domingo, 29 de noviembre de 2015

Reseña de la sesión dedicada a AL MORIR DON QUIJOTE de Andrés Trapiello

Es que uno no sabe si comenzar por la realidad ambiente resultante o, soslayándola un poco, acometer de principio la vasta consistencia analítico-intelectual que a duras penas se batía contra un verso suelto quizás hasta insufrible. Sesión, pues, de género particular.
            El común de la reunión, en su línea, se aplicaba al diagnóstico lato y neto de esta obra. Y partió de una interpretación inicial de la coordinadora de la tertulia, nos encontrábamos ante una forma de metaliteratura. El término, aceptado, en esos primeros momentos quedó… por ahí. No se volvería a mencionar -como tampoco líneas abajo de este escrito-. Y sin embargo, curiosamente bulliría y se escondería y emergería cual cabriolas de delfín desde el subconsciente analítico de gran parte de las intervenciones. La indefectible concomitancia de esta novela con la otra, la que ya mora en el altar del mito.
            No se consideraba libro de lectura fácil y ágil, para algunos costaba  integrarse en ella, principalmente en la primera mitad. Hubo quien confesó o lamentó “me ha faltado divertirme y engancharme”.  Aunque, la tendencia ampliamente mayoritaria se inclinaba en dirección opuesta: prodigiosa, divertida, con su punto de ironía, una novela en paladar categórico.
            Pero no hubo distingos en cierta trascendencia: este Al morir Don Quijote nos redirigía la mirada crítica hacia el personaje, primero,  y segundo, o la vez, hacia la lectura de El Ingenioso Hidalgo… Entendía la tertulia esta suerte de revival fruto de un cabal ensamblaje del autor con Cervantes.
Logro de Andrés Trapiello que se permite, además, una especie de juego de espejos con los autores, con los que salpimenta la trama: el propio Cervantes, el Cide Hamete de El Quijote, su Sansón Carrasco y el de la futura novela El final de Sancho. Juego de espejos, juego de autores, en definitiva, juego de perspectivas.
No en vano, este escritor, conocido discípulo aventajado de Francisco Rico, lleva diez años estudiando, trabajando y `traduciendo´ -entiéndase, trasladando al español actual- El Quijote.
Dedicación y mérito en ponderación unánime de la reunión. En esta novela recrea el lenguaje cervantino de tal modo que intercala en ella párrafos de El Quijote sin que se aprecien diferencias. La atracción del estilo y sus efectos en la lectura de algunos asistentes: frases subrayadas y memorizadas continuas, todas destacables.
Abundaron, pues, las intervenciones en torno a la relevancia del lenguaje cervantino, de su técnica y expresión. En detrimento de la atención hacia el argumento o la trama de la novela. Algunos repasos del final de la segunda parte de El Quijote conectaban con su Al morir… y lo explicaban, y adivinaban una estructura similar en ambas novelas.
Algo más difícil, dar cumplida cuenta del final de nuestra novela. Porque, en la línea de lo indicado antes, primaba la idea de que casi hubiera dado lo mismo que el autor lo hubiera resuelto de un modo que de otro. Porque el verso suelto anduvo desatado por este pasaje de la sesión. Y además, porque se planteó una cuestión concreta: la antinomia idealismo-realidad, personalizada en Sansón Carrasco. Su figura, su comportamiento último, ¿acaso no suponía una huida hacia el idealismo con tal de eludir la realidad?, ¿y si equivaliera a una forma de hipocresía social?
O quizás le moviera el eterno mantra del amor. Como el que embargaba a la sobrina y al ama de Don Quijote, cada cual con su vertiente, pero que las llevaba a confluir en una tan inusitada como estrecha relación.
Se desprende el gran artificio: la locura de Don Quijote irradia en derredor. Polifonía de El Quijote que reverbera en nuestra novela. Personajes universales, que convierten en universal al autor.
Con todo, fue el personaje de Sancho quien suscitó más comentarios. Principalmente por su creciente protagonismo durante la segunda mitad de Al morir…, en paralelo a la evolución de su personalidad, la metamorfosis que experimenta hacia la de su malogrado amo.
Análisis que mereció la siguiente reflexión: se trata de un proceso dialógico mediante el cual las personas nos `contaminamos´ unas de otras; de ahí la importancia de la variedad en los grupos sociales. Y se incide en ese concepto, proceso, puesto que la trasmutación no se produce a consecuencia de un hecho puntual que la haga irreversible. En Sancho ocurre cuando la apariencia de la realidad poco a poco se le viene abajo.
Para determinar la relación causa-efecto se pone el acento en la decisión de Sancho: aprender a leer. Primero, para conocer directamente lo que se dice de él en El Quijote, y reajustar en consecuencia sus actitudes y comportamientos. Al hilo, nueva reflexión: cómo las personas sobreactuamos cuando se nos pone el foco (le ocurre a él y a otros personajes cuando saben que van a salir en el libro). Y segundo, para ser libre -¡ay, la libertad que proporciona la lectura!
Dos mensajes más quedarían latiendo en el ánimo de la reunión, recogidos al alimón por la novela inmortal y por esta, que lleva camino de serlo también. Por un lado, Don Quijote recupera la cordura y poco después muere “de melancolía”; es decir: recupera el sentido de la impotencia y muere ante la conciencia de lo imposible. Y por otro, `loco´ y `cuerdo´ no son términos absolutos, admiten grados.
¿Y lo del verso suelto? Si comentabais una narración… Pues eso, admite grados.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Reseña de la sesión dedicada a EL BAILE DE LA VICTORIAde Antonio Skármeta

El embrujo de un título. Durante la reunión se aludió al juego de ambigüedad del título de la novela. Baile de quién o de qué, ¿del interpretado por el personaje de Victoria?, ¿del golpe-atraco de los protagonistas?, ¿de éstos sólo o de los personajes en general?, ¿del triunfo político?

La respuesta quedaría en el aire, como otras sospechas, pero baile baile como tal, haberlo, lo hubo y mucho a lo largo de toda la sesión. Fragoroso, melódico, atropellado, controvertido, entreverado, con ritmo y arritmias.

La obra, el mejor Premio Planeta de los últimos tiempos a juicio de un tertuliano, se prestaba al debate. Sin duda. Ya se reconoció desde el principio. Y el baile, ese baile de las ideas, comentarios y opiniones no se hizo esperar.

