martes, 21 de febrero de 2017

Crónica de la sesión dedicada a EL LIBRO DE LAS PARTURIENTAS de Matilde Cabello



          Una sesión insólita, arriesgada, centrífuga y respetuosa.
          Insólita. Asistía a la reunión la autora del libro objeto de análisis. Dado lo cual, la coordinadora del grupo hizo las presentaciones de Matilde Cabello, elogió su faceta de escritora y periodista, y dedicó un par de comentarios, elogiosos también, a El libro de las parturientas. Uno, sobre el contenido: narra una historia cruda que atrapa. Otro, a la forma: su redacción casi permitiría una suerte de lectura oral, principalmente por la forma de hablar de la protagonista -se trata de una narración en primera persona-. Y a continuación pidió a la autora que hablara de su libro, cómo se gestó, etc.
       Matilde Cabello tuvo un inicio memorable, se declaró encantada “con vosotras”. Un murmullo generalizado intentaba corregir o aclarar: aunque en esta ocasión integraban la tertulia mujeres en su gran mayoría, también asistían…, a ver,… uno, dos, tres hombres. Recibió el mensaje; pero, de rectificar, nada. Enrocó su arriesgado saludo en la abrumadora mayoría de las mujeres presentes -doy fe de tal desconsideración hacia los hombres que compartíamos tertulia, y hacia la gramática-. Ni un mísero `vosotros´ concedió, ni por delante ni por detrás del “vosotras”. El murmullo se fue apagando entre sonrisas elocuentes. Insólita sesión.
           Centrífuga. Tras el incidente, la autora siguió por los antecedentes del libro. Se encontraba atareada en la confección de la novela El pozo del manzano (se tomó su tiempo para informar de los ribetes autobiográficos de esta otra obra: su infancia, su familia, la guerra civil), cuando le proponen conocer a Salud -Mari en El libro de las parturientas-, portadora de una libreta donde había ido depositando su peripecia vital como hija adoptiva. Atrajo el interés de Cabello y su disposición para trasladarla a narración literaria. El resultado, una suerte de novela-fusión: según la autora, la historia que cuenta El libro es obviamente de Salud, pero las vivencias que refleja, sobre todo de infancia, son de Matilde -arriesgada confesión, creo.
            A partir de aquí alternaron intervenciones de contertulios -se me crea la duda ontológica: ¿debería decir `contertulias´ puesto que hablaron más  mujeres que hombres?- y de la escritora.
            Por parte del club, se comenzó aportando noticias sobre la familia adoptiva real. Alguien había cotejado la historia narrada con la actualidad. Y otorgaba al libro un alto componente de verdad, especialmente en lo relativo al desarraigo que embarga a Mari; aunque, por contraste, Salud ha mantenido relaciones con aquella familia hasta fechas recientes.
            Recogió Cabello el comentario para desvelar su sistema de trabajo previo: recabar información mediante una serie de entrevistas con Salud, en las que a veces topaba con el silencio, siempre respetado. Sirvió también la coyuntura a la autora para asegurar que todos los demonios que aparecen en el libro son de Salud, aunque apuntaba a que alguno habría de sí misma. Y pone el acento en el “la puta de mi madre” de la protagonista.
