupa la parte central y más larga de la historia; y finalmente en Fermina Daza. Un triángulo donde confluyen los dos temas fundamentales de la novela: el amor y la vejez, por separado y/o en comunión.
            El primer hervor de la sesión, cuando alguien asemejó la experiencia personal al amor romántico y adolescente de Florentino y Fermina. Estado emocional vivido por muchas personas al margen o en paralelo a la ficción, argumentaba. A partir de esta intervención bajaría la presión del fuego, por innecesaria. El borboteo continuaría ya hasta el final, suave, amalgamado pero lúcido, parcial pero proyectado, poliédrico.
            La tertulia dispensó buenas dosis de fascinación a Florentino. Un personaje que en principio se antojaba un tanto friki (ayudaba sin duda su vestir extravagante). Pero que desde su juventud forja un proyecto de vida, una razón, una ilusión: alcanzar el amor de Fermina, cual si de una Dulcinea imaginaria se tratara. Y persevera en el tiempo, actitud que contrasta -ponderado acierto del autor- con la atmósfera de una sociedad quietista, con costumbres tan preestablecidas por los valores del casamiento, la Iglesia, el dinero, los apellidos. Ni el matrimonio de Fermina con Juvenal Urbino le lleva a desistir (cuestión de aguardar la muerte del marido, el poder del autoconvencimiento). Mantiene incólume su objetivo último, tanto como -asegura él- su virginidad para el ansiado futuro, a pesar de sus variadas incursiones eroticoamorosas (el poder del autoconvencimiento también). Gráfico florilegio de la mentalidad de libertad sexual en la mujer sudamericana. Con la habilidad expresiva del escritor, a la que se rinde la reunión. Añadiendo, por una parte, alguna reflexión: ¿cinismo del personaje?, ¿comportamiento deshonesto con sus suspiros de amor?, aunque…, él seguía soltero; y por otra, la relación concreta de Florentino con América Vicuña (de doce años de edad) resultaba un exceso, por mucho que pretendiera reflejar la realidad.
            En cuanto a Fermina Daza se reconoció que el personaje de  la mujer fuerte, de carácter, es más literario. Una personalidad que madura y se consagra en el último tramo de la novela. García Márquez la va perfilando desde las opiniones y comentarios de otros personajes. Pero no, no se trata de un personaje pasivo. Mediante su acusado sentido del olfato descubre no sólo la infidelidad del marido sino también la irremediable realidad de “oler a viejo”. Actúa, toma decisiones, se planta ante la tumba del marido muerto para una riña ¿virtual? con él sobre el matrimonio, o se entrega al amor de Florentino, que supone la liberación del corsé en que había vivido.
            Cuando este amor pasó del libro a los asistentes, las intervenciones se sucedieron entre el cariño por los personajes que lo protagonizaban y el acierto del autor al establecer el hilo conductor, la palabra escrita, el amor epistolar. Por este medio seduciría Florentino a Fermina, tanto en las cartas de juventud como en las enviadas a las puertas de la vejez.
A renglón seguido, hacia esta pareja prendió tal corriente de empatía, profunda y personal, que por momentos derivaba más a terapia de grupo -conózcase la edad media de los tertulianos- que a juicio crítico propio de un club de lectura. No era para menos. Más allá de la altísima calidad literaria, o tal vez por ella, la novela se revela como un canto a la dignificación del binomio vejez-amor. Un libro que, en el ánimo de la tertulia, te abre la perspectiva que a veces la edad se empecina en achicar, te mantiene el proyecto de vida. Un proyecto de vida del que nunca se apeó Florentino Ariza. Su respuesta, indubitada y magnífica, al capitán del barco en el final de la narración la tenía preparada desde el principio: “toda la vida” (contrapunto a la única actitud pesimista de la novela, la del personaje de Jeremiah).
Terminada la cocción, el plato preparado olía maravillosamente, y no precisamente a viejo, sino a optimismo.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

