La sesión se desarrolló en un análisis sencillo, humilde
y certero, cual si el espíritu de la
novela hubiera impregnado el alma de la reunión.
Sencillo. ¿Novela?, ¿cuento popular?
Se
utilizó el término “novelita” en la doble acepción afectiva y de dimensión
textual. Aunque, para los tertulianos no cabía duda: la obra recurre al armazón
de la novela, pero la historia y sus coordenadas narrativas se encuadran en lo
que la literatura llama cuento de tradición popular.
El primer dato
para tal consideración lo aporta el estilo. Sobrio, condensado, de prosa
rudimentaria –sin colorido ni emociones expresivas-. Y aunque la autora
confiese en los preámbulos carencias en su formación de escritora, el lector
avisado justifica enseguida, no es defecto, sino propio del género popular,
prima lo esencial.
Al respecto, una
duda quedó sobre la expresión narrativa: ¿venía motivada por el género o por el
paisaje descrito -frío, árido, de soledad-?, ¿o por interacción de ambos?
Y
enseguida surgió la cuestión más relevante: si de todo texto literario que se
precie y aprecie como tal cabe adivinar al menos alguna esquina moralizante o
consecuencia ética, alguna moraleja, en el cuento popular se convierte en carga
de la prueba.
Pues bien, en Las dos ancianas el devenir narrativo responde
nítidamente a esa función educadora, que eleva una actitud individual o grupal
a universal (entendiendo universal en su sentido más extensivo de espacio y tiempo,
claro).
Humilde. La moraleja reverberaba en el corazón mismo de este
Club, y por extensión, de la
Tribu donde radica. Los efectos de la conjunción
sabiduría-supervivencia que alienta a las dos protagonistas, de 75 y 80 años, había
cautivado el ánimo de los asistentes. Un cuento popular, traído de lejanas y
gélidas tierras, se hacía eco del aroma y afanes de este puñado de
¿sesentañeros, setentañeros?
(Quizás no resulte muy ortodoxo, pero este reseñista no se
resiste al apunte: Consultado el Diccionario de la RAE , sólo figuran en él los
términos “quinceañero”, “veinteañero” y “treintañero”. Hasta ahí llega. ¿Por
qué edad andan estos chicos de la
Academia ?)
La satisfacción
por el acierto del mensaje de la obra sólo aleteaba en el ambiente. Verdaderamente,
no hubo intervención de identificación explícita, ni de recepción de argumentos
para exaltación de lo propio. Los comentarios iban y venían sin detenerse en
aplicaciones personales o grupales. También la sabiduría tiene conexión directa
con la humildad.
Así pues, se puso
el acento en lo que importaba, las consecuencias extraídas de la lectura: la
realización personal sin límites de objetivos ni por edad, así como preservar
la propia integración social. Actitud que los asistentes interpretaron como resultado
de una advertencia previa: si cedes a la comodidad y esperas a que los demás se
ocupen de ti, la respuesta puede ser de marginación e incluso abandono, sobre
todo a esas edades.
Certero. Para los tertulianos la clave de la obra se encontraba
en la integración social. Por supuesto reconocían que la lucha por la
supervivencia encierra un valor en sí misma; pero aquí se convierte en
revulsivo que transforma la inactividad-comodidad-abandono de las ancianas en
re-integración social de estas. Varias intervenciones incidieron en esta
cuestión capital: mantener la actividad es determinante para preservar la
integración en el medio social, y no sólo en el familiar -¡ojo!-. Alguien
recurrió a una expresión muy gráfica para precisar la fórmula: “En tanto das,
no te marginan”.
Ahora bien,
cuando las consideraciones pasaban de lo conceptual a la realidad inmediata, el
sentido crítico reparaba en ciertas contradicciones: la sociedad actual aparca a los ancianos, ¿realmente por
esa comodidad comentada anteriormente?, ¿o acaso los valores de dinamismo ahora
los encarna la juventud en exclusiva, y de ahí que la ancianidad se convierta
en carga inútil? Una observación devolvía el asunto al marco temático: también
buena parte de la juventud presenta resistencia al cambio, querencia a la
temible comodidad, con el consiguiente peligro de marginación.
Por lo demás,
aunque también otros personajes fueron objeto de análisis, pronto se volvía a
la peripecia vital de las dos ancianas, ¿por algún impulso inconfeso de identificarse
con ellas, o en ellas?
La sesión
finalizó con un sinsabor sencillo:
la creciente pérdida de la literatura de transmisión oral y su consiguiente
deterioro como portadora de valores morales. Con una reflexión humilde: a pesar del bagaje del que
creemos disponer, cuánto desconocemos aún de otros ámbitos de la humanidad. Y
con un reconocimiento certero: el
cuento popular como catalizador de la necesidad que tiene el hombre de contar
historias en todo tiempo y lugar, las cuales no son más, ni menos, que distintas
manifestaciones culturales de una misma condición humana.
Nunca una “novelita”
había dado para tanto.
Comenzamos un nuevo curso con intensidad y de nuevo nuestro comentarista acierta en la expresión y en el fondo de la tertulia del club de lectura. Debería utilizar los mismos adjetivos que él ha hecho con Las Dos Ancianas:sencillo, aunque lo que hace no es nada fácil;humilde y certero. Gracias Ricardo.
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