¿Novela
histórica? Parecía llamada a ser sólo una primera cuestión para debatir, pero
sirvió más a lo largo de la sesión como encabezamiento. Es decir, cada interviniente
comenzaba por argumentar a favor, o relativizaba la dimensión histórica de la
ficción creada, para seguidamente exponer su valoración de la obra en general,
o de sus recursos expresivos, o de los personajes, o de los temas y subtemas detectados,
o de todo ello.
Así
pues, conviene seccionar. Por partes:
Con respecto
a lo de novela histórica –determinar
si es, no es-, su concepto mismo no ayudaba mucho, tan manoseado en estos
tiempos donde proliferan narraciones con dicha etiqueta. En tanto que novelar
hechos históricos constatables, hubo opiniones explícitas a favor del sí: El Hereje cumple con esos parámetros por
los acontecimientos que desarrolla; y, si bien los personajes principales
pertenecen a la pura ficción, está documentado que Felipe II (de fugaz aparición
en el episodio nuclear de la novela) comenzó su reinado con un auto de fe en
Valladolid. Y además, el mismo autor recomienda la consulta de historiadores que
corroboran lo que él narra.
Sin
embargo, otra tendencia cuestionaba con interrogantes: ¿son realmente
históricos los hechos narrados?, ¿cómo se sitúa a un personaje de ficción en su
época para que la narración adquiera valor histórico? O consideraba más
relevante el triple escenario costumbrista, económico e histórico descrito en
la obra (con ecos de la novela picaresca), o la reflexión en el presente sobre
los planteamientos religiosos del XVI, o la recreación tan didáctica del auto
de fe novelado.
La valoración general de la obra, como el
resto de los aspectos tratados, osciló entre el debe y haber. En el haber la
calificación de magnífica, su magnitud literaria, reconocida con el Premio
Nacional de Narrativa en 1999, el mérito de haberla escrito a los 78 años de
edad y el estímulo por la investigación en mapas de su espacio geográfico -hasta
Valladolid ha creado la ruta turística de El
Hereje-. Y en la parte del debe, la lentitud de la acción narrativa,
producida principalmente por los excesos descriptivos (por ejemplo, demasiadas
idas y venidas por los páramos, etc.), lleva al cansancio y en algún caso al
abandono definitivo de la lectura; y en consonancia, el convencimiento de que
sobran muchas páginas porque no aportan nada al argumento ni al tema de la
novela. Añádase la corriente generalizada de considerar esta novela complementaria
de la lectura de la sesión anterior, Castellio
contra Calvino -los asistentes, aún bajo el síndrome de Stefan Zweig.
En
cuanto a la expresión literaria, se
partió de un denominador común, su altísima calidad, que en muchos pasajes
rezuma ironía y, en definitiva, sentido del humor. Concita la atención de los
asistentes la riqueza de léxico y metáforas, como las referidas a sombras,
caballos o escenas de caza. Y las descripciones de personajes (ridículas
algunas), de lugares y de ropas, tan exhaustivas estas últimas que
invariablemente te llevan a consultar el diccionario -asegurar al paso que
todos los términos aparecen en él-. Todo ello permite digerir la novela; a
pesar de que en el otro lado de la balanza se sitúa un exceso de cultismos y de
erudición en general.
Por lo
que respecta a los personajes, el
análisis del protagonista tampoco fue homogéneo. El mayor acierto se fija en la
creación de un personaje que va creciendo a medida que avanza la trama
narrativa, hasta culminar en dar ejemplo a los demás con su coherencia y
compromiso final. Un personaje, de retrato caricaturesco, cuyo leitmotiv es
mitigar la falta de afectividad que lo rodea desde el nacimiento. De ahí que se
enamore de su ama de cría (complejo de Edipo), se case con una, digamos,
mujerona (deseo de protección maternal), aplique una especie de justicia
retributiva con sus empleados (necesidad de reconocimiento social) y busque
refugio espiritual en los conventículos. No obstante, algunos asistentes lo
consideraron un personaje artificial: su actitud social parece, a la vez que
impensable para el siglo XVI, demasiado cocinada con planteamientos actuales; y
por otro lado, no queda justificada su integración en la nueva y clandestina
doctrina religiosa.
Sí hubo
mayor unanimidad en ponderar el tratamiento de las mujeres en la novela. Estos
personajes no son estereotipos, sino específicos y ricos en matices. Al hilo de
este criterio, muy cinematográfica la presencia de Minervina (el ama de cría)
en los momentos finales de la obra.
Y
finalmente, si el argumento de la novela gira en torno al nacimiento, vida,
pasión y muerte en el madero de… un hereje, su tema central no puede ser otro que la religión, en su deriva quizás
más incomprensiva, contradictoria y repudiable, la persecución por determinadas
creencias religiosas. El llamado “beneficio de la fe” y sus consecuencias
doctrinales (cuestión considerada bien expuesta en la obra), la negación del
purgatorio entre otras, son el objetivo del más cruel y cruento fanatismo
religioso. ¿Cómo entender en la actualidad que se condene a la hoguera a una
persona por no creer en el purgatorio? No obstante, para algunos asistentes el
debate religioso como tal que promueve la novela adolece de solidez, pues
priman las características de la persecución en sí, lo policíaco (que difumina
lo doctrinal), el proceso inquisidor. Sobre este, no pasó desapercibido a los
asistentes el carácter corrupto del tribunal, que, rendido a la belleza de Ana
Enríquez, le impone una sentencia menor.
Habría
que incorporar como tema colateral la ya comentada falta de afectividad del
protagonista, que encamina su espíritu hacia el bálsamo religioso de los
conventículos.
Y como
tema de acompañamiento, la vida sexual en las relaciones de pareja, novedoso en
Delibes, aunque no exento de su conocido sentido del humor.
Hasta aquí el
resultado -debe y haber, sin saldo- de aquella pregunta inicial de la sesión,
iniciática para la moderadora, que tan certeramente la propuso.
Fdo.: Ricardo
Santofimia Muñoz.
Buen resumen de las disquisiciones habidas en la tertulia. Y lo mejor es que sirven ambos para continuar leyendo y evaluando lo escrito.
ResponderEliminarQué me gusta el club de lectura por los temas y los títulos elegidos. Pero las reseñas...ay la reseñas. Gracias Ricardo. Quizás en esta tertulia nos faltó tratar sobre los libros y su importancia en el desarrollo del pensamiento en Europa.Otra vez será pero mientras "las mujeres que leen son peligrosas"
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