lunes, 24 de junio de 2013

Reseña de la sesión dedicada a OJOS DE AGUA de Domingo Villar

Tratándose de comentar una novela policiaca, aun a riesgo de caer en el tópico recurrente, la sesión discurrió en formato puzle, como si se mimetizara con la investigación de un crimen.

Las primeras intervenciones ya sonaban a una forma de justificación cercana a la indulgencia: autor joven, de algún modo representante de la nueva novela negra, muy leído y, sobre todo, traducido. El mérito trascendente.

Se añadió que los personajes quedaban en general bien definidos, reconocibles, y además algo así como pertinentes en este género narrativo.

Para llegar al botón de la muestra: la pareja de policías protagonista (uno más que otro, claro; según el canon de contrarios, distintos, enfrentados o complementarios al que la tradición literaria es tan proclive, amén de eficaz). Gallego versus aragonés. Personalidades contrapuestas por elevación genérica, se interpreta que para marcar distancias entre el carácter pausado y analítico del policía “jefe” (gallego) y el extremadamente impulsivo y hasta agresivo del ayudante-chófer (aragonés). Si el autor hubiera nacido en Teruel, por ejemplo, y no en Vigo…

No obstante, resultó que se trataba de una aproximación inicial. Pronto se incorporaron comentarios que apuntaban a la consideración de novela entretenida, sí, de fácil lectura, sí, con dotes de ingenio, sí, pero floja en cuanto a la estructura de la trama. Y aquí una primera derrama de argumentos:

· La base de la investigación se centra en la intuición del policía protagonista, hasta el punto de que los lectores -al menos los de este Club- no resuelven la autoría del crimen mediante el desarrollo de los acontecimientos (como ocurre en la mejor y más consagrada literatura del género), sino a través de las elucubraciones del policía.

· Se adivina pronto quién no es el asesino, a pesar de las pistas  vertidas en el hilo narrativo. ¿Pasión?, ¿venganza?...

Domingo Villar
· Conceptualmente hablando, no se aportan datos suficientes, además de sólidos, para motivar la decisión y consumación del asesinato. No, a tenor de los parámetros psicológicos-sociológicos descritos. La fórmula empleada para fundamentar el desenlace final se antoja una pirueta, un encaje apresurado del puzle, un exceso narrativo.

El fallo de la trama llegó a rubricarse cuando algún contertulio aseguró que salvo las últimas cuarenta páginas el resto se le hicieron tediosas.

A partir de aquí la tertulia pareció titubear, ¿no habría ido demasiado lejos en sus reparos? Y tanteó un cierto reequilibrio.

Nada mejor que volver al análisis de personajes. Primero, para ponderar el uso de la antítesis en el diseño de sus personalidades. Aparte de la ya aludida contraposición en la pareja de policías, los asistentes advirtieron otra quizás más sutil, menos evidente, más genérica, mujeres frente a hombres. Hay que precisar: los personajes femeninos coinciden en un perfil de carácter fuerte, valiente, tenaz (con independencia de la consideración moral que cada cual merezca), frente a la personalidad medrosa de los hombres -salvemos a los policías, claro-, cuyo ejemplo más patente y patético lo muestra el tal Freire muerto de miedo en el barco.

Especial atención mereció el inspector Leo Caldas (en alguna medida, trasunto del autor, según se comentó). Con un atractivo inicial, la fama por su protagonismo en un programa de radio dedicado a recibir denuncias de actos delictivos. Casuística cuando menos sorprendente en la novelística del género. Y acierto-hallazgo del autor en opinión generalizada de los asistentes, en tanto en cuanto proyecta desde tan, digamos, pintoresca actividad el liderazgo social y ético del personaje.

(Por cierto, aviso para el autor, detalle de error: los estudios de radio en ningún caso tienen comunicación directa con el exterior del edificio. Así que nada de ventanales a través de los cuales se contemplen escenas de niños jugando, etc.)

Lo novedoso no es el liderazgo como estereotipo de estos policías de novela, negra, sino el medio. Estereotipo que completa la figura del inspector con otro también propio de esta narrativa: profesionalidad veinticuatro-horas-al-día-trecientos-sesenta-y-cinco-días-al-año, incompatible con pareja estable (si acaso, evocaciones –una mujer llamada Alba- inexplicadas, gratuitas).

En lo tocante a personajes, también el inefable Estévez, ayudante de Caldas, pasó por el tamiz crítico de los tertulianos. En verdad, no demasiado. Sus arrebatos de homofobia apenas merecieron algún comentario de pasada. Seguramente porque las opiniones se concentraron en comparar con otras novelas del género: al contrario que en ellas, este adjunto apenas aporta intervenciones determinantes para el esclarecimiento del asesinato. Además, tampoco se entiende muy bien su relación con Caldas, o mejor, de Caldas con él, esa especie de protección que el inspector ejerce sobre el ayudante. ¿Quizás por el respeto que merece en la profesión la persona de Caldas? ¿Se desprende del carácter del inspector una autosuficiencia latente?

Y la reunión tocaba a su fin sin conclusiones rotundas. Los comentarios, un tanto exhaustos, volvían a la denuncia de temas o aspectos romos o carentes de justificación en la trama. Una trama exangüe. Sin bien, ornada con descripciones de encanto, del paisaje, gastronomía e idiosincrasia gallegos, y con la originalidad del recurso al diccionario en el comienzo de cada capítulo de la novela. Las últimas piezas del puzle.

Al final de la sesión, lógico, todo encaja, pero como en la novela, con premura y sin primor.


                                                           Ricardo Santofimia Muñoz.

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