La sesión brilló por el debate mismo, porque no hay -al
menos no ha habido hasta ahora- obra en ojos de este Club que no haya sido explorada,
hendida, desentrañada y enjuiciada, con todas las consecuencias, con toda la
responsabilidad, con todo el ánimo crítico. Por lo demás, se peregrinó por
entre los perímetros y rutas de la decepción, aunque con paliativos razonables.
La novela no tardó en recibir desdenes o descalificaciones sin más: espantosa, simple, bodrio (sic)…, parece encargo de veinticuatro horas, argumento ramplón prescindible, la historia no hay por donde cogerla (sic también). Incluso alguien declaró abiertamente no haberle gustado nada. Como razones de base, en general, escasez de acción narrativa y de carga irónica (impropio del Mendoza leído hasta ahora), fabulaciones con exceso de suposiciones, o situaciones forzadas hasta límite del ridículo sin pretenderlo, como por ejemplo la relación de la monja con el bandolero. Temperatura que, sin embargo, no reprimió una intervención en contrario, le había encantado. Una raya en el agua, respetable y respetada, por supuesto.
La novela no tardó en recibir desdenes o descalificaciones sin más: espantosa, simple, bodrio (sic)…, parece encargo de veinticuatro horas, argumento ramplón prescindible, la historia no hay por donde cogerla (sic también). Incluso alguien declaró abiertamente no haberle gustado nada. Como razones de base, en general, escasez de acción narrativa y de carga irónica (impropio del Mendoza leído hasta ahora), fabulaciones con exceso de suposiciones, o situaciones forzadas hasta límite del ridículo sin pretenderlo, como por ejemplo la relación de la monja con el bandolero. Temperatura que, sin embargo, no reprimió una intervención en contrario, le había encantado. Una raya en el agua, respetable y respetada, por supuesto.
El problema principal radicaba en el autor. Escocía: no
estaríamos debatiendo sobre la novela si el autor no fuera Eduardo Mendoza.
Tanto se esperaba de él. Apenas hubo resistencia a juzgarla intento fallido del
autor.
No
obstante, algunos asistentes se esforzaban en salvarle los muebles, su mejor mueble, la expresión. En
principio, nadie objetó: novela muy bien escrita y, en consecuencia, de lectura
ágil. En principio, porque también en esto se llevó algún que otro correctivo. Se
rebajó a lectura facilona (sic otra vez) en los primeros tramos pero inidentificable
con Mendoza en los siguientes. Se aprobó su lectura rápida, pero se disentía
con la caracterización de los personajes por superficial. Aunque, en contrario,
se aseveraba que si el autor hubiera pretendido profundizar en ellos, habría escrito
una novela extensa.
Al
parecer el propio Mendoza ya lo había justificado: la había proyectado tal cual
obra de teatro en tres actos. Y la tertulia admite: como guión para obra de
teatro, vale. Y además reconoce un curioso nudo a la trama: las debilidades de
la monja, que aglutina tres partes-tres personajes, el señorito, el bandolero y
el médico.
Metáfora
de las profesiones y de los nombres (Consuelo, Augusto,...). En estos aspectos
la reunión remansaba. La alegoría del diluvio
meteorológico y psicológico sobre la monja se interpretaba reflejo del
romanticismo (el clima y tal), trasposición del mito de Don Juan. Se aportaban concesiones.
Bien reflejado el ambiente de los años cincuenta en Cataluña, el hábitat y
sistema del vida del cacique, la desubicación natural o presumible de algunas
personas (seminaristas, monjas). Acierto en denunciar un engaño social: simular
que el rico da el dinero, pero es el bandolero quien lo hace. Reconocer la
entrega religiosa a la vez que comprender la condición humana. Y asimismo
identificarse con la humanidad del médico. Pero un punto de fricción también: atmósfera
de erotismo, ¿pretendida, fallida o entrevías?
Todo
a cuento de la monja, omnipresente en la novela y directamente o por alusiones a
lo largo de la reunión. Por su atractivo de mujer fuerte pero que arrostra una
debilidad, esa puntual relación sexual con el cacique (o señorito, según
preferencias terminológicas) que el escritor abandona a la imaginación del
lector -digo bien, abandona-. Recuerdo que pervivirá en sor Consuelo. La
tertulia comprensiva: cómo no preservar el único momento amoroso de toda una
vida. Si bien, no se entendía ese amor a primera vista y la capitulación
inmediata en una monja, sin de por medio un mínimo proceso de lucha interior.
Responsable, Mendoza, el creador del personaje.
En
estas, alguien anunció disponer de un enfoque totalmente distinto a los que se
venían manejando. La monja personifica el contraste o la conjunción amor divino-amor
humano, cual una Santa Teresa moderna. Además, cree en Dios, pero por qué no
enamorarse de un hombre (nadie objetó tal congruencia). Y el esperpento como
justificación, frecuente recurso del autor en sus obras.
Mayor
controversia crearía otra intervención: por encima del enamoramiento, la monja
no altera su proyección de vida. Loable sin duda, a juicio de los contertulios.
Pero se cuestiona su permanencia como monja por convicción, ¿no sería bajo
presión de las circunstancias? Nuevo defecto, pues, la falta de introspección
en los personajes.
Contra
lo cual, se aduce que el mérito de Mendoza quizás radique precisamente en que se
limita a describir comportamientos, no explica a los personajes. Aunque, de tal
forma que adolecen de encaje (un negativo más). De donde, abordados en
conjunto, engrosarían la historia de una derrota colectiva pero paradójicamente
con identidades individuales. Soledad, miseria, enfermedad, perplejidad ante
los cambios… (al respecto, la tertulia no se sustrajo al detalle irónico: la
sustitución de la imagen de la Dolorosa por un retrato de Jordi Pujol en el
vestíbulo del asilo).
En
este rastreo de valores temáticos, se habló del pecado, de la dosis de hipocresía
que implicaría su liberación por un rito -desde el más estricto respeto-. Y
abundando en el planteamiento, la relación pecado-culpa. La monja, ¿cómo lo
resuelve? Intentando conciliar tan endiablado dúo, y como muestra, la famosa
carta que escribe a su superiora provincial. Aunque también se piensa que le preocupa
más la culpa, que resuelve, lava, con su denodada actividad religiosa. Porque
el pecado…, esa extemporánea (y atractiva para los asistentes) petición de
ayuda al médico para volver a su escenario…
Las
reticencias, sin embargo, tampoco cejarían en este aspecto: el tema es mucho
más serio de como lo trata el libro. Pero se argüiría como justificación que la
novela se centra en el mito de Don Juan; y además, dentro hay otra novela, otro
mensaje: las contingencias del azar, que trastocan la vida, a veces nos ocurren
cosas inesperadas, insospechadas, como el diluvio a la monja. O incluso como
los corolarios de la lectura de esta novela. Pero no la mejor actitud crítica
para el debate en este grupo.
Fdo.:
Ricardo Santofimia Muñoz.
Jajaja. Difícil sintetizar en una reseña el debate tan acalorado, el divertimento, el buen ambiente, el humor...que se respiró en la tertulia. Gracias Ricardo.
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