Es
que uno no sabe si comenzar por la realidad ambiente resultante o, soslayándola
un poco, acometer de principio la vasta consistencia analítico-intelectual que
a duras penas se batía contra un verso suelto quizás hasta insufrible. Sesión,
pues, de género particular.
El común de la reunión, en su línea,
se aplicaba al diagnóstico lato y neto de esta obra. Y partió de una
interpretación inicial de la coordinadora de la tertulia, nos encontrábamos
ante una forma de metaliteratura. El término, aceptado, en esos primeros
momentos quedó… por ahí. No se volvería a mencionar -como tampoco líneas abajo
de este escrito-. Y sin embargo, curiosamente bulliría y se escondería y
emergería cual cabriolas de delfín desde el subconsciente analítico de gran
parte de las intervenciones. La indefectible concomitancia de esta novela con
la otra, la que ya mora en el altar del mito.
No se consideraba libro de lectura
fácil y ágil, para algunos costaba integrarse
en ella, principalmente en la primera mitad. Hubo quien confesó o lamentó “me
ha faltado divertirme y engancharme”. Aunque, la tendencia ampliamente mayoritaria
se inclinaba en dirección opuesta: prodigiosa, divertida, con su punto de
ironía, una novela en paladar categórico.
Pero no hubo distingos en cierta trascendencia:
este Al morir Don Quijote nos
redirigía la mirada crítica hacia el personaje, primero, y segundo, o la vez, hacia la lectura de El Ingenioso Hidalgo… Entendía la
tertulia esta suerte de revival fruto
de un cabal ensamblaje del autor con Cervantes.
Logro
de Andrés Trapiello que se permite, además, una especie de juego de espejos con
los autores, con los que salpimenta la trama: el propio Cervantes, el Cide
Hamete de El Quijote, su Sansón
Carrasco y el de la futura novela El
final de Sancho. Juego de espejos, juego de autores, en definitiva, juego
de perspectivas.
No
en vano, este escritor, conocido discípulo aventajado de Francisco Rico, lleva
diez años estudiando, trabajando y `traduciendo´ -entiéndase, trasladando al
español actual- El Quijote.
Dedicación
y mérito en ponderación unánime de la reunión. En esta novela recrea el
lenguaje cervantino de tal modo que intercala en ella párrafos de El Quijote sin que se aprecien
diferencias. La atracción del estilo y sus efectos en la lectura de algunos
asistentes: frases subrayadas y memorizadas continuas, todas destacables.
Abundaron,
pues, las intervenciones en torno a la relevancia del lenguaje cervantino, de
su técnica y expresión. En detrimento de la atención hacia el argumento o la
trama de la novela. Algunos repasos del final de la segunda parte de El Quijote conectaban con su Al morir… y lo explicaban, y adivinaban
una estructura similar en ambas novelas.
Algo
más difícil, dar cumplida cuenta del final de nuestra novela. Porque, en la
línea de lo indicado antes, primaba la idea de que casi hubiera dado lo mismo
que el autor lo hubiera resuelto de un modo que de otro. Porque el verso suelto
anduvo desatado por este pasaje de la sesión. Y además, porque se planteó una
cuestión concreta: la antinomia idealismo-realidad, personalizada en Sansón
Carrasco. Su figura, su comportamiento último, ¿acaso no suponía una huida
hacia el idealismo con tal de eludir la realidad?, ¿y si equivaliera a una
forma de hipocresía social?
O
quizás le moviera el eterno mantra del amor. Como el que embargaba a la sobrina
y al ama de Don Quijote, cada cual con su vertiente, pero que las llevaba a
confluir en una tan inusitada como estrecha relación.
Se
desprende el gran artificio: la locura de Don Quijote irradia en derredor. Polifonía
de El Quijote que reverbera en nuestra
novela. Personajes universales, que convierten en universal al autor.
Con
todo, fue el personaje de Sancho quien suscitó más comentarios. Principalmente
por su creciente protagonismo durante la segunda mitad de Al morir…, en paralelo a la evolución de su personalidad, la
metamorfosis que experimenta hacia la de su malogrado amo.
Análisis
que mereció la siguiente reflexión: se trata de un proceso dialógico mediante
el cual las personas nos `contaminamos´ unas de otras; de ahí la importancia de
la variedad en los grupos sociales. Y se incide en ese concepto, proceso, puesto
que la trasmutación no se produce a consecuencia de un hecho puntual que la
haga irreversible. En Sancho ocurre cuando la apariencia de la realidad poco a
poco se le viene abajo.
Para
determinar la relación causa-efecto se pone el acento en la decisión de Sancho:
aprender a leer. Primero, para conocer directamente lo que se dice de él en El Quijote, y reajustar en consecuencia
sus actitudes y comportamientos. Al hilo, nueva reflexión: cómo las personas
sobreactuamos cuando se nos pone el foco (le ocurre a él y a otros personajes
cuando saben que van a salir en el libro). Y segundo, para ser libre -¡ay, la
libertad que proporciona la lectura!
Dos
mensajes más quedarían latiendo en el ánimo de la reunión, recogidos al alimón
por la novela inmortal y por esta, que lleva camino de serlo también. Por un
lado, Don Quijote recupera la cordura y poco después muere “de melancolía”; es
decir: recupera el sentido de la impotencia y muere ante la conciencia de lo
imposible. Y por otro, `loco´ y `cuerdo´ no son términos absolutos, admiten
grados.
¿Y
lo del verso suelto? Si comentabais una narración… Pues eso, admite grados.
Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.