JUNTOS, NADA MÁS
Anna Gavalda
1.
Presentación
El
libro cuenta la historia del encuentro y posterior convivencia entre cuatro
personas que terminan viviendo bajo el mismo techo. Cuatro personas que, en
principio, no tenían nada que les empujara a esa vida en común: un aristócrata
tartamudo, una joven casi anoréxica, una vieja testaruda y un joven cocineo mujeriego
y grosero. Todos tienen grandes problemas y motivos para sentirse fracasados,
perdidos, rotos; pero todos poseen un gran corazón. Los cuatro se necesitan y
se apoyan los unos en otros; pero ellos no caen como las fichas de dominó que
están próximas; ellos, juntos, nada más
(y nada menos), se mantienen en pie y se recuperan gracias al amor.
2.
El contexto
La
mayor parte de la acción se desarrolla en un gran apartamento del centro de
París, cerca de la Tour
Eiffel. Además de este espacio central y común donde terminan
juntándose los personajes, hay otros ambientes secundarios asociados a cada
unos de ellos:
-
Paulette:
su casa del pueblo/residencia de la tercera edad.
-
Philibert:
museo/castillo familiar
-
Franck:
restaurante
-
Camilla:
Todoclean/buhardilla
3.
Los personajes
-
Camille Fauque (26 años). Buena dibujante, frágil,
solitaria, infancia difícil, no come, sobrevive en su miserable buhardilla,
trabaja como limpiadora.
-
Philibert Marquet de la Durbellière (36 años) vive
provisionalmente en el inmenso apartamento de su familia. Aristócrata, exquisitos modales,
apasionado de la historia, vendedor de postales en u musero, tartamudo, confuso.
Alberga en el apartamento a Franck.
-
Franck Lestafier (34 años). Muy buen cocinero, trabaja en un céntrico
restaurante de París. No tiene maldad, pero es presumido, grosero, bocazas,
malhablado, ligón y enamorado de su moto. Tampoco él es feliz. Una vez a la
semana visita a su abuela Paulette.
-
Paulette Lestafier (83 años). Malvive en una residencia para ancianos
de Tour. Solo le queda su nieto Franck y sueña con su visita semanal al tiempo
que añora vivir en su casa con su jardín, su huerto y sus gatos. Cuando viene su
nieto a verla, le riñe si dice una palabrota e intenta no llorar, aunque le
resulte difícil.
4. La historia
He
aquí lo que dice de su historia la propia Anna Gavalda:
Quería contar una historia de amor. La historia de Franck
y Camilla. Buscaba un título con la palabra «aprendizaje». Mis libros
preferidos son novelas de aprendizaje. Franck y Camille me parecían unos
excelentes cobayas. El trabajador manual y la intelectual, el cocinero y la
flacucha, el macho y la delicada. ¿Un esquema algo burdo? Mejor que mejor. Sólo
me quedaba por realizar el afinado posterior.
Después la historia se me fue de las manos. Philibert et
Paulette no quisieron jugar el papel de secundarios. También fue culpa mía,
pues empecé a amarlos demasiado, Conclusión: la historia de amor entre dos se
convirtió en una historia de amor entre cuatro.
Finalmente el libro es dos veces más voluminoso de lo que
estaba previsto. Es una novela que van a ser descuartizada. Lo sé y lo espero.
La crítica no es nada difícil: se trata de un libro demasiado tierno para ser
honesto. No me importa. Les he tomado tanto cariño a estos cuatro tipos, que me
he blindado. Philibert me prestará su armadura.
José Ant. Ruiz
______________________________
CÓRDOBA DE LOS
OMEYAS
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
EL
AUTOR[1]
Estudió en las Escuelas Profesionales de la Sagrada
Familia (SAFA) durante la infancia, y luego bachillerato en el colegio
salesiano Santo Domingo Savio y en el instituto San Juan de la Cruz de Úbeda. Siguió historia
del arte en la Universidad de Granada y periodismo
en la de Madrid. En los años ochenta se estableció en Granada, donde
trabajó como funcionario y colaboró como columnista en el diario Ideal; su primer libro es una recopilación de
esos artículos y aparece en 1984 con el título El Robinsón urbano.
Su primera novela, Beatus ille, aparece en 1986, aunque se gestó
durante varios años. En ella figura la ciudad imaginaria de Mágina,
trasunto de su natal Úbeda que reaparecerá en otras obras suyas. Cuenta la historia
de Minaya, un joven que regresa a Mágina para realizar una tesis doctoral sobre
el poeta Jacinto Solana, muerto en la Guerra Civil, pero cuya apasionante vida
le llevará a una serie de indagaciones que darán como resultado un final
magistral.
