Símbolos, símbolos. La sesión fue haciendo calas sin método en los símbolos que aparecen, se supone que estratégicamente, a lo largo de la novela. Podría interpretarse que en detrimento de la expresión literaria -apenas recibió trato específico-. Y sin embargo, el esperpento nacido de ella sustenta el estro simbólico de la obra, que el autor hace germinar desde su cita preliminar de Machado sobre el carnaval.
Implicación inicial del autor que, a
juicio de los asistentes, ya no abandonará en toda la novela. En primer lugar
trasladando los apellidos de su biografía a la personalidad del protagonista
(Marés, Faneca), y con ello tomar posiciones emocionales, sociológicas y políticas
ante el devenir existencial del personaje creado.
Curiosamente, a diferencia de otras
ocasiones, durante la reunión se hablaría más del autor que del narrador. Tan
sutil se antojaría la divisoria entre uno y otro.
Dos apellidos, pues, de una identidad real para simbolizar el desdoblamiento de la personalidad del protagonista. Cuestión que acaparó buena parte de las intervenciones. Personaje calificado de patético e inverosímil, pero creíble por la paulatina transformación que ejerce sobre sí (en sus relaciones con los amigos, los vecinos, su ex-mujer, en sus canciones…). Lo que apunta a cuestionar en el ser humano una individualidad permanente, inmutable, y a la posibilidad de la existencia de otros yo en uno mismo (idea en la órbita de
Otras interpretaciones, no
contradictorias con lo anterior, sugieren que el personaje, desde su perspectiva
moral, se debate en la búsqueda de su identidad en libertad, que acaso no
culmine en sus relaciones con la muchacha ciega (¿final abierto de la novela?).
Actitud que, en todo caso, lleva a la destrucción del sujeto original. Pues
dotarse de otra identidad incluye también la correspondiente personalidad,
donde se realiza o se guarece. Proceso sicológico que un contertulio precisó
con frase de alcance -reflexión y humildad-: “somos una ficción creada por
nosotros mismos” (¿el carnaval?).
Protagonista insertado en una gran
metáfora de la realidad sociológica catalana. Reflejo exagerado, caricaturesco,
que parece propio de cierta rabiosa actualidad. El autor -de nuevo el autor- ¿un
adelantado a su tiempo?, se pregunta la reunión. ¿O es que ya existía aquella
situación en Cataluña cuando escribió y publicó la novela? Y otra pregunta:
¿qué repercusión hubiera tenido si se hubiera publicado en los tiempos más
recientes?
Para los asistentes, Juan Marsé pasa por el tamiz
del ridículo su crítica a una identidad sociopolítica cuadriculada, rayana en
la catetez, a la política lingüística y, en definitiva, a una burguesía
decadente que utiliza el nacionalismo sólo como artefacto de poder
-¿manipulación de la conciencia patriótica?-. Y en particular, se considera lacerante
radiografía de las relaciones de poder el pasaje de la representación del
niño-araña (¿el carnaval?).
También el autor -otra vez el autor-
traslada de la realidad a la ficción el edificio Walden 7, construcción de
Bofill, emblemática de la
Barcelona de los años 70, nacida al calor de la modernidad,
del progreso, de la conexión interclasista. Aunque en la obra esa simbología
real queda violentada por la parodia significada en las deficiencias del
edificio, que frustra las expectativas iniciales. Al respecto, surgió cierta
controversia al interpretar las intenciones del autor. Por una parte, se
vislumbra su desencanto con la democracia en la persistente caída de losetas de
la fachada del edificio descrita en la novela -también ocurrió en la realidad-.
Se argumenta esto contrastando fechas de la realidad y de la ficción. Pero, por
contra, se arguye que determinados acontecimientos históricos, económicos y
políticos de esas mismas fechas prueban que la decepción aún no había hecho
mella en la sociedad. A la vista del desarrollo narrativo, mejor parecería relacionar
el deterioro del edificio con el propio del protagonista y con el choque de dos
grupos sociales (los acomodados y los menesterosos) y de dos, digamos, culturas
(la catalana, o catalanista, y la charnega). En este último aspecto, se
advierte que las intenciones nacionalistas chocaron con la abundante emigración
de la época.
Dicho análisis en torno al edificio
no deja indiferente: consigue que todas las piezas de la novela encajen
mediante la simbología (¿el carnaval?).
Así pues, el universo simbólico de
la novela ha atrapado desde el principio el ánimo de la reunión: la premonitoria
cita machadiana, la estructura de flashback, el uso de los nombres con doble
intencionalidad, los tintes autobiográficos, la borrachera nacionalista. Se
presume que el autor -una vez más el autor- tenía bien procesada previamente la
acción narrativa: desde el disfraz del protagonista, la salacidad de su
ex-mujer o la arrogancia del catalán monolingüe, hasta tantas otras
circunstancias tachadas de inverosímiles por parte de los asistentes. Pero el
contexto carnavalesco lo explica todo.
Aunque no para todos. Hubo quien
expresó su descontento con la obra -y no se le rebatió-: a pesar de los valores
simbólicos y la ironía subyacente, la historia narrada “no engancha”.
Tampoco fue objeto de réplica una apreciación
de apariencia contradictoria: novela de perdedor, que, sin embargo, triunfa
cuando se vuelve charnego, aun siendo catalán de nacimiento. Al hilo, alguien
advertía o reprochaba o denunciaba: el libro elude la actitud de otros
charnegos de la realidad que, en dirección contraria a la ficción, intentan
catalanizarse -¿por convicción?, ¿por esnobismo?, ¿para sobrevivir en el medio?
Y una última intervención, de
cierre: nos encontramos posiblemente ante una historia aburrida, insulsa y
hasta inverosímil si no hubiera sido sublimada por el esperpento (¿el
carnaval?).
Fdo.:
Ricardo Santofimia Muñoz.
Conjunto de ideas exponenciales de lo que es esta importante novela y de lo que dio tiempo a expresar en algo más de hora y media. Habría para toda una tarde y, quizás, no se hubiera agotado el debate.
ResponderEliminarBiennnnnnnnnnnnnnn. No se si me gusta más leer la obra o tus reseñas, amigo. Gracias.
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