Uno
de los grandes logros de la raza humana es
no reconocer algo aun conociendo su existencia
(John
Steinbeck, Al este del Edén)
Tal cual si la ínfima parte de una enésima generación de
hijos de Caín tomara la palabra. Con un desparpajo que induciría a sospecha: redimirse
al cabo de los milenios bíblicos. Disposición, afrontar, actitud, la sesión.
Comenzó con calificación apasionada, “novelón”. Pero el
transcurso de las intervenciones, matiz a matiz, escalonó que sí, que no tanto
y algún que no.
La obra como tal. En opinión compartida, novela clásica
que deja buen poso. Lógico, un buen escritor gusta cuando se atreve con temas
universales, el bien y el mal en este caso (la alegoría como vehículo). Se
sucedieron comentarios por el mismo acento: sensibilidad, final magistral y,
sobre todo, precisión en las descripciones, tanto de los personajes para
acercarnos a su personalidad, como del paisaje para anunciar la acción
narrativa.
También se reconoció estilo fluido y abundancia de frases
significativas (“mentiras piadosas” versus la verdad descarnada…). Pero a
cuenta de uno y otras, también reticencias: demasiados interludios reflexivos;
in crescendo, novela un poco farragosa; y, un grado más, mal estructurada por
mensaje demasiado repetitivo (tres generaciones…, un exceso).
Pero hubo reparos mayores -ya se sabe, cuando se abre una
espita…-, en varias direcciones. Se cuestionó la alternancia de dos narradores,
el omnisciente y el escritor-testigo (no aportaba). Un tertuliano, declarado lector
de Steinbeck, le valora mejores obras, como Las
uvas de la ira (en oposición a otra opinión que situaba al Edén por encima). Añádase una
declaración de principios, más o menos así: “Cuando leo a un autor no espero
que me diga lo que me gustaría, sino lo que le parezca; luego ya interpretaré
yo, y me gustará o disentiré” -¿quiere decirse que Al este del Edén pretende tomarme la matrícula?-. Y por si fuera
poco, a alguien se le atragantó la lectura, mal que bien llegó hasta la mitad, le
superaba tanto naturalismo.
Concedamos un receso -como en la novela- para despachar
un par de cuestiones sobre la periferia de la trama. Tienen su enjundia. El
autor pondera la presencia de colonos irlandeses en Norteamérica, a la vez que
trasluce una opinión sobre los indios más que discutible. Y por otro lado,
alargando más el hilo, un ejercicio de contraposición: la construcción de los
EEUU y la leyenda negra de los españoles en aquel continente.
Y
sigamos. La temática en su afán alegórico, paralelismo mito bíblico-novela. Hay
coincidencia, el autor explora y describe bien el alma, para ensimismar al
lector en el misterio del mal, que atenaza o abruma a los personajes de tres
generaciones sucesivas. Origen: la procelosa genética del bien y del mal. Y
consecuencia: el hombre, al reconocerse limitado, es más consciente de la
realidad. Pero como principio, la tertulia no estaba por la labor, advertía
cierto maniqueísmo en las disquisiciones bueno-malo. Si bien, observa una
reinterpretación del mito Caín-Abel: los ‘malos’ son los ‘buenos’, y los
‘buenos’ no lo son tanto; el quid lo
sitúa el autor en una suerte de
libertad, en su posibilidad. Novela de tesis, pues, a juicio de la tertulia.
También se interpreta como ‘novela del reconocimiento’.
Dios a debate: ¿por qué no premia las supuestas buenas intenciones de Charles o
de Cal? Al no premiar, Él desencadena todo el problema del mal. Más, expulsa a
Cal por ‘malo’, pero no lo condena, sino que todavía le da una opción, el uso
de la libertad (“eres malo pero puedes cambiar”, parece decirle).
Para
la tertulia, he aquí el nudo gordiano de la contradicción de Steinbeck: no casa
libertad con fatalismo (heredero del naturalismo), tan persistente en el
devenir narrativo, tres generaciones sometidas a la deriva determinista. Una
garra exasperante, vale. Pero el autor consigue el objetivo, situar a los asistentes,
parientes lejanísimos de Caín, ante la pregunta cabalística: ¿somos realmente
libres? Una respuesta enjuga cuitas: disponemos de capacidad de decisión.
Caín,
transmigrado a la novela, es Charles y Katy y Cal. En los tres el mismo
proceso: el rechazo que sienten de los otros les provoca ira, que desemboca en
venganza, que se abismará en culpa.
Evidente
la relevancia literaria de los Caínes. Los Abeles tienen una vida más igual,
son nada prácticos, ensoñadores y muy contradictorios. El más representativo, Aron
(se dice que va abrazando sombras). Su diferencia psicológica con Cal aparece
bien marcada: Aron no es capaz de enfrentarse a la verdad. Igual que Adam,
movido por su ingenuidad, abandona el ejército tres días antes de cumplir sus
compromisos.
Ya
queda elogiada la descripción de personajes. A las citados se suman Samuel y el
chino Lee. De ellos, la tertulia se malicia puestos por el autor para
representarlo a él mismo. El segundo mereció comentarios divergentes: ocupa el
eje del desarrollo narrativo; aunque adolece de personaje creíble, es difícil digerir
un criado con perfil filosófico, por muy aglutinador que sea; y además, su atalaya
intelectual no lo blinda, contra lo que pudiera parecer, del aburguesamiento y
la necesidad de calor humano.
Un
mundo de hombres, plantea una opinión. Pero no sólo, se opone otra; también hay
personajes interesantes de mujeres. Y, de entre ellas, se yergue la figura de
Katy, magnetismo y belleza (aunque alguna descripción de dientes, orejas… no
acompañe precisamente), misteriosa tendencia al mal, donde todo determinismo y predestinación
tiene su asiento. Símbolo de los malos ‘condenados’ a ser malos. Y sin embargo,
alguna intervención parece resistirse: Katy-Eva en algo es buena -mmm… prolija
explicación.
Pero
hay acuerdo: hombres y mujeres en la novela, personaje coral. Tan coral y tan
redimida, o irredenta, como acabó la ínfima parte de enésima generación de
hijos de Caín asistentes a la reunión.
Ricardo
Santofimia Muñoz
Estaba expectante por cómo sería la crónica de este novelón que merecía una reseña como la escrita. No me ha defraudado. No era fácil llevar la tertulia pero más difícil era hacer la descripción de lo que allí se desarrolló. Como siempre, es acertada en el fondo y en la forma. Gracias, Ricardo.
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