En cuanto el moderador dio marco a la novela, sugirió temas y pronósticos, saltó a pista la primera ¿disidencia?: “No me ha gustado”, taxativa. Y sus razones: primero una ligera concesión, la novela es distraída, pero…, bueno, vale; aunque añadiría inmediatamente: sin argumento cerrado, deficiencias en la estructura, final demasiado abierto, y, por si fuera poco, dificultad de lectura por su exceso de chilenismos. Posiblemente toda una sorpresiva propuesta para el baile de análisis.

Dado que la calificación de `distraída´ remitía a impresión subjetiva, y no a género alguno, la tertulia se aprestó a desbrozarlo. En este aspecto el compás discurrió acorde y conjuntado. Quien le detectaba tintes de novela negra (intriga, suspense, malhechores). Quien la valoraba de aventuras. Quien, de lucha por ideales. Quien, de perdedores (y que movía a la ternura). Hasta de novela visual se habló en algún momento. Pero, sin negar los atributos anteriores, primó que se acoplaba más al concepto de novela de personajes.

De fondo, el post-Pinochet de Chile, nación del autor. Al cual agrupa la tertulia con otros escritores sudamericanos en tanto cuentan con unas sociedades muy accesibles para su ficción. En la de este Baile de la victoria, dos aspectos destacables: sólo la humanización salva a estas sociedades problemáticas, corruptas; y además, la necesidad de luchar para escapar del medio hostil, de lo contrario, no hay salida a pesar de la llegada de la democracia, intención fundamental de Antonio Skármeta para los asistentes.

Seguramente por esto, la trama se antojaría al autor cuestión menor. Seguramente, pero no para la reunión, en vista de que en los tramos de la trama el baile se volvía más intenso. Las intervenciones, un mosaico de compases acelerados: concordantes, divergentes, autónomas, aclaratorias, didácticas. Unas hablaban de tramas poco creíbles (como justificar el encierro de un preso en una celda día a día durante un mes sin levantar sospechas, o las imprecisiones narrativo-descriptivas que enturbian el golpe-atraco). Otras, de sobrecarga narrativa en algunos capítulos. Y cambio de cadencia, una historia con encanto: la ayuda mutua entre personajes no exenta de sacrificios y renuncias (la del policía como entrañable vicario), bien ensamblada. Nuevo giro, la trama denunciaba corrupción, o se recordaba lo de “quien roba a un ladrón…” Y con todo, la mayoría, ocupada y casi obsesionada en no perder los pasos del golpe-atraco (nudo, sin duda, del proceso narrativo), se sumaba a un doble escorzo: por un lado, lo importante, lo interesante, no residía en el cómo, en la trama misma, sino en el objetivo, que prosperara el robo; y por otro, que el autor apenas mostraba verdadero interés por la trama.

Para la tertulia, el trabajo principalísimo del autor se centra en los personajes, por qué actúan así, los motivos de sus comportamientos (cada cual con los suyos). Para elogiar o recelar de sus peculiaridades, se ajustaron pasos y giros, el ritmo altibajounítono y dinámico. Junto con la dimensión humana de sus diálogos, cautivan perfiles y encuadres, donde los `malos´ oficiales resultan ser los `buenos´ y al revés. Vaya por delante, sin embargo, algún reparo: ¿personajes cultos siendo del hampa? Lo que no impide, desde luego, que lleguen al lector, incluso los secundarios, encantadores también.

Pero movimiento sincopado y máxima plasticidad, con los tres protagonistas. Skármeta no les había asignado los nombres a voleo, no, respondían a una simbología más o menos subliminal o evidente. Victoria, Ángel y Nico.

A Nico, maduro y descreído, afamado delincuente, le molesta el acortamiento del nombre, prefiere el renombre de sus apellidos, Vergara Grey, más con el segundo, por su similitud con la invención del teléfono (Grey-Gray). Notoriedad, según un tertuliano, con la que el autor trampea un poco: hay que demostrarla con la ¿precisión? del golpe-atraco –“qué, cómo”, le pregunto en un aparte, y me responde “no te preocupes, lo que quiero es crear polémica” (imagínese la efervescencia del baile)-. En cualquier caso, sus aspiraciones de status blanqueado tras la cárcel van mudando hacia los ideales de los otros.

Y Victoria y Ángel, los dos chicos jóvenes del triángulo, exponentes de los ideales puros. De Victoria, aunque los asistentes se detuvieron unos momentos en sus exámenes, la reflexión que les planteaba como docentes, ponderaron el nombre como sello de sus anhelos. Mientras que la interpretación de Ángel apenas necesitaba tampoco verbalizarse: primero demonio (por su aparente incitación al mal), después custodio. Si bien, su asesinato, por decisión del autor, creó una cierta decepción.

Una muerte, esa, con desenlace narrativo pero sin merma de feromonas en la reunión. Controversias, baile dispar y casi desparejado: ¿Final abierto?, no importa. Pero desesperanzador. Quizás mejor cerrado, permitiría una puerta al optimismo. También posibilismo en el azul metafórico del comienzo y el final de la novela. Y persistencia en la simbología, la última secuencia: padre que ha perdido un hijo y gana una hija, hija que ha perdido al padre y gana otro. Pero otra contra, cruda: los protagonistas que sobreviven salen huyendo. 

Como alguien apuntó en algún momento de la sesión: este libro, una lectura de ida y vuelta, a veces te pierdes y luego vuelves. Así el baile, ¿no?

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

sábado, 8 de agosto de 2015

Reseña de la sesión dedicada a EN LA ORILLA de Rafael Chirbes

             Una sesión particularmente desestructura, quién sabe si por efecto de ciertas latencias generadas por la lectura de esta novela en el ánimo de los asistentes, ¿admiración, identidad, melancolía, solidaridad, conmiseración, prevención, trauma, posibilismo, angustia? Hervidero cuyo chisporroteo incontrolado no remansó hasta el cierre. Tentador clima para su traslado a estas líneas con enfoque cronológico, aun a riesgo de barullo expositivo.

La reunión comenzó con argumento de autoridad, el aval de la crítica a la novela: la manera de narrar daba la talla de un gran escritor. La tertulia se sumó al criterio en este momento inicial y en otros posteriores -de los que también quedará constancia.

