martes, 19 de abril de 2016

Reseña de la sesión dedicada a EL AÑO DEL DILUVIO de Eduardo Mendoza



            La sesión brilló por el debate mismo, porque no hay -al menos no ha habido hasta ahora- obra en ojos de este Club que no haya sido explorada, hendida, desentrañada y enjuiciada, con todas las consecuencias, con toda la responsabilidad, con todo el ánimo crítico. Por lo demás, se peregrinó por entre los perímetros y rutas de la decepción, aunque con paliativos razonables.
     La novela no tardó en recibir desdenes o descalificaciones sin más: espantosa, simple, bodrio (sic)…, parece encargo de veinticuatro horas, argumento ramplón prescindible, la historia no hay por donde cogerla (sic también). Incluso alguien declaró abiertamente no haberle gustado nada. Como razones de base, en general, escasez de acción narrativa y de carga irónica (impropio del Mendoza leído hasta ahora), fabulaciones con exceso de suposiciones, o situaciones forzadas hasta límite del ridículo sin pretenderlo, como por ejemplo la relación de la monja con el bandolero. Temperatura que, sin embargo, no reprimió una intervención en contrario, le había encantado. Una raya en el agua, respetable y respetada, por supuesto.
            El problema principal radicaba en el autor. Escocía: no estaríamos debatiendo sobre la novela si el autor no fuera Eduardo Mendoza. Tanto se esperaba de él. Apenas hubo resistencia a juzgarla intento fallido del autor.
No obstante, algunos asistentes se esforzaban en salvarle los  muebles, su mejor mueble, la expresión. En principio, nadie objetó: novela muy bien escrita y, en consecuencia, de lectura ágil. En principio, porque también en esto se llevó algún que otro correctivo. Se rebajó a lectura facilona (sic otra vez) en los primeros tramos pero inidentificable con Mendoza en los siguientes. Se aprobó su lectura rápida, pero se disentía con la caracterización de los personajes por superficial. Aunque, en contrario, se aseveraba que si el autor hubiera pretendido profundizar en ellos, habría escrito una novela extensa.
Al parecer el propio Mendoza ya lo había justificado: la había proyectado tal cual obra de teatro en tres actos. Y la tertulia admite: como guión para obra de teatro, vale. Y además reconoce un curioso nudo a la trama: las debilidades de la monja, que aglutina tres partes-tres personajes, el señorito, el bandolero y el médico.
Metáfora de las profesiones y de los nombres (Consuelo, Augusto,...). En estos aspectos la reunión remansaba. La alegoría del diluvio meteorológico y psicológico sobre la monja se interpretaba reflejo del romanticismo (el clima y tal), trasposición del mito de Don Juan. Se aportaban concesiones. Bien reflejado el ambiente de los años cincuenta en Cataluña, el hábitat y sistema del vida del cacique, la desubicación natural o presumible de algunas personas (seminaristas, monjas). Acierto en denunciar un engaño social: simular que el rico da el dinero, pero es el bandolero quien lo hace. Reconocer la entrega religiosa a la vez que comprender la condición humana. Y asimismo identificarse con la humanidad del médico. Pero un punto de fricción también: atmósfera de erotismo, ¿pretendida, fallida o entrevías?
Todo a cuento de la monja, omnipresente en la novela y directamente o por alusiones a lo largo de la reunión. Por su atractivo de mujer fuerte pero que arrostra una debilidad, esa puntual relación sexual con el cacique (o señorito, según preferencias terminológicas) que el escritor abandona a la imaginación del lector -digo bien, abandona-. Recuerdo que pervivirá en sor Consuelo. La tertulia comprensiva: cómo no preservar el único momento amoroso de toda una vida. Si bien, no se entendía ese amor a primera vista y la capitulación inmediata en una monja, sin de por medio un mínimo proceso de lucha interior. Responsable, Mendoza, el creador del personaje.
En estas, alguien anunció disponer de un enfoque totalmente distinto a los que se venían manejando. La monja personifica el contraste o la conjunción amor divino-amor humano, cual una Santa Teresa moderna. Además, cree en Dios, pero por qué no enamorarse de un hombre (nadie objetó tal congruencia). Y el esperpento como justificación, frecuente recurso del autor en sus obras.
Mayor controversia crearía otra intervención: por encima del enamoramiento, la monja no altera su proyección de vida. Loable sin duda, a juicio de los contertulios. Pero se cuestiona su permanencia como monja por convicción, ¿no sería bajo presión de las circunstancias? Nuevo defecto, pues, la falta de introspección en los personajes.
Contra lo cual, se aduce que el mérito de Mendoza quizás radique precisamente en que se limita a describir comportamientos, no explica a los personajes. Aunque, de tal forma que adolecen de encaje (un negativo más). De donde, abordados en conjunto, engrosarían la historia de una derrota colectiva pero paradójicamente con identidades individuales. Soledad, miseria, enfermedad, perplejidad ante los cambios… (al respecto, la tertulia no se sustrajo al detalle irónico: la sustitución de la imagen de la Dolorosa por un retrato de Jordi Pujol en el vestíbulo del asilo).
En este rastreo de valores temáticos, se habló del pecado, de la dosis de hipocresía que implicaría su liberación por un rito -desde el más estricto respeto-. Y abundando en el planteamiento, la relación pecado-culpa. La monja, ¿cómo lo resuelve? Intentando conciliar tan endiablado dúo, y como muestra, la famosa carta que escribe a su superiora provincial. Aunque también se piensa que le preocupa más la culpa, que resuelve, lava, con su denodada actividad religiosa. Porque el pecado…, esa extemporánea (y atractiva para los asistentes) petición de ayuda al médico para volver a su escenario…
Las reticencias, sin embargo, tampoco cejarían en este aspecto: el tema es mucho más serio de como lo trata el libro. Pero se argüiría como justificación que la novela se centra en el mito de Don Juan; y además, dentro hay otra novela, otro mensaje: las contingencias del azar, que trastocan la vida, a veces nos ocurren cosas inesperadas, insospechadas, como el diluvio a la monja. O incluso como los corolarios de la lectura de esta novela. Pero no la mejor actitud crítica para el debate en este grupo.
Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

1 comentario:

  1. Jajaja. Difícil sintetizar en una reseña el debate tan acalorado, el divertimento, el buen ambiente, el humor...que se respiró en la tertulia. Gracias Ricardo.

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