lunes, 17 de abril de 2017

Crónica de la sesión dedicada a LA ELEGANCIA DEL ERIZO de Muriel Barbery



            Un libro especial para una sesión sustanciosa pero a párrafos, a bucles, consistente pero deslavazada, sensata pero como nerviosa, con irrupciones e interrupciones manifiestamente evitables, ¿más algo de hojarasca sobrante?

            Ya cuando la moderadora iniciaba su propuesta-marco con un `cuesta entrar en la novela´, costó, sí, pero entrar en la sesión. Primera interrupción: algo de norma de biblioteca municipal sobre entrega y recogida de libros.

            Superado el escollo, la intervención sugirió canales para la valoración crítica (con alguna que otra cuña-calzador espontánea). Uno, la carga reflexiva del texto, con su casi extenuante presencia de frases muy significativas, de donde inferir, por ejemplo, la facultad de manipularnos a nosotros mismos para eludir la vida real. Y de lo particular a lo general: libro para volver a leer, recuperar buena parte de sus mensajes y hurgar en ellos. Dos, los personajes, sombra y desconcierto: no se encuentran a sí mismos, salvo el japonés posiblemente, lo que orienta el foco a… Tres, la autora: toma partido por los inteligentes, menosprecia a los torpes excepto a la amiga.

Ahh, la autora, a lo largo de la novela pone en valor todo su acervo cultural y, quizás por ello, destila una ironía ácida. Otra interrupción: alguien, en vez de hacer mutis por la puerta, anuncia su necesidad de ausentarse, saludos y nada, nada, no te preocupes.

Con el corte, un giro en el debate: ¿verdaderamente La elegancia del erizo es una novela?, ¿o un ensayo?, ¿o mezcla de ambos? Instante en suspenso. Quien lo planteaba hacía ojitos de pregunta retórica, pero aventó dudas, y se orearon, más sin orden que concierto: las familias de Grenelle 7, su historia, el argumento, pretexto para las disertaciones de la escritora. ¿Sobre qué temas?: la salvación por el arte; o crítica a la burguesía; o cuestionamiento de los postulados de la revolución francesa, para lo que fragua dos grupos bien diferenciados hasta que, sin embargo, interactúan personajes de uno y otro.

Así, los personajes a debate -dieron tanto que hablar-. En una primera aproximación, adultos versus jóvenes, se interpretaba: los adultos, cuando descubren al fin el sentido de la vida, engañan a los hijos, y así sucesivamente. O al menos lo intentan, precisa otro apunte, porque las reflexiones y actitudes del personaje de la niña tienen más sentido que la lógica de los adultos. Encuentros y desencuentros al servicio, según la tertulia, de una novela filosófica con jugoso sentido del humor, donde los personajes se salvan por el arte y la amistad.

Se coge al vuelo el hilo de la amistad para poner la lupa en el personaje de Manuela: su detalle muy francés, siempre iba con un presente a sus charlas con la portera. No hay irrupción que por bien no venga. Por fin, la portera en el bisturí de la tertulia. Se suceden varios comentarios tipo torbellino: es un personaje forzado, como la niña, como todos; se aísla, o la sociedad la encierra; los porteros, como conocen la vida de su comunidad, creen conocer la de todos los demás.

Cual búsqueda de explicación quizás, se vuelve la vista hacia la autora. Nacida en Casablanca, afincada en Francia, y poco más. Se especula con su impronta de inmigrante como caldo de cultivo de una supuesta revancha antiburguesa, también con sus gustos por la cultura japonesa evidenciados en la novela. Datos, más datos, desenfunde de móviles, consultas a internet (¿hojarasca?) y una información certera: nació en el 69.

Hay acuerdo: volvamos al libro. Pero cierto atasco… cómo retomar… Sí, estooo… es novela porque tiene desarrollo argumental…, pero en la película se aprecia mejor que en la novela…, además, en la novela los personajes secundarios aparecen bastante desdibujados…, causa impacto desde luego, pero la portera cae fatal… Nuevos minutos para situar a la protagonista en el eje de la controversia. No encaja su bagaje intelectual en la piel de un personaje humilde en una colmena de poderosos; y además, su relación con el japonés se antoja propia de melodrama.

Y sin embargo, se replica, un libro con premio de la crítica y un millón de ejemplares vendidos en tres meses... Y se abunda en bondades: los personajes, muy caricaturizados, vale, pero coherentes. Aunque también se intenta contemporizar: seguramente libro perfecto con cien páginas menos, los escritores jóvenes tienden a verter en sus textos todos sus conocimientos. Nueva interrupción: alguien pide que se le entregue ya el próximo libro de lectura, un compromiso obliga su retirada inmediata de la tertulia.

Por este lapso se coló una intervención que llevaba tiempo esperando. Comenzó por percibir que la novela destila existencialismo. Catalogó a las protagonistas, la portera y la niña, como personalidades paradójicas rayanas en el esperpento. Redujo los personajes secundarios a simples instrumentos para construir un mínimo argumento al servicio de las ideas. Y terminó por hacerse eco de cierta animosidad: apabulla tanto nivel intelectual. Y otra interrupción más: unas personas ajenas a la tertulia parecen decididas a entrar; pero, ah, perdón, nos hemos equivocado de sala.

Sigamos. En la recta final de la reunión, la trama y la autora. Ergo la novela tiene trama. Y se justifica, más o menos así: la autora crea unos personajes, los relaciona en una trama y `dice cosas´ (entiéndase, literariamente hablando), algunas banales, genéricas, como el desprecio de la burguesía por los demás; pero otras con sesudas y atractivas definiciones o calificaciones. Ah, y que no se olvide, su interés por la cultura japonesa.

Aquí se removió la tertulia como para dar por concluida la sesión. Pero un momento. Un contertulio habitual, ausente hoy, se había tomado la molestia de transmitir por escrito a los demás sus consideraciones sobre el libro. Aun a riesgo de pósit sobrepuesto, procedía su atención: -en resumen- la novela evoca el mito de Cenicienta y la filosofía epicúrea a través del conocimiento (más o menos).

¡Madre mía! Ya digo, a párrafos, a bucles.

Ricardo Santofimia Muñoz.