            Enseguida, sobre el tapete, la complejidad temática. Discernir las variables y concomitancias del mensaje, donde la intención del autor parece exacerbarse o estancarse. Se plantea la tertulia si éste no cae en un exceso repetitivo, o acaso pretenda distintas perspectivas para un mismo asunto.

            A partir de ahí, la crisis en el frontispicio de la novela y de la reunión. La crisis, ¿qué crisis? Crisis económica, pero a la vez y en el mismo pack crisis de valores, contexto de duopolio muy reconocible para los asistentes. Que el novelista traduce en una especie de alegoría: el pantano como espacio, cuyas aguas, ahora envilecidas, simbolizan el mundo actual, su podredumbre, etc., en contraste con el mismo escenario idealizado por el protagonista en su niñez.

            Sí, sí, Chirbes escribe muy bien. El comentario, generalizado, no llega de la inercia, sino de la identidad con esa forma tan directa y punzante de narrar el éter de la ruina humana, guadaña vigilante del relato.
            Y por fin se decide abordar la figura del protagonista, eje inevitable y perturbador de todas las miradas. Como primera consideración, su cabeza de `mono loco´, origen del supuesto amontonamiento temático a lo largo del relato y su consecuente y presumible válvula repetitiva. Aunque, la justificación al quite: la narración huye de lo lineal y abunda en el perspectivismo, de ahí que las secuencias se acumulen e incluso se superpongan.

            Se coló por aquí a un apunte denostando las consecuencias genéricas de la crisis, que no tardó en particularizar imagen de la emigración en distintos países.

            Sesión de vértigo. No se había terminado con…, cuando se retoman elogios hacia la fórmula narrativa: monólogo interior sumado a estilo indirecto libre. Casi entre paréntesis, una intervención destaca que el protagonista hace repaso y ajuste de cuentas con personajes y etapas de su vida. Pero ahora estamos en la expresión: se ponderan el recurso de paremias, la estrategia de redacción en el empleo de los dos puntos y, en general, la marca de un estilo narrativo trepidante -casi como el ritmo de la sesión.

            No obstante, se imponía el retorno a la temática y su impronta en el protagonista. Contra el tufo pesimista de la novela, algunas opiniones o deseos sugirieron que ésta también desprendía algún rayito de luz: la relación de Esteban con Leonor, con su tío, con Liliana. Si bien, a ojos de otros asistentes, quizás de todos en el fondo, sólo nos debatíamos entre posibilismos. ¿Qué certidumbres, si la única solución que aporta el protagonista, su única y última esperanza, es el suicidio? La muerte como purificación.

            El protagonista, del derecho y del revés. A diferencia con la generación de su padre y de su abuelo, carece de ideología (a modo de cuña, se considera en este punto que la novela tiene mucho de ensayo). Alguien asegura percibir en él rasgos de envidioso, pero planteamiento rechazado; son más propios de un amargado. ¿Víctima del azar?, nunca ha dispuesto de auténtica libertad, las sucesivas circunstancias han estado conduciendo su existencia. Buena parte de su misma personalidad se revela condicionada por la del padre. Vida fracasada, fallida, cuya atmósfera narrativa alcanza por extensión al resto de personajes.

            La pregunta vino rodada y retórica: ¿En la orilla de qué? Es tan difícil convivir con la soledad y el desamor.

            A estas alturas, se desvió un poco la atención de la tertulia hacia los sustratos del mundo del bar, donde se cuecen negocios, machismos y otros sucedáneos. También, por contra, hacia otro atisbo de credulidad en la condición humana, por tibio y controvertido que se antoje: la fe de Liliana, cuyas ingenuidades reprocha el marido, pero en la que ella persevera acaso con tintes cínicos a poco que se escarbe en el personaje.

            Fases de la novela y episodios que resitúan el ambiente dialéctico en el fragor narrativo, capaz de introducir al lector en su médula e identificarse o solidarizarse. Personajes, situaciones e ideas son palpables en la diversa realidad de los asistentes. No cabía duda para la derivada: la intrínseca relación angustia-estilo narrativo.

            En los últimos destellos de la reunión se puso el acento en la rebotica de las codicias, sus miserias y avatares. El escritor describe gráficos muy de actualidad, se pone el ejemplo -triste- del trabajador que cobra en negro para mantener la prestación por desempleo.

Pero, ¿no terminamos un poco exhaustos?

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Reseña de la sesión dedicada a EL MUNDO DE AYER de Stefan Zweig

