martes, 11 de noviembre de 2014

Reseña de la sesión dedicada a EL OLVIDO QUE SEREMOS de Héctor Abad Faciolince

          Elogio de un libro. Eso fue la sesión, nada menos. Donde cada intervención propiciaba desde el comienzo una suerte de realimentación del circuito de empatía de la tertulia con la obra. A pesar de que, en principio, diera la impresión de que los comentarios, opiniones y valoraciones se sucedían un tanto deshilvanados, como de saltos en el vacío. Pero no. Se trataba de una historia tan bien ensamblada que cada interpretación tenía su conexión subcutánea con la anterior, por diferentes que parecieran, en el hilo del elogio. Y así toda la sesión.
          Una historia que, a juicio de los asistentes, escapaba a los moldes académicos de la clasificación literaria, o los sorteaba. Un hijo, narrador en primera persona, cuenta la historia su padre, el protagonista. ¿Biografía? Desde luego, prima la visión subjetiva del narrador, que cierra con la muerte del padre. ¿Novela? Aunque, a lo largo del texto aparecen numerosas interpolaciones argumentadas sobre cuestiones de carácter social, político, etc. ¿Ensayo? Y, por si faltara poco, se aportan numerosas informaciones con nombres reales y fechas concretas sobre acontecimientos sociopolíticos explícitos. ¿Crónica?
          Parece que se alcanzó un consenso, más o menos etéreo: un libro, algo, escrito con técnica novelística. O sea, la reunión no resolvió. Tampoco persistió particularmente en este aspecto. Aunque evidentemente el punto de vista, el posicionamiento del escrito, siempre tiene su importancia, le seducía más la atmósfera poética  y la fluidez expresiva que desprendía lo leído.
          En tanto biografía, el protagonista destaca y brilla como catalizador de la historia -como en otras muchas-. Pero en ésta la singularidad estriba en su homenaje a un padre ejemplar. Cada pasaje del libro rezuma ternura, la de un hijo -narrador en primera persona como queda dicho- hacia su padre y la relación de adoración mutua entre ellos, con una evocación impregnada del sentimiento manriqueño de la muerte (El olvido que seremos). Hasta el punto de que el hijo declara en algún momento que sería capaz de reescribir con antónimos la Carta al padre de Kafka. Y, si bien, admite la posibilidad de alguna sombra o rasgo de personalidad no asumido (¿homosexualidad?, ¿infidelidad?), o más bien sugiere, lo desvanece y preserva en la inviolable esfera de la intimidad.
Un hijo que no defraudaba a un padre condescendiente, que en algún período de su educación permitió que no fuera al colegio -con motivación razonada-, pero que también reprendió al niño cuando se enroló en un ataque pandillero a la colonia judía. Un hijo que en el libro ensalza, con datos y argumentos más que sobrados, la concepción humanista del padre, a la par que denuncia la manipulación que de ella hicieron la izquierda y la derecha (hasta el asesinato). Un hombre, deduce la tertulia, inocente sin duda pero no iluso, aunque sensible a la adulación.
Se evidencia así el punto de vista subjetivo del narrador; pero tal calidez no empaña la veracidad de los hechos narrados. Un médico, profesor universitario, centra su dedicación en promover la salubridad en la población -prevenir antes que curar-. En su afán se reviste de lógica: superar el primer umbral, el hambre. Trayectoria que le lleva a liderar el Comité de Derechos Humanos del país, Colombia -hablamos de los años 90-. Pero… la violencia, una determinada violencia, oficializada (ministros, militares, policías, los aparatos del Estado en definitiva)… Alternativa: muerte o exilio (se queja el libro de las exigencias del gobierno español de entonces hacia quienes recurrieron al exilio en nuestro país). Para los tertulianos, ese tipo de violencia, en aquellas circunstancias, no surge gratuitamente, sino para que no despierten los pobres.
Ante semejante opresión, para el médico la lucha contra la desigualdad debe partir de la cultura y la educación. Y su crítica pública al mal estado de la educación en el país le lleva a una actitud consecuente y no convencional con respecto al hijo: aprueba que no acuda al colegio si no le atrae; e incluso le proporciona un año sabático al llevarlo con él durante el tiempo que estuvo en México. Lo fundamenta con que el hijo saldrá adelante si se procura ante todo su bienestar. No pasó desapercibido a la tertulia, y se ponderó, este componente afectivo de la educación.
Tampoco la religión resultó inmune al análisis del protagonista. La culpaba de mantener al pueblo en la superstición y el oscurantismo (cuyo origen situaba en España). Sin embargo, los asistentes a la reunión advirtieron que tales planteamientos no entraban en conflicto en el ámbito familiar, donde la madre era católica practicante. ¿Por qué?: uno y otra coincidían en interpretar y actuar en el mismo sentido ante situaciones sociales similares. Tanto que la mujer, religiosa, se puso a trabajar (creó una empresa) para la proyección sociopolítica del marido: los gastos familiares quedaban a cubierto por la mujer, y el activismo del marido libre de condicionamientos económicos.
Así pues, el relato del hijo, sustentado en una incontestable calidad literaria, despliega importantes variables, siempre sabias y atractivas juicio de la tertulia. Con el padre como dinamizador de todas ellas, sin duda; pero tan persistentes que, para algunos asistentes, superan la personalidad del personaje y su entorno familiar y trasladan el protagonismo al contexto sociopolítico de.la historia narrada. No obstante, el ánimo de la sesión discurrió por el único vector que la concitaba: el elogio.


Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

2 comentarios:

  1. Es una suerte después de leer el libro el leer crónica. Una verdadera suerte.

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  2. Totalmente de acuerdo con Quety. Es un libro de impactado pero, sin la sesión del club de lectura, hubiese carecido de certezas e incluso diría que de cierto desamparo. Gracias Ricardo.

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