martes, 11 de noviembre de 2014

Reseña de la sesión dedicada a EL OLVIDO QUE SEREMOS de Héctor Abad Faciolince

          Elogio de un libro. Eso fue la sesión, nada menos. Donde cada intervención propiciaba desde el comienzo una suerte de realimentación del circuito de empatía de la tertulia con la obra. A pesar de que, en principio, diera la impresión de que los comentarios, opiniones y valoraciones se sucedían un tanto deshilvanados, como de saltos en el vacío. Pero no. Se trataba de una historia tan bien ensamblada que cada interpretación tenía su conexión subcutánea con la anterior, por diferentes que parecieran, en el hilo del elogio. Y así toda la sesión.
          Una historia que, a juicio de los asistentes, escapaba a los moldes académicos de la clasificación literaria, o los sorteaba. Un hijo, narrador en primera persona, cuenta la historia su padre, el protagonista. ¿Biografía? Desde luego, prima la visión subjetiva del narrador, que cierra con la muerte del padre. ¿Novela? Aunque, a lo largo del texto aparecen numerosas interpolaciones argumentadas sobre cuestiones de carácter social, político, etc. ¿Ensayo? Y, por si faltara poco, se aportan numerosas informaciones con nombres reales y fechas concretas sobre acontecimientos sociopolíticos explícitos. ¿Crónica?
          Parece que se alcanzó un consenso, más o menos etéreo: un libro, algo, escrito con técnica novelística. O sea, la reunión no resolvió. Tampoco persistió particularmente en este aspecto. Aunque evidentemente el punto de vista, el posicionamiento del escrito, siempre tiene su importancia, le seducía más la atmósfera poética  y la fluidez expresiva que desprendía lo leído.
          En tanto biografía, el protagonista destaca y brilla como catalizador de la historia -como en otras muchas-. Pero en ésta la singularidad estriba en su homenaje a un padre ejemplar. Cada pasaje del libro rezuma ternura, la de un hijo -narrador en primera persona como queda dicho- hacia su padre y la relación de adoración mutua entre ellos, con una evocación impregnada del sentimiento manriqueño de la muerte (El olvido que seremos). Hasta el punto de que el hijo declara en algún momento que sería capaz de reescribir con antónimos la Carta al padre de Kafka. Y, si bien, admite la posibilidad de alguna sombra o rasgo de personalidad no asumido (¿homosexualidad?, ¿infidelidad?), o más bien sugiere, lo desvanece y preserva en la inviolable esfera de la intimidad.
Un hijo que no defraudaba a un padre condescendiente, que en algún período de su educación permitió que no fuera al colegio -con motivación razonada-, pero que también reprendió al niño cuando se enroló en un ataque pandillero a la colonia judía. Un hijo que en el libro ensalza, con datos y argumentos más que sobrados, la concepción humanista del padre, a la par que denuncia la manipulación que de ella hicieron la izquierda y la derecha (hasta el asesinato). Un hombre, deduce la tertulia, inocente sin duda pero no iluso, aunque sensible a la adulación.
Se evidencia así el punto de vista subjetivo del narrador; pero tal calidez no empaña la veracidad de los hechos narrados. Un médico, profesor universitario, centra su dedicación en promover la salubridad en la población -prevenir antes que curar-. En su afán se reviste de lógica: superar el primer umbral, el hambre. Trayectoria que le lleva a liderar el Comité de Derechos Humanos del país, Colombia -hablamos de los años 90-. Pero… la violencia, una determinada violencia, oficializada (ministros, militares, policías, los aparatos del Estado en definitiva)… Alternativa: muerte o exilio (se queja el libro de las exigencias del gobierno español de entonces hacia quienes recurrieron al exilio en nuestro país). Para los tertulianos, ese tipo de violencia, en aquellas circunstancias, no surge gratuitamente, sino para que no despierten los pobres.
Ante semejante opresión, para el médico la lucha contra la desigualdad debe partir de la cultura y la educación. Y su crítica pública al mal estado de la educación en el país le lleva a una actitud consecuente y no convencional con respecto al hijo: aprueba que no acuda al colegio si no le atrae; e incluso le proporciona un año sabático al llevarlo con él durante el tiempo que estuvo en México. Lo fundamenta con que el hijo saldrá adelante si se procura ante todo su bienestar. No pasó desapercibido a la tertulia, y se ponderó, este componente afectivo de la educación.
Tampoco la religión resultó inmune al análisis del protagonista. La culpaba de mantener al pueblo en la superstición y el oscurantismo (cuyo origen situaba en España). Sin embargo, los asistentes a la reunión advirtieron que tales planteamientos no entraban en conflicto en el ámbito familiar, donde la madre era católica practicante. ¿Por qué?: uno y otra coincidían en interpretar y actuar en el mismo sentido ante situaciones sociales similares. Tanto que la mujer, religiosa, se puso a trabajar (creó una empresa) para la proyección sociopolítica del marido: los gastos familiares quedaban a cubierto por la mujer, y el activismo del marido libre de condicionamientos económicos.
Así pues, el relato del hijo, sustentado en una incontestable calidad literaria, despliega importantes variables, siempre sabias y atractivas juicio de la tertulia. Con el padre como dinamizador de todas ellas, sin duda; pero tan persistentes que, para algunos asistentes, superan la personalidad del personaje y su entorno familiar y trasladan el protagonismo al contexto sociopolítico de.la historia narrada. No obstante, el ánimo de la sesión discurrió por el único vector que la concitaba: el elogio.


Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.