Te sientes un tanto cohibido, ¿verdad? Llegas a la reunión con la sensación de que ya todo está dicho -escrito- de antemano, y tan bien. De que poco, muy poco, puedes aportar o contraponer a los mensajes del libro. Detectas riesgo más que probable de caer en generalidades de manual o en el ridículo intelectual, carencias inconfesas aparte. ¿Cómo lo afrontas?
La humildad siempre es buena consejera. En este microclima vivaqueó la sesión (aunque tampoco faltó algún amago de descarrilamiento).
            ¿Por qué no confesarlo? Buena parte de las intervenciones reprodujeron miméticas las reflexiones desplegadas a lo largo de la obra. Un sentimiento receptivo, casi reverencial. Que no implicaba, desde luego, entrega automática, indeliberada -actitud muy alejada de este Club de Lectura-, sino fascinación por la veracidad, franqueza y transcendencia del pensamiento vertido.
La tipología del libro (¿autobiografía, crónica…?) interesaba, claro; pero más las vivencias del autor, aquella Europa del XX roturada con sangre de guerras. Y todavía más inquietante que la historia, las premoniciones.
Catarata de ideas que te agobia´, en opinión del circunstancial moderador -flamante para esta reunión (¿acertada ocasión?)-, que la tertulia asumió enseguida con un hálito liberador, un consuelo. Tantas ideas argumentadas y matizadas dejan su poso, pero  muchas se olvidan.
            Disyuntivas que los asistentes intentaban desbrozar desde la fundamental, compleja y turbadora tesis del autor: los contemporáneos de cada época no perciben, percibimos, las dimensiones del proceso de cambios socio-geo-políticos que se están fraguando. Al respecto apunta-acusa a tres factores principales: la desidia social, la manipulación de los jóvenes y la realidad creada por la propaganda. La traslación de aquellos condicionamientos a la actualidad (¡un siglo después, sólo uno!) propició paralelismos poco halagüeños. Se preguntó, por ejemplo, por la erupción del mundo islámico, y en esta órbita, por los jóvenes (hombres ¡y mujeres!) que se alistan en el llamado EI, ¿preocupante correlato de las juventudes hitlerianas?
            La reunión oscilaba, bajamar-pleamar, entre El mundo de ayer, el de hoy y el del incógnito futuro. Conciencia avivada por un escritor apátrida, héroe, quizás profeta, pero con ángulo de visión difícil de precisar. Acaso focalizara desde la élite enriquecida, ¿pero importaba demasiado? Algo sí quedaba claro: él no cuenta la historia, sino su por qué y cómo, y así la hace entendible. Mérito sustentado en su celo por la expresión escrita (según él, cribaba páginas y páginas). Con resultado de éxito indiscutible que, sin embargo, él relativiza.
Aproximación específica al autor donde recibió algún reparo: contar con la perspectiva histórica hacia el pasado le habría permitido un análisis más frío y ponderado. La réplica no tardó. Por un lado, él no se podía permitir cruzarse de brazos ante él infortunio sociopolítico que presenciaba. Y por otro, su cercana experiencia de la 1ª Guerra Mundial le proporcionaba sobrada solidez argumental para denunciar demoledores precedentes en la 2ª.
Alemania en el eje, del libro (el texto se detiene en mitad de la catástrofe). Con dos vectores de alarma, que la reunión deduce trascendentes para el escritor. Uno en su Viena natal, en proceso de satelización de Alemania. Cambio que Stefan Zweig achaca amargamente (¿vaticinio para la posteridad?) al bienestar, la comodidad, etc. Estas, digamos, propiedades no responden a un estado natural, otorgado de antemano, hay que preservarlas con esmero y dedicación. Por contra, la desidia…, ya se sabe. Hasta quizás permitió que Hitler invadiera Austria. Entre esas y otras razones, por revancha contra la elitista Viena que antes lo había encarcelado. Y el otro vector, en torno al antisemitismo, los factores que lo alentaron o reactivaron entonces: la aristocracia reacciona por una especie de envidia contra la burguesía-judíos, que había ocupado su espacio socioeconómico (nada nuevo, por otra parte, con respecto a similares episodios históricos anteriores).
Al hilo, en ese brujulear entre épocas, los asistentes constataron las escasas referencias a España (algún apunte a su guerra civil y a la relación del autor con Dalí). Se justifica en que nuestro país no participó en la 1ª ni en la 2ª Guerra Mundial (con sus ventajas e inconvenientes). También se añadió un ¿decorado? de fondo para Alemania: controvertidos conceptos de orden, justicia y eficacia.
Y por ahí, otro de los motivos capitales del libro, la mano ¿sólo protectora? del intelectual. Determinar el valor, su posicionamiento e intervención en la sociedad, su papel ante los atropellos políticos. Al respecto, la tertulia destacó tres de los datos comentados por el autor: el lamento de Freud por la dejación de la cultura, el cuestionamiento de las aportaciones propias de la Universidad, la respuesta particular de Benedetto Croce (rodearse de libros como única arma de resistencia). Y de lo particular a lo general, la aspiración de Stefan Zweig (y su frustración): a veces no es suficiente que los intelectuales tomen la palabra, la tribuna, deben actuar también, con un sentido de colectividad moral por encima de fronteras.
Desde tal pensamiento arremete contra los nacionalismos, a la vez que aboga fervientemente por una corriente de opinión que ya germinaba entonces, la de una Europa unida. Verifica la tertulia así que esa idea de Europa no es tan reciente como se cree, el libro la remonta a principios del XX. Aunque los primeros pasos se materializarían tras la 2ª Guerra Mundial. Hasta alcanzar la situación actual se ha avanzado mucho. Impensable en los tiempos de  Stefan Zweig, y menos para este defensor del espíritu europeo, que acabó el libro y se suicidó (por información aportada a la reunión) sumido en sus desesperanzas y en el espanto de que Hitler invadiera Inglaterra.
Deja así el libro una huella de decepción, ¿verdad? Tanto por el suicidio, ajeno realmente a la lectura, como por el pesar y la desazón que te va horadando a lo largo de ella. ¿Cómo afrontar tus conclusiones de otra manera?


Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

jueves, 7 de mayo de 2015

Reseña de la sesión dedicada a HEADHUNTERS de Jo Nesbo

        Reticencias, escepticismo, inferencias, ambigüedades, intertextualidad, reproches, concesiones, debate, debate. Una sesión profusa.
            La peculiaridad de la novela, negra pero escatológica y hasta gore en algunos pasajes, suscitaba suspicacias en los estados analíticos de los asistentes. Hasta el punto de que en algún momento se preguntaron lo aparentemente más sencillo: ¿gusta la novela? Como respuesta de extensión, otra pregunta: ¿qué se entiende por gustar? Pues… si te ha entretenido, si te ha divertido, si la recomendarías a un amigo… En tal caso, una conclusión de origen político derivada en clásica: “sí, pero”. Ambigüedad.
            En cuanto a la expresión, de inicio se le reconoció como obra de lectura rápida, ágil, intensa, concentrada. Nadie opuso objeción alguna. Pero más adelante, no enseguida, algo no cuadraba: el exceso descriptivo, y probablemente sobrara. Escepticismo.
            Tampoco la trama cautivaba voluntades. Aun admitiendo mayor dinamismo en la segunda parte de la historia, la estructura narrativa en su conjunto se antojaba desconcertante. Quizás por su comienzo in media res. Vale que tal recurso es frecuente en las novelas de este tipo; pero aquí parece poco justificado como atractivo para atrapar al lector desde el principio (si el protagonista, narrador en primera persona, describe su estado tras un accidente de coche, obvio, se va a salvar).  Reproche uno.
            Una acción narrativa con giros tan inesperados como cogidos con pinzas. La explicación misma que resuelve la trama queda un tanto forzada. Para los asistentes, sorprendente todo, desde luego; pero en el sentido menos sugestivo del término. Y en cierta forma, decepcionantes las soluciones del autor al hilo dramático que ha fraguado. Reticencia uno.
             Controvertido autor, pues. Comprende la reunión que, como escritor, haya disfrutado ideando tal obra. Pero en ella, en su afán de jugar al despiste, hace trampas al lector, lo engaña ¿con cierto cinismo? Seguramente se lo permite porque, a esta altura de su producción literaria, ha alcanzado renombre (`renombre´, quedémonos con este término). Al respecto, se añaden además dos datos relevantes a juicio de los asistentes. Uno: en todas sus novelas negras aparece el mismo personaje-detective, pero no en ésta. Y dos: tanto en las novelas de Agatha Christie como en Headhunters el lector no acierta con el asesino, pero mientras en aquellas se seguían planteamientos razonables, en esta, no. Intertextualidad.
            ¿Aciertos? Sí, claro, también. A juicio de los asistentes, el escenario descrito, la atmósfera social en la que se desenvuelven los personajes. Verosímil, muy actual (ejemplo, la marca de zapatos que calza un personaje determina su nivel socioeconómico). Tanto el mundo ferozmente competitivo de las altas esferas empresariales, con sus entrevistas y estrategias en pos del poder, como las relaciones matrimoniales que merodean o sobreviven por esos lares. Concesión.
            También se reconoció un buen trabajo en la caracterización de personajes (tampoco se consideran los típicos de estas novelas). Aunque, quien acaparó los comentarios de los asistentes, sin duda, el protagonista. Cazatalentos para grandes empresas; sin empacho, se consideraba el mejor, “el rey de la colina”, en denominación propia. En denominación de la tertulia, un chulo, que se mofaba de los aspirantes que entrevistaba y trataba con menosprecio a su compañero de trabajo. Se jactaba de su método entrevistador, infalible. Basado afamadas técnicas interrogatorias, pero incluso superándola a veces. Vivo ejemplo para los asistentes de que verdaderamente el poder radica en quien tiene la atribución de preguntar. Inferencia uno.
Había logrado hacerse imprescindible en esta profesión, debido, según él, a su excepcional “renombre”, afanosamente labrado, no lo cree gratuito. He aquí la clave, el “renombre” (entiéndase ahora que el autor pudiera haber caído en la tentación de su personaje). Si bien, aun real en el protagonista, la tertulia entiende que también hay mucho de montaje y apariencia, postureo, no sólo en él, sino también en otros personajes (como el periodista y el policía en la entrevista de la tele). En resumidas cuentas, los asistentes coinciden en que protagoniza la novela un personaje inmoral. Cuestión aparte es la fascinación que genera, la fascinación del mal (aspecto este ya comentado en otras sesiones). Reticencia dos.
Sí, se admite que la novela refleja una realidad que existe (ya queda dicho). Pero lo que molesta y conturba a la reunión es el posicionamiento del autor, que no aproveche la novela para cuestionar esa realidad. Reproche dos.
Ay, el autor. Al final da cobertura de héroe a un personaje inmoral. Evidencia que provoca en la reunión disyuntivas e interrogantes de calado: personajes inmorales – valores morales del escritor, moralina, ¿moral el arte?, ¿en qué plano de la ética se sitúa cada cual? Inferencia dos.  
            ¿Y el anunciado `debate, debate´ del principio? Reléase la reseña y dedúzcase de lo expuesto. Como en este tipo de novelas, al final todo encaja.
Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

jueves, 16 de abril de 2015

Reseña de la sesión dedicada a LA CONJURA DE LOS NECIOS de John Kennedy Toole

            La gráfica de la sesión muestra una línea de tendencia más bien fría, que discurre a ras del eje de abscisas, pero sin valles y con algunos picos relevantes.

            Como valoración de la obra en general se recurrió al término usual de `enganchar´: esta novela, o te engancha enseguida o la abandonas casi desde el principio (aunque hubo quien declaró haberla aguantado durante algunos capítulos). Relación, pues, de amor-odio elevada a categoría.

No faltaron precisiones, claro. Algunos asistentes confesaron haberla leído por prurito culto en su primer boom, allá por épocas de juventud; pero ahora su relectura les había resultado mucho más enriquecedora. Concluían con ello que quizás una segunda ocasión proporcionaría la comprensión plena del libro. Sin embargo, otras opiniones se manifestaban encantadas con este primer encuentro. Mientras que algunas se mostraban escépticas: desde una actitud lectora que no pretende profundizar sino sólo disfrutar, esta novela reprime, provoca pena.

No exactamente pena, pero sí una cierta desazón sentiría la tertulia por las relaciones del autor con su madre, que explicarían la línea medular de la peripecia vital de Kennedy Toole y de buena parte de esta novela. En cuanto a lo primero, según se informó en la reunión, la madre influyó decisivamente en la vida del hijo, particularmente en la presión que ejerció sobre sus estudios, y asimismo, se interesó obsesivamente por la publicación póstuma de la novela. Al respecto, un episodio inquietante revelado por la policía: cuando el autor se suicidó inhalando gas del tubo de escape, había dejado una nota escrita, que la madre destruyó tras leerla. Y en cuanto a lo segundo, y como consecuencia de sus estudios, sobresalientes, la novela desvela un escritor culto, por sus referencias a Boecio y por los personajes literarios que incorpora (D. Quijote…).

            Con todo, no sólo tal calidad intelectual ponderaron los asistentes, sino también que utilizara recursos estilísticos tan contradictorios en apariencia -un pico de la gráfica-. En algunos tramos el narrador en primera persona, en otros la segunda persona, y por entremedias el género epistolar y hasta el ensayo. Todo ello para alcanzar el reflejo de una realidad compleja. El `cómo´ de la transmisión del mensaje adquiría así importancia capital. Sorprendían gratamente recursos-aciertos literarios como la inefable válvula pilórica del protagonista, o su bimembración geometría-teología, etc.

            Por esta tendencia alcista abundaron los comentarios de los contertulios acerca de episodios y catadura de personajes.

            Hasta alcanzar el énfasis -nuevo pico- en la personalidad de Ignatius Reilly, protagonista de la novela. Concitaba una misma idea, aunque desde diversos ángulos. Así, fue considerado personaje contradictorio y esquizofrénico, que  deforma la realidad o la tergiversa a su favor. O diagnosticado como enfermo, ¿con trastorno bipolar? O calificado de tarado y vomitivo. O acaso apuntaba maneras de un tal Don Quijote.