En 1987 gana el Premio de la Crítica y
el Premio Nacional de Narrativa
por El invierno en Lisboa y en 1991 el premio
Planeta por El jinete polaco, por la que vuelve a ser Premio
Nacional de Narrativa en 1992. En 2007 es investido Doctor Honoris Causa por la
Universidad de Jaén como reconocimiento a toda su obra.
Otras obras destacadas son Beltenebros (1989) una
novela de amor, intriga y de bajos fondos en el Madrid de la posguerra con
implicaciones políticas; Los misterios de Madrid (1992) —publicada
inicialmente como serial a capítulos en el diario El País,
el título hace referencia al folletín
decimonónico Los misterios de París, de Eugène
Sue—; El dueño del secreto (1994); Plenilunio, El invierno
en Lisboa, Ventanas de Manhattan o El viento de la luna
(1997). En 2009 publicó La noche de los tiempos, un monumental trabajo
que recrea el hundimiento de la Segunda República Española y el inicio
de Guerra Civil Española a través de las
peripecias de un arquitecto llamado Ignacio Abel.
En 1995 fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón
u, y leyó su discurso de ingreso, Destierro y destiempo de Max Aub, un
año después.
Está casado con la también escritora Elvira
Lindo y vive entre Madrid y Nueva York, donde dirigió el Instituto Cervantes.
Muñoz Molina recuerda con estas palabras el nacimiento de
su deseo de escribir: "Tenía yo once o doce años cuando por primera vez
las novelas de Julio Verne, son leídas y releídas con una pasión
inextinguible, me hicieron concebir la idea de escribir novelas yo
también"; pero matiza: "No creo que ese sea un síntoma de una
vocación ya inevitable...". En cuanto a sus obras finalizadas, dice:
"Soy muy desapegado hacia las cosas que ya he escrito. Nada más
terminarlas me alejo de ellas, así que dejan de interesarme enseguida"
LA
OBRA[2]
I.
Introducción a Córdoba
Córdoba de los Omeyas es una obra de
encargo, pero la visita que Muñoz Molina realiza a Córdoba para cumplir el
trabajo no tiene nada que ver con el típico viaje de turista y en rebaño, sino
de escritor recogido y citado a solas con la ciudad. Muñoz Molina ha ido a la
antigua ciudad califal a poseerla y a poseerse de ella, antes de someterse a la
disciplina de las fuentes y la bibliografía: «Sin que hubiera escrito ni
calculado una sola palabra, yo veía mi libro en las calles de Córdoba, y por
eso, algunas veces, las recorría como quien está leyendo y se muere de
impaciencia por averiguar lo que ocurre en la próxima página.”
En
relación con el género, Muñoz Molina rechaza la novela histórica y opta por una
historia novelada, es decir, un relato literario. Al fin y al cabo, para el
autor, que inició su formación universitaria en la rama de la historia para
luego convertirse en escritor, Historia y Literatura están íntimamente
relacionadas. Ésta es una idea recurrente en la Introducción: «¿No es la
Historia una rama de la novela, una ficción de sombras nacida de las ruinas y
los libros, un rumor de escrituras y de voces del pasado, de indicios dudosos,
de mentiras que los siglos han vuelto verdad y de verdades tan inaccesibles
como las estatuas ocultas a muchos metros bajo tierra?... Sin darse cuenta, el
historiador también construye una invención, usando, como el novelista,
materiales y fragmentos dispersos de la realidad, edificando con ellos un
libro, igual que los arquitectos musulmanes edificaron la mezquita aprovechando
sin el menor apuro columnas de palacios y de templos romanos».
Capítulo II. Hombres venidos de la tierra y el cielo
El
autor nos relata los años iniciales de la invasión musulmana, desechando con
sano espíritu de crítica las crónicas eruditas posteriores, las que en tono
apocalíptico tejerían el mito de la pérdida de España: el de una sociedad
visigoda corrompida y un monarca lujurioso (Rodrigo) merecedores del castigo
divino en forma de infieles asoladores. Por el contrario, la facilidad de la
conquista y el entendimiento con la población hispanovisigoda -simbolizado éste
en el destino ecuménico de la basílica cordobesa de San Vicente- son hechos que
desmienten los alegatos justificadores de los futuros reconquistadores cristianos.
