martes, 24 de febrero de 2015

Reseña de la sesión dedicada a EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS de Joseph Conrad

            La sesión apuntaba a corta y delgada, por algunos comentarios intercambiados antes del comienzo. Y quedó palpable en cuanto se inició. La lectura de esta novela, aun avalada por el reconocido prestigio del escritor en el mundo literario, había generado entre estos lectores cierto desconcierto. En este clima, más de uno confesó sin complejos que había resistido hasta el punto final sólo por responsabilidad con el grupo (para alguno, aun a costa de su sensación de pérdida de tiempo). Tertulia tan consolidada en objetivos y métodos se encontraba al borde de la perplejidad.
            Los primeros chapoteos presagiaban ir sobrenadando por apuntes de cercanías hasta dar con algún anclaje de consistencia dialéctica, o dar por concluida la reunión por imposibilidad, impotencia o incapacidad para fondear.
            Las intervenciones se apoyaban unas a otras. Lamentaron un estilo denso y farragoso, con saltos en el vacío injustificables o inexplicables, que revertían en una lectura angustiosa por seguir el hilo de la trama. ¿La trama?, ¿qué trama? Se antojaba tan débil que el libro no pareciera novela en el sentido estricto del género. ¿Acaso monólogo? ¿Tal vez ensayo?; pero tampoco. Aunque…, por esta segunda vía… quizás… se asemejara, si no en su totalidad, en esas dilatadas disertaciones por donde el texto aguijonea y fustiga ensimismado, y, por supuesto, en el objetivo último de la obra.
            Así, con todas las salvedades enunciadas, la tertulia se sintió más identificada con su médula cuando reconoció, más allá de la historia narrada, una reflexión-denuncia sobre la colonización de África por Europa a comienzos del XX. Voracidad lucrativa agazapada bajo el manto redentor de la civilización, que, aun con escasos medios, no escatimaba métodos de explotación. El marfil como objeto de todos los deseos, y para su obtención, sometimiento implacable o muerte de los aborígenes y depredación impasible de los animales portadores de aquella codicia (¿a qué más medios con métodos tan expeditivos?). La condición `in-humana´ de la civilización.
            Por aquí, Vargas Llosa (argumento de autoridad para la misma temática por El sueño del celta, ya comentado en este Club). No en vano. Las últimas ediciones de El corazón de las tinieblas aportan su firma de la Introducción. Fragmentos de ésta leídos durante la reunión aportaron no poca luz y levantaron elogios por encima de la novela misma. Tan perdidos andábamos.
            Pero persistía la desazón. El personaje de Kurtz, ¿cómo encajarlo en la trama? Ahhh…, la trama. Sí que parece su ensamblaje, pero deslindemos, a mejor análisis. Se coincidió en personaje que emerge misterioso tras los estadios iniciales de la narración, en las miasmas de lo esotérico; y luego, a medida que el relato clarea por las incertidumbres, adquiere dimensiones de cacique o similar abocado a la locura fatal.
            Por estas sobrenadaba la tertulia, fatigada, cuando la intervención de un miembro recién llegado la recuperó del tibio naufragio al que se plegaba.
Cual revival. Se hizo mención al título, tan ilustrativo para la novela como para el despiste de los contertulios. Se repasó las nieblas del espacio narrativo. Se reprochó el excesivo esfuerzo del lector para la construcción de personajes, que apenas alcanza el bosquejo; salvo Marlow y Kurtz, dotados de perfiles algo más nítidos. Se polemizó (poco) sobre el acierto-exceso de lo simbólico, tanto del espacio como de los personajes.
            Y la colonización volvió al eje del análisis. Sin obviar su mejor tratamiento en El sueño del celta, la tertulia particularizó premisas y conclusiones de la obra de Conrad: el colonizador de la novela va del idealismo primigenio y alentador a la perversión última de sus credos,  con deriva final en la locura. En otra formulación, un enfermo por el poder (en su concepto más tenebroso), cuya consecución lo transforma en salvaje. Con corolario: las sociedades y culturas colonizadoras adquieren también, acaso como acto reflejo, esa perversión del individuo singular -hablábamos de aquel pasado novelado, ¿pero cómo asegurar si el comentario no procedía de un subconsciente con claves más recientes o cercanas, más intramuros?
Colonización (aquella) versus humanización. Pensamiento este que desprendió en la tertulia tres ramales temáticos. Por un lado, la fascinación del mal latente en algunas personas, representada por el atractivo que la personalidad de Kurtz ejerce en Marlow. Por otro, la trascendencia de la mentira en determinadas situaciones, mediante la ¿`mentira piadosa´? con que Marlow resuelve su entrevista con la novia de Kurtz. Al respecto, se preguntaban los asistentes si a veces conviene más no decir toda la verdad. A lo que respondía Vargas Llosa desde su referida Introducción: “Hay verdades tan intolerables en la vida que justifican la mentira”. Y por último una cuestión, turbadora cuando menos: el carácter anónimo del poder, reflejado en esa Compañía nebulosa, inidentificable, la mano que mece la cuna en el relato. Un continuum a lo largo de la Historia: la Compañía, los mercados, la troika…
Pues bien mirado, al final, la sesión resultó algo corta, pero no tan delgada.


Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

lunes, 16 de febrero de 2015

Reseña de la sesión dedicada a MADAME BOVARY de Gustave Flaubert


            O de cómo contrastar criterios, sugerencias, reflexiones, diagnósticos, sensaciones, inferencias o corolarios sin caer en la petulancia ni en la loa ni en la paráfrasis en torno a una novela de tamaña dimensión. Por ese tono, con su valle y sus picos (más picos que valle) discurrió la sesión.
El desarrollo casi cabría escalonarlo en dos períodos, una suerte de danza de las abejas que culmina en el néctar.
Así, la reunión comenzó a modo de maniobras de aproximación al contexto de la obra (se daba por sentado que el objetivo era el personaje). Empezando por el inmediato, el del lector-asistente, que se conjugó en dos actitudes, quizás subsidiarias la una de la otra. Por un lado, costaba fondear en la lectura, pero esa vitola de clásico… ¿cómo negarle el honor? Por otro, la aseveración de que el circunstancial estímulo del lector es determinante, de ahí la empatía con el libro o cerrarlo.
En cuanto a la aparición de la obra (aquel contexto), no cabía duda de su onda expansiva. Se trataba de la primera novela realista-moderna-burguesa que, en el marco de la revolución industrial, reacciona contra el anterior Romanticismo. Choque de trenes sin duda, pero alejado para los contertulios.
En este sentido, aunque se reconocían importantes aportaciones del relato para el conocimiento de la época, se le apreciaban tintes de novela antigua. La réplica llegaría, a modo de sugerencia, en analizar con la estética del Realismo. El problema estribaba para buena parte del grupo en que tal estética restaba dinamismo al desarrollo narrativo por primar en exceso lo descriptivo, con resultado de una lentitud que se antojaba innecesaria, a veces exasperante. Hasta el punto de interpretar la historia novelada como un decorado que engulle el devenir de los personajes. Pero no se tardó en recordar que el mismo Flaubert ya había negado esa identidad realidad-decorado; antes bien, para él, paisaje y personajes conformaban una dualidad indisociable. A mayor abundamiento, se argumentó la frecuente presencia del paisaje en la literatura como reflejo de estados de ánimo, lo que se puede percibir perfectamente en Madame Bovary (cuestión aparte, cebarse en tal gimnasia en un mismo relato).
El paisaje, sin embargo, no merecería tanta dedicación para la tertulia como la fuerte crítica social que destila la novela. En este aspecto, no pasó desapercibido el anticlericalismo, más que anti-Iglesia quizás, del personaje del boticario. Pero lo verdaderamente relevante a juicio de los asistentes se encontraba, sin duda alguna, en la audacia delatora de la obra, tanto que, según se destacó en la reunión, fue declarada inmoral tras su publicación. Claro, porque más allá de narrar la historia de un adulterio, denuncia las contradicciones de aquella sociedad burguesa y se permite poner en solfa sus convencionalismos. Contra los que se rebela Emma Bovary.
Emma, el néctar para el enjambre, digo… para la tertulia -seguramente, también para cualquier lector interesado en esta novela-. Flaubert focaliza en Emma Bovary el conflicto individuo-sociedad, y la convierte así en personaje universal. Para los asistentes muy bien descrito (lo que no consigue en los demás, o no le importa).
En este período, la sesión desplegó en torno al personaje intervenciones ágiles, ecuánimes, solidarias, emotivas, contrapuestas, pero en el fondo  todas complementarias entre sí.
Se apuntó a un personaje arrebatado, que vivía con pasión. Una mujer romántica, con el espejismo más allá de su entorno inmediato. Sin embargo, desde otro punto de vista, no parece apasionada, sino más bien aburrida, instalada en el tedio, que le llevará como reactivo a la insatisfacción y, como consecuencia, a esa búsqueda incesante por más que indefinible para ella misma. Actitud frenética con un daño colateral específico que escocía particularmente al grupo: relegar los cuidados de la hija a la nodriza y a la criada. Aunque probado históricamente este proceder como habitual, quedó en el aire si ese egoísmo como madre no significara una crítica más de Flaubert hacia el Romanticismo.
Y por lo de la insatisfacción apareció Don Quijote. Sin soslayar que la crítica literaria ya había establecido paralelismos. Se ponderó que Emma, como aquel, era producto y víctima de una determinada avidez lectora. En el caso de nuestra heroína, las novelas románticas. De ahí la crítica de Flaubert hacia la narrativa inmediatamente anterior en cuanto que acarrea la autodestrucción del personaje.
No obstante el parangón, este personaje por sí solo adquiere la categoría de universal, por la sencilla y magnífica razón de que explica al ser humano. Sin discrepancias entre los asistentes, personaje real, intemporal, actual (curiosamente hasta en el mismo matiz de su ¿alocado? consumismo). A poco que escarbemos, casi podemos encontrarlo dentro de nosotros mismos, porque todos tenemos sueños, fantasías o ilusiones a veces muy alejados de la realidad. En buena medida, Emma Bovary somos todos. Fin del período.


Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.