lunes, 16 de febrero de 2015

Reseña de la sesión dedicada a MADAME BOVARY de Gustave Flaubert


            O de cómo contrastar criterios, sugerencias, reflexiones, diagnósticos, sensaciones, inferencias o corolarios sin caer en la petulancia ni en la loa ni en la paráfrasis en torno a una novela de tamaña dimensión. Por ese tono, con su valle y sus picos (más picos que valle) discurrió la sesión.
El desarrollo casi cabría escalonarlo en dos períodos, una suerte de danza de las abejas que culmina en el néctar.
Así, la reunión comenzó a modo de maniobras de aproximación al contexto de la obra (se daba por sentado que el objetivo era el personaje). Empezando por el inmediato, el del lector-asistente, que se conjugó en dos actitudes, quizás subsidiarias la una de la otra. Por un lado, costaba fondear en la lectura, pero esa vitola de clásico… ¿cómo negarle el honor? Por otro, la aseveración de que el circunstancial estímulo del lector es determinante, de ahí la empatía con el libro o cerrarlo.
En cuanto a la aparición de la obra (aquel contexto), no cabía duda de su onda expansiva. Se trataba de la primera novela realista-moderna-burguesa que, en el marco de la revolución industrial, reacciona contra el anterior Romanticismo. Choque de trenes sin duda, pero alejado para los contertulios.
En este sentido, aunque se reconocían importantes aportaciones del relato para el conocimiento de la época, se le apreciaban tintes de novela antigua. La réplica llegaría, a modo de sugerencia, en analizar con la estética del Realismo. El problema estribaba para buena parte del grupo en que tal estética restaba dinamismo al desarrollo narrativo por primar en exceso lo descriptivo, con resultado de una lentitud que se antojaba innecesaria, a veces exasperante. Hasta el punto de interpretar la historia novelada como un decorado que engulle el devenir de los personajes. Pero no se tardó en recordar que el mismo Flaubert ya había negado esa identidad realidad-decorado; antes bien, para él, paisaje y personajes conformaban una dualidad indisociable. A mayor abundamiento, se argumentó la frecuente presencia del paisaje en la literatura como reflejo de estados de ánimo, lo que se puede percibir perfectamente en Madame Bovary (cuestión aparte, cebarse en tal gimnasia en un mismo relato).
El paisaje, sin embargo, no merecería tanta dedicación para la tertulia como la fuerte crítica social que destila la novela. En este aspecto, no pasó desapercibido el anticlericalismo, más que anti-Iglesia quizás, del personaje del boticario. Pero lo verdaderamente relevante a juicio de los asistentes se encontraba, sin duda alguna, en la audacia delatora de la obra, tanto que, según se destacó en la reunión, fue declarada inmoral tras su publicación. Claro, porque más allá de narrar la historia de un adulterio, denuncia las contradicciones de aquella sociedad burguesa y se permite poner en solfa sus convencionalismos. Contra los que se rebela Emma Bovary.
Emma, el néctar para el enjambre, digo… para la tertulia -seguramente, también para cualquier lector interesado en esta novela-. Flaubert focaliza en Emma Bovary el conflicto individuo-sociedad, y la convierte así en personaje universal. Para los asistentes muy bien descrito (lo que no consigue en los demás, o no le importa).
En este período, la sesión desplegó en torno al personaje intervenciones ágiles, ecuánimes, solidarias, emotivas, contrapuestas, pero en el fondo  todas complementarias entre sí.
Se apuntó a un personaje arrebatado, que vivía con pasión. Una mujer romántica, con el espejismo más allá de su entorno inmediato. Sin embargo, desde otro punto de vista, no parece apasionada, sino más bien aburrida, instalada en el tedio, que le llevará como reactivo a la insatisfacción y, como consecuencia, a esa búsqueda incesante por más que indefinible para ella misma. Actitud frenética con un daño colateral específico que escocía particularmente al grupo: relegar los cuidados de la hija a la nodriza y a la criada. Aunque probado históricamente este proceder como habitual, quedó en el aire si ese egoísmo como madre no significara una crítica más de Flaubert hacia el Romanticismo.
Y por lo de la insatisfacción apareció Don Quijote. Sin soslayar que la crítica literaria ya había establecido paralelismos. Se ponderó que Emma, como aquel, era producto y víctima de una determinada avidez lectora. En el caso de nuestra heroína, las novelas románticas. De ahí la crítica de Flaubert hacia la narrativa inmediatamente anterior en cuanto que acarrea la autodestrucción del personaje.
No obstante el parangón, este personaje por sí solo adquiere la categoría de universal, por la sencilla y magnífica razón de que explica al ser humano. Sin discrepancias entre los asistentes, personaje real, intemporal, actual (curiosamente hasta en el mismo matiz de su ¿alocado? consumismo). A poco que escarbemos, casi podemos encontrarlo dentro de nosotros mismos, porque todos tenemos sueños, fantasías o ilusiones a veces muy alejados de la realidad. En buena medida, Emma Bovary somos todos. Fin del período.


Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

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