miércoles, 27 de mayo de 2015

Reseña de la sesión dedicada a EL MUNDO DE AYER de Stefan Zweig

Te sientes un tanto cohibido, ¿verdad? Llegas a la reunión con la sensación de que ya todo está dicho -escrito- de antemano, y tan bien. De que poco, muy poco, puedes aportar o contraponer a los mensajes del libro. Detectas riesgo más que probable de caer en generalidades de manual o en el ridículo intelectual, carencias inconfesas aparte. ¿Cómo lo afrontas?
La humildad siempre es buena consejera. En este microclima vivaqueó la sesión (aunque tampoco faltó algún amago de descarrilamiento).
            ¿Por qué no confesarlo? Buena parte de las intervenciones reprodujeron miméticas las reflexiones desplegadas a lo largo de la obra. Un sentimiento receptivo, casi reverencial. Que no implicaba, desde luego, entrega automática, indeliberada -actitud muy alejada de este Club de Lectura-, sino fascinación por la veracidad, franqueza y transcendencia del pensamiento vertido.
La tipología del libro (¿autobiografía, crónica…?) interesaba, claro; pero más las vivencias del autor, aquella Europa del XX roturada con sangre de guerras. Y todavía más inquietante que la historia, las premoniciones.
Catarata de ideas que te agobia´, en opinión del circunstancial moderador -flamante para esta reunión (¿acertada ocasión?)-, que la tertulia asumió enseguida con un hálito liberador, un consuelo. Tantas ideas argumentadas y matizadas dejan su poso, pero  muchas se olvidan.
            Disyuntivas que los asistentes intentaban desbrozar desde la fundamental, compleja y turbadora tesis del autor: los contemporáneos de cada época no perciben, percibimos, las dimensiones del proceso de cambios socio-geo-políticos que se están fraguando. Al respecto apunta-acusa a tres factores principales: la desidia social, la manipulación de los jóvenes y la realidad creada por la propaganda. La traslación de aquellos condicionamientos a la actualidad (¡un siglo después, sólo uno!) propició paralelismos poco halagüeños. Se preguntó, por ejemplo, por la erupción del mundo islámico, y en esta órbita, por los jóvenes (hombres ¡y mujeres!) que se alistan en el llamado EI, ¿preocupante correlato de las juventudes hitlerianas?
            La reunión oscilaba, bajamar-pleamar, entre El mundo de ayer, el de hoy y el del incógnito futuro. Conciencia avivada por un escritor apátrida, héroe, quizás profeta, pero con ángulo de visión difícil de precisar. Acaso focalizara desde la élite enriquecida, ¿pero importaba demasiado? Algo sí quedaba claro: él no cuenta la historia, sino su por qué y cómo, y así la hace entendible. Mérito sustentado en su celo por la expresión escrita (según él, cribaba páginas y páginas). Con resultado de éxito indiscutible que, sin embargo, él relativiza.
Aproximación específica al autor donde recibió algún reparo: contar con la perspectiva histórica hacia el pasado le habría permitido un análisis más frío y ponderado. La réplica no tardó. Por un lado, él no se podía permitir cruzarse de brazos ante él infortunio sociopolítico que presenciaba. Y por otro, su cercana experiencia de la 1ª Guerra Mundial le proporcionaba sobrada solidez argumental para denunciar demoledores precedentes en la 2ª.
Alemania en el eje, del libro (el texto se detiene en mitad de la catástrofe). Con dos vectores de alarma, que la reunión deduce trascendentes para el escritor. Uno en su Viena natal, en proceso de satelización de Alemania. Cambio que Stefan Zweig achaca amargamente (¿vaticinio para la posteridad?) al bienestar, la comodidad, etc. Estas, digamos, propiedades no responden a un estado natural, otorgado de antemano, hay que preservarlas con esmero y dedicación. Por contra, la desidia…, ya se sabe. Hasta quizás permitió que Hitler invadiera Austria. Entre esas y otras razones, por revancha contra la elitista Viena que antes lo había encarcelado. Y el otro vector, en torno al antisemitismo, los factores que lo alentaron o reactivaron entonces: la aristocracia reacciona por una especie de envidia contra la burguesía-judíos, que había ocupado su espacio socioeconómico (nada nuevo, por otra parte, con respecto a similares episodios históricos anteriores).
Al hilo, en ese brujulear entre épocas, los asistentes constataron las escasas referencias a España (algún apunte a su guerra civil y a la relación del autor con Dalí). Se justifica en que nuestro país no participó en la 1ª ni en la 2ª Guerra Mundial (con sus ventajas e inconvenientes). También se añadió un ¿decorado? de fondo para Alemania: controvertidos conceptos de orden, justicia y eficacia.
Y por ahí, otro de los motivos capitales del libro, la mano ¿sólo protectora? del intelectual. Determinar el valor, su posicionamiento e intervención en la sociedad, su papel ante los atropellos políticos. Al respecto, la tertulia destacó tres de los datos comentados por el autor: el lamento de Freud por la dejación de la cultura, el cuestionamiento de las aportaciones propias de la Universidad, la respuesta particular de Benedetto Croce (rodearse de libros como única arma de resistencia). Y de lo particular a lo general, la aspiración de Stefan Zweig (y su frustración): a veces no es suficiente que los intelectuales tomen la palabra, la tribuna, deben actuar también, con un sentido de colectividad moral por encima de fronteras.
Desde tal pensamiento arremete contra los nacionalismos, a la vez que aboga fervientemente por una corriente de opinión que ya germinaba entonces, la de una Europa unida. Verifica la tertulia así que esa idea de Europa no es tan reciente como se cree, el libro la remonta a principios del XX. Aunque los primeros pasos se materializarían tras la 2ª Guerra Mundial. Hasta alcanzar la situación actual se ha avanzado mucho. Impensable en los tiempos de  Stefan Zweig, y menos para este defensor del espíritu europeo, que acabó el libro y se suicidó (por información aportada a la reunión) sumido en sus desesperanzas y en el espanto de que Hitler invadiera Inglaterra.
Deja así el libro una huella de decepción, ¿verdad? Tanto por el suicidio, ajeno realmente a la lectura, como por el pesar y la desazón que te va horadando a lo largo de ella. ¿Cómo afrontar tus conclusiones de otra manera?


Fdo.: Ricardo Santofimia Muñoz.

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