            Nadie más histriónico y contradictorio que el protagonista, pero ninguno de los demás personajes le iba a la zaga. De todos interesaba sobre todo el alma y sus comportamientos, que, a juicio de algunos tertulianos, encarnaban la clásica `obra de perdedores´. Si bien, este término se llegó a puntualizar (citando la expresión de una persona ajena a la tertulia): “la gente no es buena ni mala sino regular”. Se enlazaba de este modo con otra consideración acerca de los personajes: `regular´ no quiere decir `vulgar´, ninguno lo es. Eso sí, todos “piraos” y  necios (elogiado el innegable el acierto del título). Aunque quizás salvando, un poco, al señor Levy, cuya actitud parece responder a cierta lógica, y a sus hijas, pero sólo porque estas son personajes que no intervienen en la acción -que si no, quién sabe.

Así pues, la reunión asiste a una miscelánea de personajes que rompen la realidad, muy hábilmente enmarañados por el autor en una red de obsesiones que llevan a la hilaridad del lector.

Cuestión menor se entendió la interpretación del final de la obra -vuelta al eje de abscisas-. Sentado que todo (buen) novelista debe saber el final del relato, los comentarios para el de esta Conjura giraron en torno a tres opiniones que, posiblemente por diferentes pero complementarias, adoptaron casi las mismas estructuras oracionales: el lector apenas lo imagina, el autor lo resuelve bien, la novela lo deja abierto.

Y un último pico: esta tertulia (como tantísimos otros lectores, suponemos) identifica La Conjura de los necios con crítica social. Una crítica seria y potente que no deja títere con cabeza. La universidad, la policía, la marginación social… pasan por semejante tamiz. Con tal intención, la novela coge de las solapas al lector desde las primeras páginas y zarandea sus principios éticos y sociales a lo largo de toda la trama narrativa.

Fin de la gráfica.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

martes, 24 de febrero de 2015

Reseña de la sesión dedicada a EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS de Joseph Conrad

            La sesión apuntaba a corta y delgada, por algunos comentarios intercambiados antes del comienzo. Y quedó palpable en cuanto se inició. La lectura de esta novela, aun avalada por el reconocido prestigio del escritor en el mundo literario, había generado entre estos lectores cierto desconcierto. En este clima, más de uno confesó sin complejos que había resistido hasta el punto final sólo por responsabilidad con el grupo (para alguno, aun a costa de su sensación de pérdida de tiempo). Tertulia tan consolidada en objetivos y métodos se encontraba al borde de la perplejidad.
            Los primeros chapoteos presagiaban ir sobrenadando por apuntes de cercanías hasta dar con algún anclaje de consistencia dialéctica, o dar por concluida la reunión por imposibilidad, impotencia o incapacidad para fondear.
            Las intervenciones se apoyaban unas a otras. Lamentaron un estilo denso y farragoso, con saltos en el vacío injustificables o inexplicables, que revertían en una lectura angustiosa por seguir el hilo de la trama. ¿La trama?, ¿qué trama? Se antojaba tan débil que el libro no pareciera novela en el sentido estricto del género. ¿Acaso monólogo? ¿Tal vez ensayo?; pero tampoco. Aunque…, por esta segunda vía… quizás… se asemejara, si no en su totalidad, en esas dilatadas disertaciones por donde el texto aguijonea y fustiga ensimismado, y, por supuesto, en el objetivo último de la obra.
            Así, con todas las salvedades enunciadas, la tertulia se sintió más identificada con su médula cuando reconoció, más allá de la historia narrada, una reflexión-denuncia sobre la colonización de África por Europa a comienzos del XX. Voracidad lucrativa agazapada bajo el manto redentor de la civilización, que, aun con escasos medios, no escatimaba métodos de explotación. El marfil como objeto de todos los deseos, y para su obtención, sometimiento implacable o muerte de los aborígenes y depredación impasible de los animales portadores de aquella codicia (¿a qué más medios con métodos tan expeditivos?). La condición `in-humana´ de la civilización.
            Por aquí, Vargas Llosa (argumento de autoridad para la misma temática por El sueño del celta, ya comentado en este Club). No en vano. Las últimas ediciones de El corazón de las tinieblas aportan su firma de la Introducción. Fragmentos de ésta leídos durante la reunión aportaron no poca luz y levantaron elogios por encima de la novela misma. Tan perdidos andábamos.
            Pero persistía la desazón. El personaje de Kurtz, ¿cómo encajarlo en la trama? Ahhh…, la trama. Sí que parece su ensamblaje, pero deslindemos, a mejor análisis. Se coincidió en personaje que emerge misterioso tras los estadios iniciales de la narración, en las miasmas de lo esotérico; y luego, a medida que el relato clarea por las incertidumbres, adquiere dimensiones de cacique o similar abocado a la locura fatal.
            Por estas sobrenadaba la tertulia, fatigada, cuando la intervención de un miembro recién llegado la recuperó del tibio naufragio al que se plegaba.
Cual revival. Se hizo mención al título, tan ilustrativo para la novela como para el despiste de los contertulios. Se repasó las nieblas del espacio narrativo. Se reprochó el excesivo esfuerzo del lector para la construcción de personajes, que apenas alcanza el bosquejo; salvo Marlow y Kurtz, dotados de perfiles algo más nítidos. Se polemizó (poco) sobre el acierto-exceso de lo simbólico, tanto del espacio como de los personajes.
            Y la colonización volvió al eje del análisis. Sin obviar su mejor tratamiento en El sueño del celta, la tertulia particularizó premisas y conclusiones de la obra de Conrad: el colonizador de la novela va del idealismo primigenio y alentador a la perversión última de sus credos,  con deriva final en la locura. En otra formulación, un enfermo por el poder (en su concepto más tenebroso), cuya consecución lo transforma en salvaje. Con corolario: las sociedades y culturas colonizadoras adquieren también, acaso como acto reflejo, esa perversión del individuo singular -hablábamos de aquel pasado novelado, ¿pero cómo asegurar si el comentario no procedía de un subconsciente con claves más recientes o cercanas, más intramuros?
Colonización (aquella) versus humanización. Pensamiento este que desprendió en la tertulia tres ramales temáticos. Por un lado, la fascinación del mal latente en algunas personas, representada por el atractivo que la personalidad de Kurtz ejerce en Marlow. Por otro, la trascendencia de la mentira en determinadas situaciones, mediante la ¿`mentira piadosa´? con que Marlow resuelve su entrevista con la novia de Kurtz. Al respecto, se preguntaban los asistentes si a veces conviene más no decir toda la verdad. A lo que respondía Vargas Llosa desde su referida Introducción: “Hay verdades tan intolerables en la vida que justifican la mentira”. Y por último una cuestión, turbadora cuando menos: el carácter anónimo del poder, reflejado en esa Compañía nebulosa, inidentificable, la mano que mece la cuna en el relato. Un continuum a lo largo de la Historia: la Compañía, los mercados, la troika…
Pues bien mirado, al final, la sesión resultó algo corta, pero no tan delgada.


Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

lunes, 16 de febrero de 2015

Reseña de la sesión dedicada a MADAME BOVARY de Gustave Flaubert


            O de cómo contrastar criterios, sugerencias, reflexiones, diagnósticos, sensaciones, inferencias o corolarios sin caer en la petulancia ni en la loa ni en la paráfrasis en torno a una novela de tamaña dimensión. Por ese tono, con su valle y sus picos (más picos que valle) discurrió la sesión.
El desarrollo casi cabría escalonarlo en dos períodos, una suerte de danza de las abejas que culmina en el néctar.
Así, la reunión comenzó a modo de maniobras de aproximación al contexto de la obra (se daba por sentado que el objetivo era el personaje). Empezando por el inmediato, el del lector-asistente, que se conjugó en dos actitudes, quizás subsidiarias la una de la otra. Por un lado, costaba fondear en la lectura, pero esa vitola de clásico… ¿cómo negarle el honor? Por otro, la aseveración de que el circunstancial estímulo del lector es determinante, de ahí la empatía con el libro o cerrarlo.
En cuanto a la aparición de la obra (aquel contexto), no cabía duda de su onda expansiva. Se trataba de la primera novela realista-moderna-burguesa que, en el marco de la revolución industrial, reacciona contra el anterior Romanticismo. Choque de trenes sin duda, pero alejado para los contertulios.
En este sentido, aunque se reconocían importantes aportaciones del relato para el conocimiento de la época, se le apreciaban tintes de novela antigua. La réplica llegaría, a modo de sugerencia, en analizar con la estética del Realismo. El problema estribaba para buena parte del grupo en que tal estética restaba dinamismo al desarrollo narrativo por primar en exceso lo descriptivo, con resultado de una lentitud que se antojaba innecesaria, a veces exasperante. Hasta el punto de interpretar la historia novelada como un decorado que engulle el devenir de los personajes. Pero no se tardó en recordar que el mismo Flaubert ya había negado esa identidad realidad-decorado; antes bien, para él, paisaje y personajes conformaban una dualidad indisociable. A mayor abundamiento, se argumentó la frecuente presencia del paisaje en la literatura como reflejo de estados de ánimo, lo que se puede percibir perfectamente en Madame Bovary (cuestión aparte, cebarse en tal gimnasia en un mismo relato).
El paisaje, sin embargo, no merecería tanta dedicación para la tertulia como la fuerte crítica social que destila la novela. En este aspecto, no pasó desapercibido el anticlericalismo, más que anti-Iglesia quizás, del personaje del boticario. Pero lo verdaderamente relevante a juicio de los asistentes se encontraba, sin duda alguna, en la audacia delatora de la obra, tanto que, según se destacó en la reunión, fue declarada inmoral tras su publicación. Claro, porque más allá de narrar la historia de un adulterio, denuncia las contradicciones de aquella sociedad burguesa y se permite poner en solfa sus convencionalismos. Contra los que se rebela Emma Bovary.
Emma, el néctar para el enjambre, digo… para la tertulia -seguramente, también para cualquier lector interesado en esta novela-. Flaubert focaliza en Emma Bovary el conflicto individuo-sociedad, y la convierte así en personaje universal. Para los asistentes muy bien descrito (lo que no consigue en los demás, o no le importa).
En este período, la sesión desplegó en torno al personaje intervenciones ágiles, ecuánimes, solidarias, emotivas, contrapuestas, pero en el fondo  todas complementarias entre sí.
Se apuntó a un personaje arrebatado, que vivía con pasión. Una mujer romántica, con el espejismo más allá de su entorno inmediato. Sin embargo, desde otro punto de vista, no parece apasionada, sino más bien aburrida, instalada en el tedio, que le llevará como reactivo a la insatisfacción y, como consecuencia, a esa búsqueda incesante por más que indefinible para ella misma. Actitud frenética con un daño colateral específico que escocía particularmente al grupo: relegar los cuidados de la hija a la nodriza y a la criada. Aunque probado históricamente este proceder como habitual, quedó en el aire si ese egoísmo como madre no significara una crítica más de Flaubert hacia el Romanticismo.
Y por lo de la insatisfacción apareció Don Quijote. Sin soslayar que la crítica literaria ya había establecido paralelismos. Se ponderó que Emma, como aquel, era producto y víctima de una determinada avidez lectora. En el caso de nuestra heroína, las novelas románticas. De ahí la crítica de Flaubert hacia la narrativa inmediatamente anterior en cuanto que acarrea la autodestrucción del personaje.
No obstante el parangón, este personaje por sí solo adquiere la categoría de universal, por la sencilla y magnífica razón de que explica al ser humano. Sin discrepancias entre los asistentes, personaje real, intemporal, actual (curiosamente hasta en el mismo matiz de su ¿alocado? consumismo). A poco que escarbemos, casi podemos encontrarlo dentro de nosotros mismos, porque todos tenemos sueños, fantasías o ilusiones a veces muy alejados de la realidad. En buena medida, Emma Bovary somos todos. Fin del período.


Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

lunes, 5 de enero de 2015

Reseña de la sesión dedicada a MIL SOLES ESPLÉNDIDOS de Khaled Hosseini

            Estado de ánimo, predisposición, material sensible. De cuando la tensión te reseca el velo del paladar. Y abandonas y dejas de leer porque la crueldad te paraliza (confesión de alguien que, sin embargo, asistía). O bebes rápido porque el libro, su lectura, se bebe: frases cortas, capítulos cortos, muy descriptivo, muy gráfico. Tal la sesión, muy gráfica. Un mazazo, llegó a calificarse la novela, compendio de un determinado estado de ánimo.
            Así, se pasó casi de puntillas por la simplicidad narrativa. Propia, por otra parte, según se comentó, de los best seller (y este libro lo es): capítulos muy cortos, espacio reconocible, universal, la mujer como heroína y final emocionante. ¿A qué buscar mejor guión para esta reseña?
            La historia de fondo (el espacio), Afganistán en sus últimos cuarenta años. Al comienzo de la reunión, se presumía que este contexto acapararía el grueso de las intervenciones. Y sí, buena parte de ellas desprendían una muy específica predisposición contra la sociedad que describe la novela, machista hasta la exasperación. Mirada crítica y afilada de los asistentes que, además, advierte la antítesis, ¿sólo alegórica?, entre el campo como ámbito de liberación y la ciudad (Kabul) con su atmósfera gris y agobiante como perímetro de opresión. Frente a esta realidad inicua, el coraje de la tertulia, la tensión.
            Sin embargo, la repulsa no cayó en el maniqueísmo que soterraba por la novela, que se alinea ante invasiones y revoluciones mil sufridas por el país (buenos y malos). Acaso, la solución llegue, se plantea la tertulia, por el flujo de los cambios culturales. Aunque, estos procesos llevan tiempo… Y mientras tanto, desde Occidente, ¿qué hacer?, ¿limitar nuestro influjo benefactor a comentarios internacionales, actitudes posibilistas de oenegés y alguna concesión de premios Nobel, y a esperar? No, no, la interrogación no era retórica. Si bien, dio para algún consuelo: Europa ha venido experimentando desde aproximadamente el siglo XV una evolución sociopolítica, aquí también se quemaba a herejes o asimilados, hasta que se ha logrado separar la ley religiosa de la civil. Pero semejante manumisión aún no ha calado en aquella sociedad novelada (aquella en el espacio, que no en el tiempo).
            Perverso déficit que la narración centra en la degradación social de la mujer. Heroína tipo best seller y tema de la obra, la mujer en países islámicos. Para la tertulia, una historia estremecedora, de la mujer como animalillo apaleado. Y sin embargo, en medio de tal degradación pervive o sobrevive la ternura. Contraste que anida en las dos mujeres protagonistas. La relación entre ambas, iniciada con odio recíproco, poco a poco confluye en unión ante la adversidad, la misma que las sojuzgaba, y en la búsqueda de la dignidad personal ante elementos familiares, sociales y religiosos tan desfavorables. Ímproba búsqueda para la cual, según apuntaron en la reunión, en tales condiciones siempre se hace imprescindible el apoyo de otros.
            Dos mujeres en el ánimo intelectual y humano de la reunión.
De Mariam, entienden los asistentes que sufrió la opresión desde el mismo nacimiento. Su propia madre le recordaba con frecuencia su condición social, y legal, de hija bastarda. Su padre, que la visitaba con periodicidad puntual, la trataba con cariño y mimos, afectos que, sin embargo, nunca sobrepasaban ese estigma socio-legal, ni lo sobrepasarían en el trance dramático de la relación. Mariam, tan sola, tan sólo encontraría bálsamo espiritual en sus conversaciones con el ulema. Pero, tras su matrimonio impuesto con Raschid, en los derroteros de la trama narrativa no era difícil adivinar su muerte final. Para la tertulia, autoinmolación última como acto extremo de liberación.
Laila, sin embargo, no padeció el yugo hasta los primeros estadios de la adolescencia, hasta la tragedia familiar y su matrimonio consentido por ella misma in extremis con Raschid. Aunque en ese vértice diabólico, ese matrimonio, Laila encontraría en Mariam una amiga y una madre (la narración precisa notable diferencia de edad entre ambas). Una forma de complicidad que mantendría vivas sus rebeldías. Esta mujer siempre valiente que, aun siendo feliz en Murri con su nuevo marido e hijos, vuelve a Kabul por compromiso con la Mariam ejecutada y con el tipo de sociedad a la que aspira. Mediante su entrega a la educación. La educación, material sensible, ¿cómo iba a pasar desapercibida a los miembros de esta tertulia?
La educación para superar y desterrar un machismo amamantado, imbuido, insuflado, sacralizado, estatalizado. Con personajes que le dan cobertura, si bien, en distinto grado. Así, Raschid simboliza el exceso, la bestia superlativa, que comienza por imponer el burka como predio y sumisión, y termina con los vilipendios y agresiones más despiadadas.
(El uso del burka suscitó en la tertulia alguna que otra cuestión: en las sociedades a que alude la novela, las mujeres llevan velo o no ¿por sumisión?, ¿por seguridad personal? De esta práctica, sospechas de hipocresía en algunos países. Y por otro lado, se advertía la existencia de un sustrato narrativo: casi todas las culturas desprenden cierto temor a lo femenino.)
En cuanto a Yalib, padre de Mariam, personaje con matices. Machismo de menor escala, nada visceral pero sociológico. Se somete a los dictados imperantes: la vende en matrimonio, aunque al cabo le pediría perdón por ello. Actitud cobarde, pues,  con pasaje ilustrativo cuando rehúye recibirla en su casa (al parecer, lo normal con bastardos en la sociedad narrada), principalmente por presión de las mujeres que convivían con él. Esas mujeres. No podía la tertulia soslayar componente tan contradictorio como reprobable.
Y un tercer personaje masculino, primer amor de Laila y segundo marido, que da la réplica a los otros. Cercano e identitario... Pero para entonces la bilis de la tertulia tenía demasiado reseco el velo del paladar.
También para entonces se había comentado ya el final de la novela. Respondía efectivamente al esquema best seller. Emocionante en cuanto que superaba con barniz de sentimentalismo la dureza narrada y dejaba la historia abierta. Con una luz de esperanza en las pistas que daba: tras los últimos episodios sociopolíticos, la población recobraba alborozo, se pintaban las casas, se ponían flores… ¿Fórmula alegórica del autor para conseguir la separación religión-sociedad?, ¿que los preceptos religiosos no tuvieran consecuencias civiles?, se preguntaba la tertulia. Y la propuesta del camino: la educación, material sensible. Para ello, imprescindible la predisposición de un determinado estado de ánimo.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.