lunes, 6 de mayo de 2013

Reseñas de la última sesión del Club de Lectura

Reseña de la sesión dedicada a INDIGNACIÓN de Philip Roth


Partamos de que la obsesión es sentimiento o tendencia de carácter persistente, una fijación tal que perturba la consciencia de la persona. No obstante, como su presencia en las manifestaciones del hombre es mensurable (desde ligeros atisbos hasta niveles clínicos), quizás convenga poner en cuestión el carácter nocivo que se le atribuye por definición.

Valga este preámbulo, quizás excesivo, para justificar y enmarcar este nuevo encuentro del Club de Lectura. Se desarrolló en el filo de la obsesión.

Las intervenciones iban y venían de un asunto a otro de la novela, desde la personalidad del autor hasta el final anunciado, pero siempre con parada en el protagonista, reflexión y tributo. Casi como una obsesión. En el protagonista estaba el mensaje.



Veamos. La sesión comenzó suave. Con primeros acercamientos como de tanteo. Por allí pasó el galardón del “Príncipe de Asturias” de este año al autor, así como la consideración de escritor típicamente americano (del Norte). También el tratamiento acertado de las tradiciones judías, destacando las descripciones, tan gráficas, del oficio de kosher (carnicero judío).


Asimismo, apareció en estos compases iniciales (pongamos primer cuarto de hora) el tratamiento de la sexualidad, otro rasgo de las preferencias temáticas del autor. Pasó entonces de puntillas, la conversación se desviaría pronto hacia la fluidez narrativa lograda con el uso de la primera persona.

Hasta que, tras comentar el acierto del título como leitmotiv de la trama, alguien apuntó a un hijo, qué importa recordar si propio o no, un hijo con perfil semejante en alguna inquietud o aspiración, ¿semejante a quién? No cabía esperar más: se pasó de la Indignación a la obsesión latente, el protagonista. ¡Quién como Marcus! Como si la reunión diera con el cauce, el foco se orientó rápidamente hacia nuestro personaje, se concentró, embelesado y potente.

El primer fogonazo, quizás con algún deje de melancolía, apuntó a su enfrentamiento con el decano, el posicionamiento, interpretado como ideológico, que esgrimió fundamentándolo en Bertrand Russell, la religión y la relación humanidad-memoria como eje. En el afán de destacar el pasaje llegó a precisarse la magia de las páginas 50-51 de la novela (claro, en el formato de su lectura). Casi faltó el aplauso, a Marcus.

Después la emoción continuó por la fatalidad del destino (el fátum griego), las consecuencias trágicas de algo en apariencia trivial: no haber seguido los consejos paternos. Un encadenamiento meramente circunstancial, del tipo causa-consecuencia, provoca el desenlace. Cuyo comienzo sitúa Marcus en la relación de amor-odio con su padre, que le llevaría a huir de él para alcanzar su realización personal y profesional. Aquí, los asistentes a la reunión se plantearon si, en realidad, la novela no describe y relata una personalidad socialmente inadaptada. Un lamento.

Y vuelta al enfrentamiento con el decano, ahora desde otro prisma. ¿Acaso Marcus no tenía objetivos muy claros? –mantener el nivel de estudios brillantes para ser abogado y librarse de ir a la guerra con Corea, donde moriría con toda probabilidad-. Y sin embargo, más allá de la proyección de sus estudios, apuesta por sus convicciones. Planteamiento contradictorio, o no, que queda en el aire, o mejor, en la atmósfera cuasiobsesiva que se respiraba.

Cuando a continuación se abordó la presencia del miedo en la novela, por un momento parecía que los asistentes se tomaban un respiro, como una necesidad de desintoxicación. Porque en la aproximación inicial el miedo semejaba un éter que afectaba a toda la trama narrativa, cual tema transversal. Miedo intelectual o emocional como método para oprimir, comprimir, subyugar a la sociedad. Pero, claro, a la hora de establecer las consecuencias, de pormenorizarlas y, sobre todo, de personalizarlas, el protagonista acaparó las intervenciones de los asistentes. La personalidad de Marcus no daba tregua. El chico, para perseverar en sus afanes, se sentía abocado a transigir, ceder al juego de las simulaciones, pagar por suplantarle en el oficio religioso, ardid que a la postre desencadenaría la tragedia final. Flujo de la obsesión.

Y reflujo, de sospechas: ¿acaso ese tratamiento del temor no responde a una tendencia conservadora del autor? (su misma nota histórica se presta a ambigüedad), ¿sería desmesurado establecer paralelismos con las mareas ideológicas actuales en España y el mundo? El mismo título, aun como contrapunto al análisis, es un referente. Indudablemente, el autor consigue la reflexión de los lectores; por supuesto, de todos los asistentes a esta reunión.

Esa suerte de obsesión por Marcus parecía remitir. Pero de nuevo éste tomó las riendas del tramo final. Se apreció un desequilibrio entre su madurez intelectual (bien probada) y la emocional, a la vez que actitud de héroe, si bien, muy humano en cuanto que la/su tragedia deriva de una concesión-trampa.

Y atención especial a sus cuitas sexuales, ahora sí. Para los asistentes, Marcus se debate entre el atractivo por la chica, que lo atenaza, y el rechazo cuando le cuentan otros comportamientos de ella. En el fondo, él apuesta por la relación, por eso descarta y hasta combate los comentarios que le llegan. Hasta que afronta la propuesta de la madre, chantaje emocional en toda regla (algo así como “tengo intención de divorciarme de tu padre, pero si tú renuncias a la chica, no lo hago”). Marcus accede. Queda en el ánimo de los contertulios si verdaderamente no anidaba en el chico una mentalidad conservadora.

Para que luego digan que la obsesión pertenece al catálogo negativo de la condición humana.


Ricardo Santofimia Muñoz

1 comentario:

  1. No pude asistir a esta sesión aunque sí leí el libro.El comentario de Ricardo es tan bueno, tan bueno, que ha hecho que refresque mis sensaciones y sentimientos hacia la novela, mejorando la magnífica impresión que su lectura me había aportado.Quien pueda leerla, no evite este placer.LOLA ALONSO

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