Reseña de la
sesión dedicada a LA SILLA
DEL ÁGUILA de Carlos Fuentes
Maquinaciones, connivencias,
insidias, urdimbres, sobornos, envilecimientos, toda una mezcolanza infecta y
repudiable en torno a las más altas instituciones del Estado. Eso sí, con
algunas gotitas de contrición, acaso pasajera, y ternura, quizás amarga.
Pues no, no hablamos de la
corrupción política que cada día, cada hora, violenta nuestra realidad
inmediata a través de los más variados y variopintos medios de comunicación,
no. En principio, nos referimos a esta novela de Carlos Fuentes.
En principio. A veces, o con
frecuencia (según la lectura elegida), la frontera entre realidad y ficción es
tan quebradiza, engañosa o permeable... Por tales surcos zigzagueó esta reunión
de nuestro club.
Desde una perspectiva general,
cabría interpretar el desarrollo narrativo como una suerte de formidable
tuneladora que va horadando el alma de una montaña arcana, la estructura de
poder del Estado, desentrañando sus entrañas y desvelando la tenia de anillos
mil que allí parasita.
En consonancia con el funcionamiento
de este artefacto poderoso, el ritmo narrativo es lento, árido a trechos, pero
implacable, demoledor. Posiblemente debido al género epistolar de la novela
(recurso que ha logrado escasas adhesiones entre los asistentes).
Ello no impide, o quizás favorece,
alcanzar el objetivo de la obra: desenmascarar la corrupción imperante en el
poder político -en la ficción- de los Estados Unidos de México. Cuya temática
consideran los asistentes como muy documentada, no en vano el autor ha sido
(falleció en 2012) natural de aquel país.
La corrupción como método para
alcanzar el poder o conservarlo, en un país con un sistema político de
democracia formal (adjetivo este –formal- que alcanza en la novela su valor más
peyorativo y degradado). Tácticas y usos ad hoc que la obra denuncia
minuciosamente como habituales en la alta política, a la vez que apunta a
prácticas similares en los niveles inferiores y periféricos.
Ante tal panorama, esta tertulia no
se entretuvo demasiado en valorar la trama, que en algunos pasajes adolecía de
ribetes folletinescos, cercanos a contenidos de ciertas telenovelas. Tampoco en
la técnica narrativa de situar los acontecimientos en el futuro (año 2020).
Importaban, sobre todo, los
personajes, para quienes la corrupción es la savia de la política. En ellos se
centró el foco. La identidad de cada cual, perfilada gradualmente en sus
sucesivas cartas. Afanes y miserias puestos de manifiesto, de manera muy
particular mediante la técnica de la introspección, bien aprovechada por el
autor para esta fórmula epistolar.
Los personajes fueron desfilando por
la tertulia, que los analizaba y zarandeaba al calor de las interpretaciones o
comentarios que suscitaban y de los paradigmas que representaban. La impostura,
el sexo, el enriquecimiento, la vileza, la crueldad, el cinismo, también la
indolencia, también, más algún que otro etcétera, allí tenían su asiento.
Quizás el
personaje que más fascinó (entiéndase en el sentido más denotativo del término)
a los contertulios fue el de Mª del Rosario. Por lo que conllevaba de arquetipo
de mujer dedicada a la política, a esos patrones de política. Por contra,
pareció poco perfilado al personaje de Valdivia, ¿quizás para significar su
hechura de pelele? Asimismo, dio la impresión de que sobraba algún personaje
que otro por su irrelevancia en la acción narrativa.
Y de la mano
de los personajes, junto con el clima putrefacto que irradiaban, la reunión iba
y venía de la ficción a la realidad, a esta realidad política que conturba la
actualidad de nuestro país. La línea divisoria entre una y otra quedaba difuminada,
conscientemente rebasada.
A juicio de
los asistentes, aquella forma de hacer política, aquellas corrupciones,
corruptelas y componendas, encontraban fácilmente su réplica en la realidad
circundante. Sobre todo, cuando se establecieron paralelismos, más o menos
aproximados, más o menos imposibles, entre personajes de la ficción y personas
de la realidad. Por allí pasaron, por ejemplo, Rubalcaba y Cospedal, también
Rajoy, también, más algún etcétera de carácter local.
Así pues, como
se comentó al comienzo, en principio se trataba de ficción; pero la semejanza
con la realidad era tan tentadora…
Para terminar
la obra, el autor abandona el género epistolar y recurre a la técnica del
monólogo interior. De una criatura inerme cuya presencia en la novela, además
de mover a la ternura y la tribulación, acaso como contrapunto a la inmoralidad
desplegada, y quizás por todo eso, deja en el aire una duda: ¿nos encontramos
ante un final abierto de la ficción?
Y otra duda, o
la misma: ¿La realidad, dispone todavía de un final abierto?
Ricardo
Santofimia Muñoz.
¡QUE GRANDE ERES!
ResponderEliminarMuy amable, gracias por su comentario.
EliminarDesde luego el libro nos lleva desde la incertudembre al miedo, pero está fiel y magnificamente reflejado en tu reseña.
ResponderEliminarGracias por deleitarnos con tus escritos y comentarios.