Al hilo, una pregunta, que devendría en retórica, se abre paso en la tertulia: ¿Por qué, pues, la búsqueda de la madre que emprende Salud? Por descubrir sus señas de identidad. Corrobora la autora, y vuelve a su ¿manipulación? del personaje de Mari: hay una cierta suavidad en el tratamiento. Pone un ejemplo: respecto a una familia con la que trabajó la protagonista, en la novela se va, en la realidad la despidieron.
Pero la pregunta anterior retomaría la secuencia iniciada, pretendía ir más allá. Comprender el sufrimiento por no recibir afectos, ni en el hospicio, ni en los padres y el entorno adoptivos, de ahí su actitud contestataria. La falta de afectividad, un problema de siempre. Comentario que se deslizó, casi de forma natural, hacia un mal llamado fracaso escolar -tertulia de docentes jubilados pero avisados, ¿qué esperas?-. El caso de Salud es un fracaso social, y como ella, muchos niños llegan a la docencia ya fracasados. Aseveración con la que lindaba la intervención siguiente, emocionada, de una tertuliana. Las injusticias de la existencia: ella y Salud, dos niñas, misma edad, distintas cunas y vivencias de infancia en un mismo marco histórico.
Por este pasaje de la reunión se intentó atajar -instintivamente, supongo- el efecto centrífugo del libro. Se había hablado de algunos pormenores de su gestación, de la historia real, del texto como pretexto…, hasta que desde el club se abordó la forma: una primera parte, menos fluida, más pesada en cuanto a argumento y expresión; y una segunda, de prosa más ligera. La autora se atropelló tanto a justificarlo que se delató a sí misma -es la interpretación de este cronista, arriesgada, claro-: la primera parte, es que entremezcla vivencias de la infancia de Salud con las propias, además de estar escrita en horas sueltas. Pero, parece que no satisfecha con la aclaración, prescinde de ¿pudor? y depone una arriesgada ¿confidencia?: los temas de infancia de El libro de las parturientas, casi un `copia y pega´ desde su otra novela El pozo del manzano. Para salir del trago, o del trágala, desde el club se le abrió la opción genérica: explicar su proceso mental para escribir una novela. Enarboló el motivo de denuncia, para rápidamente persistir en paralelismos de infancia Matilde-Salud.
Aún mantuvo la tertulia el tipo en torno a la protagonista. Disculpaba a la niña por sus carencias de afecto; pero también reprochaba a la joven que, aun sintiéndose bien acogida por las familias ricas con las que trabajaba, acudiera al pueblo para incordiar con la familia adoptiva.
A estas alturas, sobreplaneaba la palabra `folletín´, cuando una intervención vino a poner la tilde sobre el término: costaba leer el libro como novela. Más respondería al concepto de crónica o relato, o quizás biografía novelada. Principalmente porque carecía de trama, incluso de nudo. Pero la autora no dudó en rebatir: ella había escrito el libro como novela, al menos con esa intención.
No obstante, se advertía, se advirtió, que los comentarios del encuentro habían estado centrados más en la historia real y otras cuestiones del entorno del libro que en la narración misma. Centrífuga sesión.
¿Y lo de sesión respetuosa? Nunca una reunión de este club fue tan respetuosa con un escritor, perdón, escritora en este caso; pues sólo se comentó algún que otro aspecto suelto del libro, y no se entró a valorar el estilo, ni la estética de la expresión, ni la narrativa ni la  dialógica, ni la estructura, ni la caracterización de personajes, ni el talento creativo. ¿Te parece poco?

