Te sientes un tanto
cohibido, ¿verdad? Llegas a la reunión con la sensación de que ya todo está
dicho -escrito- de antemano, y tan bien. De que poco, muy poco, puedes aportar
o contraponer a los mensajes del libro. Detectas riesgo más que probable de caer
en generalidades de manual o en el ridículo intelectual, carencias inconfesas
aparte. ¿Cómo lo afrontas?
La humildad siempre
es buena consejera. En este microclima vivaqueó la sesión (aunque tampoco faltó
algún amago de descarrilamiento).
¿Por
qué no confesarlo? Buena parte de las intervenciones reprodujeron miméticas las
reflexiones desplegadas a lo largo de la obra. Un sentimiento receptivo, casi
reverencial. Que no implicaba, desde luego, entrega automática, indeliberada
-actitud muy alejada de este Club de Lectura-, sino fascinación por la
veracidad, franqueza y transcendencia del pensamiento vertido.
La tipología del
libro (¿autobiografía, crónica…?) interesaba, claro; pero más las vivencias del
autor, aquella Europa del XX roturada con sangre de guerras. Y todavía más
inquietante que la historia, las premoniciones.
Catarata de ideas que
te agobia´, en opinión del circunstancial moderador -flamante para esta reunión
(¿acertada ocasión?)-, que la tertulia asumió enseguida con un hálito
liberador, un consuelo. Tantas ideas argumentadas y matizadas dejan su poso,
pero muchas se olvidan.
Disyuntivas
que los asistentes intentaban desbrozar desde la fundamental, compleja y
turbadora tesis del autor: los contemporáneos de cada época no perciben,
percibimos, las dimensiones del proceso de cambios socio-geo-políticos que se
están fraguando. Al respecto apunta-acusa a tres factores principales: la
desidia social, la manipulación de los jóvenes y la realidad creada por la
propaganda. La traslación de aquellos condicionamientos a la actualidad (¡un
siglo después, sólo uno!) propició paralelismos poco halagüeños. Se preguntó,
por ejemplo, por la erupción del mundo islámico, y en esta órbita, por los
jóvenes (hombres ¡y mujeres!) que se alistan en el llamado EI, ¿preocupante
correlato de las juventudes hitlerianas?
La
reunión oscilaba, bajamar-pleamar, entre El
mundo de ayer, el de hoy y el del incógnito futuro. Conciencia avivada por
un escritor apátrida, héroe, quizás profeta, pero con ángulo de visión difícil
de precisar. Acaso focalizara desde la élite enriquecida, ¿pero importaba
demasiado? Algo sí quedaba claro: él no cuenta la historia, sino su por qué y
cómo, y así la hace entendible. Mérito sustentado en su celo por la expresión
escrita (según él, cribaba páginas y páginas). Con resultado de éxito
indiscutible que, sin embargo, él relativiza.
Aproximación
específica al autor donde recibió algún reparo: contar con la perspectiva
histórica hacia el pasado le habría permitido un análisis más frío y ponderado.
La réplica no tardó. Por un lado, él no se podía permitir cruzarse de brazos
ante él infortunio sociopolítico que presenciaba. Y por otro, su cercana
experiencia de la 1ª Guerra Mundial le proporcionaba sobrada solidez argumental
para denunciar demoledores precedentes en la 2ª.
Alemania en el eje,
del libro (el texto se detiene en mitad de la catástrofe). Con dos vectores de
alarma, que la reunión deduce trascendentes para el escritor. Uno en su Viena
natal, en proceso de satelización de Alemania. Cambio que Stefan Zweig achaca
amargamente (¿vaticinio para la posteridad?) al bienestar, la comodidad, etc. Estas,
digamos, propiedades no responden a un estado natural, otorgado de antemano, hay
que preservarlas con esmero y dedicación. Por contra, la desidia…, ya se sabe. Hasta
quizás permitió que Hitler invadiera Austria. Entre esas y otras razones, por
revancha contra la elitista Viena que antes lo había encarcelado. Y el otro
vector, en torno al antisemitismo, los factores que lo alentaron o reactivaron
entonces: la aristocracia reacciona por una especie de envidia contra la
burguesía-judíos, que había ocupado su espacio socioeconómico (nada nuevo, por
otra parte, con respecto a similares episodios históricos anteriores).
Al hilo, en ese
brujulear entre épocas, los asistentes constataron las escasas referencias a
España (algún apunte a su guerra civil y a la relación del autor con Dalí). Se
justifica en que nuestro país no participó en la 1ª ni en la 2ª Guerra Mundial
(con sus ventajas e inconvenientes). También se añadió un ¿decorado? de fondo
para Alemania: controvertidos conceptos de orden, justicia y eficacia.
Y por ahí, otro de los
motivos capitales del libro, la mano ¿sólo protectora? del intelectual. Determinar
el valor, su posicionamiento e intervención en la sociedad, su papel ante los
atropellos políticos. Al respecto, la tertulia destacó tres de los datos
comentados por el autor: el lamento de Freud por la dejación de la cultura, el
cuestionamiento de las aportaciones propias de la Universidad, la respuesta
particular de Benedetto Croce (rodearse de libros como única arma de
resistencia). Y de lo particular a lo general, la aspiración de Stefan Zweig (y
su frustración): a veces no es suficiente que los intelectuales tomen la palabra,
la tribuna, deben actuar también, con un sentido de colectividad moral por
encima de fronteras.
Desde tal pensamiento
arremete contra los nacionalismos, a la vez que aboga fervientemente por una
corriente de opinión que ya germinaba entonces, la de una Europa unida. Verifica
la tertulia así que esa idea de Europa no es tan reciente como se cree, el
libro la remonta a principios del XX. Aunque los primeros pasos se materializarían
tras la 2ª Guerra Mundial. Hasta alcanzar la situación actual se ha avanzado
mucho. Impensable en los tiempos de
Stefan Zweig, y menos para este defensor del espíritu europeo, que acabó
el libro y se suicidó (por información aportada a la reunión) sumido en sus
desesperanzas y en el espanto de que Hitler invadiera Inglaterra.
Deja así el libro una
huella de decepción, ¿verdad? Tanto por el suicidio, ajeno realmente a la
lectura, como por el pesar y la desazón que te va horadando a lo largo de ella.
¿Cómo afrontar tus conclusiones de otra manera?
Fdo.: Ricardo
Santofimia Muñoz.