martes, 16 de febrero de 2016

Reseña de la sesión dedicada a EL CHINO de Henning Mankell



Una cinta roja y dos bloques temáticos bien diferenciados y no necesariamente complementarios. Tampoco compactos, cerrados. Y sin prelación, no se habló primero de todo uno y luego de todo otro, las sucesivas intervenciones alternaron hacia cada cual a lo largo de la reunión. Incluso en una misma intervención se establecían distingos, esto para China y esto para la novela. Ecce la sesión.

La novela -pongamos, Bloque Temático 1-, su autor y los principales ejes de la ficción narrativa concitaron pocos beneplácitos, o ninguno.

No, no había gustado la novela, dejaba mucho que desear. Dispersa, densa, incoherente, opaca, mal construida, calificaciones sin asomo de controversia. La presumes interesante por su mera propuesta para lectura, lees, avanzas, adviertes pronto incongruencias, pero continúas confiando en descifrar una explicación. Y la encuentras, sólo que decepcionante: la obra empieza policiaca, o negra, crees que va de eso, pero luego resulta que no.

En el sentir generalizado, la narración parte de negra, sí, pero para ir diluyéndose en gamas de análisis históricos y sociológicos, hasta centrarse con tono vivo en llamada de atención a Occidente: las actuales condiciones de vida del pueblo chino.

Alegato-denuncia al que quizás sólo aporte banalidad el tránsito ideológico juventud-madurez de dos mujeres, la juez Birgitta Roslin y su amiga Karin Wiman. El reproche no es exclusivo para estos dos personajes. Se percibe a todos desdibujados, turbios, sin perfil definitivo, como a la espera de relevancia en el devenir narrativo. No llegará. Para los tertulianos, era otro el objetivo de la obra.

Ni la trama. Por mucha intriga que, en principio, azuzara el móvil del crimen, de difícil digestión para los asistentes, porque lo intuido sólo permitía a la postre sinergias con pinzas. Tampoco por mucho flashback 1860-2006 sembrado a lo largo del desarrollo narrativo, tan contumaz como injustificado e inexplicado en demasiados pasajes. Así por ejemplo, el relato que focaliza las miserias en la construcción del ferrocarril en Estados Unidos, intercalado, de sumo interés por sí mismo para la tertulia, ¿pero su relación con la trama? Y por si faltaba poco, la esotérica y periódica comparecencia de una cinta roja.

Mimbres de poco recorrido. Se relegaba la concatenación de acontecimientos en beneficio de la descripción. O dicho de otro modo, bajo el pretexto de la trama, se suceden descripciones de alto valor estético y ético. Diferentes intervenciones destacan la crueldad, muy gráfica, particularmente la empleada con los niños en la construcción del ferrocarril, el sufrimiento de los hermanos, a la par que la paciencia y heroicidad de San. También, las condiciones infrahumanas del trabajo en el campo. Y asimismo, la personalidad de Birgitta, su propensión al autoanálisis, su afán de indagar, el cuestionamiento de sus relaciones matrimoniales.

Bien, por fin un apunte netamente positivo. Pero, ¿qué hay del tema? Pues la pregunta habría que hacerla en plural. Se barajaron varios. Con cierta prevención se sugirió la venganza o el ajuste de cuentas, como deducción más consecuente aunque sin afán categórico. Pronto se formularon algunos más: la contraposición de tres culturas, la norteamericana, la nórdica de Birgitta y su amiga y la china; la específica presencia de los chinos en Norteamérica (de la que se sabía poco, siempre se ha resaltado más la de los africanos); y el poder con sus usos y coyundas. El poder, objeto de fascinación recurrente y literario, a los pies de estos lectores. Cómo no percibir sus peores instrumentos, la venganza, el sigilo, la represión, o los intereses económico-políticos (por ese orden en el compuesto), y con éstos el juego de las supervivencias y hasta la interrelación entre países. Bucle en el que no se detiene la novela, ni la tertulia: en el ámbito internacional repele escandalizarse con unos comportamientos y no con otros de calado similar; por contra, importa un único discurso ético.

La denuncia rezuma, pues, por toda la obra. Consecuencia evidente de los propósitos del escritor. Lo motivan sus vivencias en Mozambique: observa el neocolonialismo que los chinos emplean allí y lo trasplanta a la ficción. Conocía la tertulia el compromiso de Henning Mankell (fallecido recientemente) con este país. También su prestigio como gran escritor de novela negra. Y con este marchamo habían recibido El Chino los lectores de este Club. Pero, llegados a la reunión, coinciden: el autor se olvida pronto de la novela y su género. Visto el cuidado que presta a la trama novelesca, se deduce otra intención. Y por tanto, para escribir sobre China, a qué atarearse en esta fórmula literaria.

China en primer plano -Bloque Temático 2-, alfa y omega del texto. Hostigar las conciencias como objetivo.

Unas veces los asistentes contaban con la acción narrativa para sus comentarios. Así, el viaje de las dos amigas a China, panorama desalentador: contraste del mito de juventud rebelde y occidental con la realidad que palpan, el mito de Mao, ¿esquinado?, frente a penurias y esclavitudes. O el referido neocolonialismo en África: interesan sus tierras, hacia donde canalizar la supervivencia para miles y miles de campesinos chinos. No importan los regímenes existentes allí, las autoridades chinas respetan las dictaduras.

Pero otras veces las intervenciones sobrepasaban batientes. En conexión con lo anterior, recordaban la actual explotación de materias primas en África por parte de China. O asistentes informados daban cuenta de la existencia de dos Chinas: la del este, clase emergente que imita a Occidente en vida y riqueza, y la del oeste, miles de millones que viven en la miseria y que ven cómo viven los del este. O se auguraban graves conflictos cuando las clases medias de aquel país comiencen a reclamar derechos. O se sacaba a la palestra los abusos de nuestros propios empresarios en las condiciones laborales de los chinos. O se concluía en los imponderables de la globalización: nada sin este país inmenso.

Seguramente, si el autor de esta novela hubiera presenciado el debate de la sesión, habría satisfecho al menos sus aspiraciones críticas. Pero a lo mejor tampoco habría sabido justificar qué pintaba la enigmática cinta roja en toda la historia.

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.