Elogio de un libro. Eso fue la sesión, nada menos. Donde
cada intervención propiciaba desde el comienzo una suerte de realimentación del
circuito de empatía de la tertulia con la obra. A pesar de que, en principio,
diera la impresión de que los comentarios, opiniones y valoraciones se sucedían
un tanto deshilvanados, como de saltos en el vacío. Pero no. Se trataba de una historia
tan bien ensamblada que cada interpretación tenía su conexión subcutánea con la
anterior, por diferentes que parecieran, en el hilo del elogio. Y así toda la
sesión.
Una historia que, a juicio de los asistentes, escapaba a
los moldes académicos de la clasificación literaria, o los sorteaba. Un hijo,
narrador en primera persona, cuenta la historia su padre, el protagonista. ¿Biografía?
Desde luego, prima la visión subjetiva del narrador, que cierra con la muerte
del padre. ¿Novela? Aunque, a lo largo del texto aparecen numerosas
interpolaciones argumentadas sobre cuestiones de carácter social, político,
etc. ¿Ensayo? Y, por si faltara poco, se aportan numerosas informaciones con
nombres reales y fechas concretas sobre acontecimientos sociopolíticos explícitos.
¿Crónica?
Parece que se alcanzó un consenso, más o menos etéreo: un
libro, algo, escrito con técnica novelística. O sea, la reunión no resolvió. Tampoco
persistió particularmente en este aspecto. Aunque evidentemente el punto de
vista, el posicionamiento del escrito, siempre tiene su importancia, le seducía
más la atmósfera poética y la fluidez
expresiva que desprendía lo leído.
En tanto biografía, el protagonista destaca y brilla como
catalizador de la historia -como en otras muchas-. Pero en ésta la singularidad
estriba en su homenaje a un padre ejemplar. Cada pasaje del libro rezuma
ternura, la de un hijo -narrador en primera persona como queda dicho- hacia su
padre y la relación de adoración mutua entre ellos, con una evocación
impregnada del sentimiento manriqueño de la muerte (El olvido que seremos). Hasta el punto de que el hijo declara en
algún momento que sería capaz de reescribir con antónimos la Carta al padre de Kafka. Y, si bien,
admite la posibilidad de alguna sombra o rasgo de personalidad no asumido
(¿homosexualidad?, ¿infidelidad?), o más bien sugiere, lo desvanece y preserva
en la inviolable esfera de la intimidad.
Un
hijo que no defraudaba a un padre condescendiente, que en algún período de su
educación permitió que no fuera al colegio -con motivación razonada-, pero que
también reprendió al niño cuando se enroló en un ataque pandillero a la colonia
judía. Un hijo que en el libro ensalza, con datos y argumentos más que
sobrados, la concepción humanista del padre, a la par que denuncia la
manipulación que de ella hicieron la izquierda y la derecha (hasta el
asesinato). Un hombre, deduce la tertulia, inocente sin duda pero no iluso,
aunque sensible a la adulación.
Se
evidencia así el punto de vista subjetivo del narrador; pero tal calidez no
empaña la veracidad de los hechos narrados. Un médico, profesor universitario,
centra su dedicación en promover la salubridad en la población -prevenir antes
que curar-. En su afán se reviste de lógica: superar el primer umbral, el
hambre. Trayectoria que le lleva a liderar el Comité de Derechos Humanos del
país, Colombia -hablamos de los años 90-. Pero… la violencia, una determinada violencia,
oficializada (ministros, militares, policías, los aparatos del Estado en
definitiva)… Alternativa: muerte o exilio (se queja el libro de las exigencias
del gobierno español de entonces hacia quienes recurrieron al exilio en nuestro
país). Para los tertulianos, ese tipo de violencia, en aquellas circunstancias,
no surge gratuitamente, sino para que no despierten los pobres.
Ante
semejante opresión, para el médico la lucha contra la desigualdad debe partir
de la cultura y la educación. Y su crítica pública al mal estado de la
educación en el país le lleva a una actitud consecuente y no convencional con
respecto al hijo: aprueba que no acuda al colegio si no le atrae; e incluso le
proporciona un año sabático al llevarlo con él durante el tiempo que estuvo en
México. Lo fundamenta con que el hijo saldrá adelante si se procura ante todo
su bienestar. No pasó desapercibido a la tertulia, y se ponderó, este
componente afectivo de la educación.
Tampoco
la religión resultó inmune al análisis del protagonista. La culpaba de mantener
al pueblo en la superstición y el oscurantismo (cuyo origen situaba en España).
Sin embargo, los asistentes a la reunión advirtieron que tales planteamientos
no entraban en conflicto en el ámbito familiar, donde la madre era católica
practicante. ¿Por qué?: uno y otra coincidían en interpretar y actuar en el
mismo sentido ante situaciones sociales similares. Tanto que la mujer,
religiosa, se puso a trabajar (creó una empresa) para la proyección
sociopolítica del marido: los gastos familiares quedaban a cubierto por la
mujer, y el activismo del marido libre de condicionamientos económicos.
Así
pues, el relato del hijo, sustentado en una incontestable calidad literaria, despliega
importantes variables, siempre sabias y atractivas juicio de la tertulia. Con
el padre como dinamizador de todas ellas, sin duda; pero tan persistentes que,
para algunos asistentes, superan la personalidad del personaje y su entorno
familiar y trasladan el protagonismo al contexto sociopolítico de.la historia
narrada. No obstante, el ánimo de la sesión discurrió por el único vector que
la concitaba: el elogio.
Fdo.:
Ricardo Santofimia Muñoz.
Es una suerte después de leer el libro el leer crónica. Una verdadera suerte.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con Quety. Es un libro de impactado pero, sin la sesión del club de lectura, hubiese carecido de certezas e incluso diría que de cierto desamparo. Gracias Ricardo.
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