                                        Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

jueves, 9 de febrero de 2017

Crónica de la sesión dedicada a CUENTOS DE LA ALHAMBRA de Washington Irving



              Del romanticismo literario al personal, y un corolario tipo efecto mariposa. Producto de una suerte de proceso de seducción que fue espigando a lo largo de la sesión, intervención tras intervención (quienes callaron, bien pudo ser por no punzar el embrujo, bien porque los cautivó el clima).
            Hubo confesiones de una cierta prevención inicial con el libro. Pero enseguida, nada, conatos que no tardaron en diluirse. A tenor de los comentarios, el primer aliciente llegaría por la expresión: frases de sabor antiguo y vocabulario olvidado que, a medida que la lectura avanza, disfrutas de su riqueza. Y si además te aviva la memoria, concluyes que merece la pena haberlo leído. Ayudaba y mucho, un libro muy bien traducido.
            Pero ayudaba, sobre todo, el autor, con ese carácter de narrador-viajero tan propio del Romanticismo (alguna opinión lo situaba entre los buenos escritores de este movimiento artístico). La tertulia pondera su amplitud de miras. Observador respetuoso con la cultura, las culturas, y con la gente a la que se acerca. Actitud que arranca el fervor o la melancolía de un asistente: el colectivo mixto del libro es mágico. Y desde el mismo sentimiento subyacente, o parecido, otro comentario declara su “reconciliación con lo español” (sic), por la vigencia del testimonio de Irving, que libra de complejos el carácter de los españoles, personalidad y méritos.
         Con todo, el nervio romántico de la reunión titiló principalmente con las leyendas. Reconocido motor del interés in crescendo de la lectura del libro, las historias que narra. De esta particular atracción, se comparte una conclusión inductiva: al final lo que nos gusta siempre son las historias, donde encontramos el amor, el ingenio, las relaciones padres-hijos…
            Ese sugestivo contraste ficción-realidad fue pespunteando noticias o apreciaciones de los asistentes. Como la sorpresa de saber que en la Alhambra había vivido gente (hay quien sí lo sabía). O, cuantas veces se visita la Alhambra, embarga una emoción especial, indefinida, quizás en los umbrales de la fantasía. O suponer que algo de verdad habría en que los moriscos huyeron de Granada `con lo puesto´ y abandonaron sus “tesoros”.
Caso este de los “tesoros” que propició minutos de evocación de la infancia (otro motivo más de empatía con el libro). Abundaron ejemplos particulares, recuerdos, de pueblos en donde se buscaban tesoros ancestrales (al parecer, con resultados.., según leyendas también).
Sin embargo, en lo de la huida apresurada, apenas se detuvo la tertulia en apuntar -aunque se detuvo- las corrientes de deseo del mundo árabe en volver. Siglos después del acontecimiento histórico, y algunos menos de la publicación del libro, el tema mantiene inquietante actualidad.
Más atención mereció un par de aspectos en torno a las relaciones políticas de entonces. Por un lado, la imagen del poder omnímodo de Boabdil sobre su pueblo. Por otro, el comportamiento negociador entre Alfonso XI y Yusuf, que inspira un talante de respeto mutuo por las buenas obras aun desde bandos enfrentados (justo en torno a este comentario, la tertulia tiró de bagaje en monarquías, y se permitió un intervalo para anecdotario de genealogías reales de por aquí).
Romántica reunión, que alaba el diálogo entre políticos. Pero conocedora también de que el Romanticismo literario exalta lo español, lo idealiza. No en vano, muchos viajeros románticos acudieron a nuestro país en pos de lo exótico. Y acogieron con ¿veneración? cuantas leyendas les salieron al paso. Sobre las de nuestro autor, un pequeño debate se suscita: ¿han gustado más las protagonizadas por la gente normal o por las princesas? Hubo disparidad, el veredicto quedó en tablas. Aunque algunas posturas precisaron sus preferencias: bien en el interés por el costumbrismo descrito, bien en el lamentó por el tratamiento melifluo que el libro da a la España pobre. 
Otro contraste más ocuparía el ánimo de buena parte de los tertulianos, el de las leyendas con el presente vivo y cercano. Entreverando y cocinando tres o cuatro intervenciones, ninguna cuestionada, obtendríamos: contra un cierto escepticismo inicial, el ambiente mágico en que te envuelve la obra ha significado descubrimiento, refugio, bálsamo en comparación con lo actual, pena al concluir la lectura. Romanticismo puro, evadirse de la realidad que no gusta -una forma de rebeldía.
Al rescate de la melancolía, la arquitectura. De algo sí que podemos sentirnos orgullosos los españoles: la rehabilitación de la Alhambra. Aun admitiendo el exasperante vacío de ponerla en valor bastantísimo después de que la Ilustración reputara nuestro patrimonio arquitectónico. Es la concepción del arte, varía con el paso del tiempo: influye en la perspectiva asociar un edificio con una historia, con un relato.
El relato. Y su efecto mariposa. No en términos de ficción literaria, sino de veracidad. La intervención de un contertulio a la que se sumó la reunión: la responsabilidad de tener un relato y transmitirlo, por higiene histórica. Ser vigilantes. En la actualidad todas las `marcas´ te venden un relato. Se apuntó sin complejos a los nacionalismos, y a la inquietud de que en poco menos de una generación nos pueden cambiar el relato. Pues, en verdad, todo relato es manipulable; pero al que hunde sus raíces en la Historia hay que preservarlo. Hay que estar atentos, no debemos vivir en un relato acrítico. Menudo corolario. 

Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.