Capítulo III. El príncipe fugitivo
El
príncipe fugitivo es un cautivador relato de la
odisea hasta Córdoba de Abd al-Rahman, el único superviviente de la dinastía
omeya exterminada sin piedad por los abbasíes. El nieto proscrito del califa de
Damasco se hace con un reino para sí y se proclama emir en la ahora
independiente provincia del Al-Andalus. La nueva capital de los omeyas crece y
se puebla de gentes, a la vez relicario de culturas y crisol de razas (de
musulmanes, de mozárabes, de judíos), ciudad que se descompone en múltiples
ciudades interiores.
Capítulo IV. La ciudad laberinto
Córdoba
es la ciudad laberinto, y en ella tan sólo la arquitectura pudorosa y
clausurada de la casa constituye su centro invulnerado. Como todas las medinas del
Islam, «no posee entidad jurídica, no hay un poder municipal que la rija y
menos aún que dictamine las normas de su crecimiento. La única autoridad,
nombrada por el cadí o directamente por el soberano, es el saib alsuq, el
señor del zoco». En congruencia con ello está la configuración del centro
urbano, la madina, que incluye la mezquita mayor con el patio adjunto
donde imparte justicia el cadí, la alcaiceria en que reside el califa, y el
zoco principal o plaza mayor de abastos. Lo demás es ya un conglomerado de
arrabales prácticamente autónomos.
Capítulo V. El músico de
Bagdad y el teólogo furioso
El
autor nos pinta en perfecto claroscuro dos mundos contrapuestos. A un lado, las
luces: la Córdoba mundana y tolerante, refinada, cosmopolita, con un emir
amante de la vida y entregado a todos los placeres regidos por el gusto, Abd
al-Rahman II, un emir que acoge y favorece al joven músico Ziryab, cómplice
genial de su voluptuosidad y de su amor a la vida; al otro lado, las sombras:
un puñado de fanáticos mozárabes enajenados por predicadores como Eulogio y
Alvaro, que no ven sino una nueva tentación del maligno en cada gesto de
tolerancia del gobierno, una razón más hiriente aún para maldecir a Mahoma y
entregarse con enfermizo placer al martirio.
Capítulo VI. El bosque de los símbolos
En
El bosque de los símbolos Muñoz Molina nos introduce en la mezquita y
nos guía por ella con inteligencia y lenguaje admirables. Transita por el
bosque de columnas para señalarnos la orientación simbólica de la qibla y
la oquedad sagrada del mihrab, con el mimbar y la Mansura. Descifra para nosotros la alegoría
teológica del universo inscrita en el desarrollo ascensional de la cúpula, sin
olvidar que la singularidad de esta arquitectura nace de la voluntad de recrear
el primitivo escenario natural y desnudo en el cual el nómada reza mirando a la
Meca.
Capítulo VII. El médico del califa
La
historia de un médico de la juderia cordobesa, Hasday ibn Shaprut, que se gana
el favor de Abd al-Rahman III, constituye en este caso el pretexto escogido por
el narrador para describirnos el ambiente de la ciudad en tiempos del primer
califa andalusí, la primera mitad del siglo X. Para los musulmanes Abd
al-Rahman III es, por
antonomasia, al-Nasir, el vencedor. El tercer Abd al-Rahman, que subió al trono
el año 912, y construyó para sí y, tal vez, para la memoria de su concubina que
se llamaba Azahar: la ciudad palacio de Madinat al-Zahra, que tenía quince mil
puertas y cuatro mil trescientas trece columnas, y sobre cuyo arco de entrada
dicen que había una estatua de mujer. Su empeño
constructor, no exento de capricho y megalomanía, su gran capacidad de mando, sus
diecinueve años de guerrear sin tregua, sus espasmos despóticos y hasta
sanguinarios agravados con la edad, su aislamiento y desconfianza de la vieja aristocracia
tribal árabe y sus preferencias por una administración más manejable de eunucos
y esclavos, su desafío al Sacro Imperio Romano y al califato de Oriente, «tal
vez, no fueron sino la laboriosa máscara del miedo»; «tenía miedo de morir, de ser
traicionado o vencido, de que la posteridad lo olvidase». La comunidad judía de
Córdoba puso a su disposición el saber enciclopédico y los servicios de su hijo
mejor dotado, Hasday, que obtuvo el altísimo honor de ser médico real en la
deslumbrante corte de Abd al-Rahman. Eran días de prodigiosa buenaventura para
la aljama hebrea de Córdoba que completaba ocho generaciones seguidas de paz y
absoluto respeto.
Capítulo VIII. Los libros y los días
Los
libros y los días es el antepenúltimo capítulo de
la obra, una ojeada al mundo de la cultura y de la producción de la cultura,
así como una reveladora visita a las bibliotecas cordobesas, ¡Bibliotecas! Todo
el acervo bibliófilo de los omeyas fue llevado a su más alta cima por el último
gran representante y más culto miembro de la dinastía, al-Hakam II, a quien
Lévi Provencal llamara «sabio impecable, mecenas fastuoso, amigo de las letras
y de las artes». Cuatrocientos mil volúmenes albergaba su incomparable biblioteca,
al que su fervor y sus dispendios habían ido enriqueciendo con importaciones de
lujo procedentes de El Cairo, Damasco, Bagdad, Constantinopla. Claro que esta
nueva Alejandría de Occidente no existía tan sólo en el ánimo cultivado del
califa, sino también en determinados sectores de la población cordobesa. Baste
este cañamazo de datos: sesenta mil libros se editaban anualmente en la ciudad,
ciento sesenta mujeres estaban consagradas a copiar manuscritos en un solo
arrabal a finales del siglo X, un barrio entero cerca de la puerta de los
Perfumistas reunía a los artesanos del pergamino, un cadí de renombre como Ibn
Futáis tenía una biblioteca en la que trabajaban permanentemente seis copistas,
por no hablar de bibliófilos rebuscadores como al-Hadrami o calígrafas de
filigrana de la fama de Fátima y Aixa.
Capítulo IX. El tirano benévolo
Sin
embargo, el esplendor de los omeyas no tenía muy lejos el ocaso. En El tirano
benévolo se nos cuenta ese ocaso majestuoso del cisne, el último centelleo
de una mecha que va a extinguirse. El artífice de ello era conocido en nuestros
textos de bachillerato por su apelativo romanceado, Almanzor. Él fue, en
realidad, desde el advenimiento de Hisham II en 976, el temido e incuestionable
protagonista en la historia del califato. Un viejo califa embebido en sus
libros y una princesa madre insatisfecha y seducida; un heredero premeditadamente
echado a perder por una educación blandengue y viciosa: he ahí el sucesivo
decorado en el que el advenedizo Almanzor conseguiría imponer su autocracia con
inusitadas dosis de frialdad y de audacia, hechizando, sobornando, engañando,
destruyendo inmisericorde a unos y a otros.
Capítulo X. La ciudad arrasada
El
equilibrio precario mantenido por Alanzor con la institución del califato fue
rápidamente roto por los excesos e imposturas de sus dos hijos, Abd al-Malik y
Abd al-Rahman, especialmente de este último, apodado Sanchol. . El atrevimiento
de Sanchol, bebedor impío y abyecto, desencadenaría la guerra civil y el desmembramiento de Al-Andalus en los reinos de taifas. Hisham se
había visto forzado a nombrarle su sucesor, lo que equivalía a una blasfemia
pública contra la ley y la sagrada tradición encarnada por la dinastía de los
omeyas. A partir de aquí todo es una demencia de usurpaciones, de tropas mercenarias
(bereberes, eslavas, hispanocristianas) campando por sus respetos, de asedios y
saqueos interminables de la capital, y de conjuras palaciegas y remociones
sangrientas; en suma, una locura fratricida que terminó con toda legitimidad y
toda esperanza. Todo ocurrió muy deprisa, «n hay un otoño de la grandeza de
Córdoba, no hay una lenta curva de declinación, como en las postrimerías de
Roma, un resentimiento gradual de fracaso: Córdoba se hunde de pronto como el
sol en los trópicos, como Pompeya borrada por el Etna, como Sodoma y Gomorra y
como la Atlántida, presa de una especie de castigo bíblico sin misericordia, de
una desgracia súbita»
Cuatro
años de horror que marcaron para siempre a un testigo lúcido y desengañado, escritor
sin embargo, del amor, Ibn Hazam, autor del célebre Collar de la paloma. En
aquellos años en que el Al-Andalus se despedazaba en una ciega confabulación de
crueldad y de locura, él, Ibn Hazam, casi siempre perseguido y errante
-murió muy lejos de Córdoba, abandonado
hasta por sus hijos-, se convirtió en una conciencia solitaria y cada vez más
insobornable y herida por el desengaño.
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